Petro está de compras / Voy y vuelvo


Antes que comprar empresas, Distrito debería averiguar en qué estado está lo que tiene.

No sé si es sensación mía, pero pareciera que el alcalde Gustavo Petro se ha contagiado de lo que el Gobierno Nacional llama "buen momento de la economía" y ha decidido salir de compras.
En efecto, en los últimos nueve meses, el mandatario ha anunciado la compra de la empresa de energía de Cundinamarca (para bajar tarifas); de una flota de buses (para competirles a los operadores de TransMilenio); de acciones de la Empresa de Energía (por el escándalo de marras) y la compra del hospital San Juan de Dios (para los más pobres).
Y si no es comprando, es creando nuevas entidades: una central de alimentos (para hacerle contrapeso a Corabastos) y una empresa de aseo (vía Acueducto) que compita con los privados. Asumo que este tsunami de anuncios obedece al talante de la izquierda progresista: el Estado dueño de todo, aunque hasta la perestroika diga lo contrario.
Quisiera creer que al Alcalde lo inspira el buen propósito de que la ciudad cuente con empresas públicas eficientes y transparentes. Pero, a juzgar por el contexto en el que se han hecho las ofertas, estas responden a coyunturas particulares: porque el Alcalde no consigue el control total de una entidad, porque se siente desafiado por los privados o por pura incapacidad de su equipo para proyectar mejores opciones, como la licitación de aseo.
Comprar o crear empresas para prestar servicios no es malo si se tiene la plata y la gente para hacerlo. Querer parecerse a Medellín, tampoco, si se tiene la experiencia. Pero el pasado y el presente nos dan señas de lo contrario: la Edis fue un fiasco en basuras; las empresas de buses municipales, ni se diga; Aguas de Bogotá (filial del Acueducto) tuvo a su cargo el manejo del relleno sanitario y terminó con una millonaria demanda.
Tampoco es secreto que las empresas estatales, de orden nacional y local, terminan capturadas por políticos y administraciones de turno; se convierten en entidades paquidérmicas, costosas y, lo peor, malqueridas por los ciudadanos.
Por otro lado, me asalta la duda de si hay recursos para todo esto. Solo el San Juan de Dios demandaría 250.000 millones de pesos (sin contar la administración del mismo); para competirle a Corabastos, se piensan destinar, de arranque, 68 mil millones de pesos que estaban asignados a las plazas de mercado, las mismas a las que el secretario de Desarrollo, Simancas, tilda de ineficientes. ¿Un nuevo Corabastos será más eficiente?
Y no estoy tan seguro del músculo financiero y capacidad institucional para competirles a los operadores de aseo en un negocio que mueve 24 mil millones de pesos al año. El Acueducto tendría que aportar vehículos, gente, infraestructura, pujar por las zonas más rentables... Todo con recursos de la misma empresa. Tenaz.
Pregunto: ¿si hoy la ciudad no sabe lo que tiene, no controla, ni supervisa, ni protege los activos que posee (caso ALO); si ni siquiera tiene idea de cuántas demandas por prescripciones hay, valdrá la pena meterse en más compromisos?
Pueda que esté diciendo una barbaridad, pero si yo tuviera la plata que tiene Petro en las arcas distritales, pensaría en recomponer los hospitales (250 mil millones de pesos de déficit), terminaría los treinta y pico de colegios abandonados, compraría más buses (no para competirle a TransMilenio, sino para que menos niños caminen horas para ir a la escuela); adquiriría toda la tierra posible para asegurar vivienda, compraría motos eléctricas para que los zorreros no martiricen caballos y llenaría la ciudad de bicicletas públicas.
Pero yo no soy el Alcalde, aunque sí pongo la plata, como todos.

ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor Jefe EL TIEMPO