Una gran virtud que tiene Miguel Angel Bastenier es la de ser un verdadero periodista. Desde sus tiempos al frente de El País de España, demostró que la objetividad es el patrimonio de los que tienen la gran responsabilidad de informar sin hacerle concesiones a los protagonistas, proporcionando elementos de juicio a los lectores para que ellos mismos formen su propia opinión.

Sus palabras son valiosas porque retratan a la Colombia real, la de los privilegios, la inequidad, la de la miseria no sólo económica sino política y social. Hace unos días hablaba en este foro de este país detenido en el tiempo, un absurdo histórico. Y es que cada vez que se le visita es como viajar en un túnel del tiempo. Aterriza en un país de castas, dividido en estratos y que aún vive los sueños de caudillos anclados en el Siglo XIX.

Apenas, con el Presidente Santos, intentamos dejar atrás el siglo de los señores feudales, del fundamentalismo religioso, de las verdades reveladas, de los caudillos fuera de los cuales no hay salvación, de las guerras interminables y los ejércitos privados defendiendo privilegios, para meternos de lleno en el siglo XXI que muchos ya viven a plenitud pero que nosotros apenas estamos vislumbrando, inmersos en la guerra interminable que defiende los privilegios de unos pocos, exacerbando los odios de todos.

No es fácil. El colombiano lleva escrito en su disco duro este mundo prehistórico como el único posible y la concordia les parece un anatema, la venganza una religión, el aniquilamiento del contrario un axioma fuera del cual no hay salvación y como buenos herederos de España, utilizan fácilmente el lenguaje de los adjetivos para descalificar cualquier intento de cambiar el mundo cavernícola en el que vive.

Aplaudo al Presidente Santos porque quiere abrir las puertas de esta casa añosa y desvencijada para que la airee la modernidad, para que entren los cambios que hace mucho se instauraron en el mundo. La mayoría, sorprendidos, incrédulos pero esperanzados, apoyan vivir en este mundo que no creían que existía, mientras una minoría prefiere seguir morando en las cavernas. Los cambios aterrorizan a los débiles, pero al final los aceptarán.

No les queda más remedio, porque el que no evoluciona está condenado a extinguirse.