En esta otra Colombia que todos soñamos y que ahora se intenta construir a través del proceso de paz con las Farc, ¿será posible que el líder de la cultura del atajo, del depredador de la ley y de la justicia, podrá ser procesado?

¿Será posible que el hombre que legisló en causa propia, que compró su reelección, que fue apoyado por paramilitares en la llegada al poder, que dio origen a uno de los gobiernos más corruptos de los últimos tiempos, sea procesado?

Colombia comienza a dejar atrás el paréntesis uribista de asalto a la ley, pero no creo que tenga la fortaleza necesaria para llevar a los tribunales al jefe de la banda de delincuentes que tuvo en sus manos el país por ocho años.

Quizás la sanción que le espera es que su "obra de gobierno" basada en la venganza, esté siendo desmontada ladrillo a ladrillo y que su sueño de convertir la Seguridad democrática en política de Estado, quede como un capítulo agridulce de nuestra historia en el que el remedio resultó peor que la enfermedad.

Una política, que como la del Tercer Reich, estaba destinada a durar mil años, a los dos años de su salida del poder, apenas quedan los coletazos de su ira y su verborrea. Se le agradece que haya arrinconado a las Farc, pero jamás que para ello hubiera prostituido el Estado y abierto la puerta de la impunidad a los paramilitares.