Aunque el problema viene de tiempo atrás, los ocho años de Uriel Gallego, tercamente sostenido por Alvaro Uribe, no fue sino una feria de ineptitud y corrupción. Ocho años en los que como la parábola bíblica, la solución a los graves problemas de infraestructura pasó por su ministerio como el rayo de luz por el cristal, sin romperlo ni mancharlo.

Recién empezó el presente gobierno se destaparon las ollas podridas de la gestión de Uriel Gallego. Grandes contratos que se otorgaron sin cumplir los requisitos, sin atender los requerimientos ambientales, sin demostrar la fortaleza económica de los licitantes, sin blindar los contratos contra el incumplimiento, dejándolos abiertos para que fueran incrementando sus costos a niveles exorbitantes y, parálisis de las obras, que debieron de nuevo ser estudiadas durante el primer año de esta administración, corrigiendo los desafueros de quien sabía más de maternidad que de obras públicas.

Un gran reto para el presente gobierno es la infraestructura vial y poco a poco, después de corregir el rumbo de estos ocho años nefastos, está comenzando la ejecución de grandes obras viales, destinándose varios billones de pesos para echar a andar esta necesaria locomotora del desarrollo.