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Un caso de impunidad que cruza fronteras y no recibe respuesta
“Puedo matarte si quiero, soy diplomático”
Por: Enrique Patiño / Especial para El Espectador /
Una colombiana, pareja de un agente secreto británico en misión en Colombia, denuncia un grave caso de violencia.


Odilce Peinado tuvo una hija de Edward James en noviembre de 2008. Hoy lucha por los derechos de la menor. / Luis Ángel - El Espectador

Durante dos horas los golpes llovieron sobre su cuerpo. Hubo un momento en el que Odilce Peinado logró desconectarse del mundo, entrar en un limbo mental y dejar de sentir el dolor que le causaban los puños de su pareja británica. En ese estado, un atisbo de conciencia siguió dándole fuerzas para aferrar a su hija recién nacida, oculta bajo el cuenco de su cuerpo. De nada valieron los gritos de la madre del hombre, una mujer de 85 años, también británica, que rogaba el fin de la tortura. Ni la alarma que ocasionó entre los vecinos y que obligó a intervenir a la policía. Él, sin arrepentimientos, aseguró que no le podían hacer nada porque era un ciudadano británico, un agente secreto al servicio de la reina y que estaba protegido por su país.

Se trataba de Edward Paul James Gummery, en apariencia un diplomático, pero en realidad un agente que trabajaba como infiltrado contra el narcotráfico para las agencias de espionaje británicas Soca y MI6. Había conocido en diciembre de 2006 a Odilce Peinado, una vallenata de figura larga y facciones finas, quien en ese entonces se había labrado una exitosa carrera en el mundo de la marroquinería y había incluso incursionado en el modelaje. El premio Nuevos Diseñadores en la Feria Acicam ratificaba su trabajo, enfocado en una clientela de alto perfil, en especial miembros de embajadas. Entre ellos, Gummery.

La relación entre el británico y la joven fluyó durante cinco meses. La violencia apareció pronto, sin que Odilce lograra percibir el inicio de su catástrofe. Gummery sostuvo una relación con una prostituta, y aunque Odilce quiso cortar, la insistencia del agente secreto terminó doblegándola. En diciembre de 2007 le prometió un viaje a Inglaterra para presentarla ante su familia y le habló de matrimonio. Ella se ilusionó y se quedó a su lado.

Esa decisión cambiaría su vida: quedó embarazada y en noviembre de 2008 nació su hija Sofía. Se mudó con Gummery a una casa oficial de la Embajada Británica en Bogotá, para lo que tuvo que pasar el filtro investigativo de seguridad oficial, que incluía una pesquisa de sus antecedentes. Fue aprobada para convivir con el agente secreto. Pero en pareja la vida fue hostil. El británico ejercía su labor como espía y volvía cargado de agresividad. Apenas nació la niña, dejó de lado su máscara y en frente de su propia madre, que había llegado a visitarlo desde Londres, llevó a cabo la golpiza de dos horas en la que Odilce no pudo hacer más que proteger a su hija hasta perder la noción del mundo. Un tumor entre sus costillas es el recuerdo que le quedó de ese día, junto con cuatro certificaciones de Medicina Legal que dan fe de las golpizas.

Sin embargo, en 2009 comenzó la real pesadilla. El inglés, al volver de sus operaciones encubiertas, arremetía contra Odilce. Desaparecía de la casa hasta tres días y, cuando volvía, lo hacía bajo el efecto de la droga. Su intelecto comenzó a minar y su nariz a sangrar. Los insultos y los golpes se volvieron cotidianos. Odilce, en mayo de ese año, lo confrontó y él le confesó su problema. Su misión en Colombia lo había vuelto adicto. La joven, aterrorizada, cometió el error de miles como ella: soportó el maltrato para que su hija creciera con su padre, a pesar de que la violencia sostenida, un total de $600 millones que su pareja gastó en droga y un intento por estrangularla hicieron insostenible la situación. Ella le dijo que lo dejaría. Él la amenazó de muerte.

Por una razón que aún no comprende, Odilce pensaba que podía salvarlo. Así que acudió a la Embajada británica y contactó al jefe de la agencia del servicio secreto de la corona británica MI6, David W. El 9 de noviembre de 2009 se reunió con él en el parque de la 93 y le solicitó ayuda psicológica para su pareja y protección para su hija. Cuando le explicó que había estado a punto de matarla, él le dijo: “No es un hombre para formar familia, sepárate”.

Las palabras del funcionario cobraron vigencia el 6 de diciembre de ese 2009, cuando el espía regresó de un viaje y apenas puso las maletas en la puerta golpeó de un puño a Odilce, que sostenía a su bebé en brazos. “Puedo matarte si quiero. Soy diplomático. Nadie me puede hacer nada”, le dijo. Ella escapó por las escaleras y se encontró con los guardias de seguridad del exministro de Defensa Gabriel Silva, quienes avisaron a la policía. A ellos, Gummery les dijo con sorna: “No pueden hacerme nada: mis contactos son sus superiores”. Los policías no se arredraron: la violencia intrafamiliar era superior a la potestad diplomática. Finalmente hablaron con el jefe del MI6 y su respuesta lacónica fue: “La que tiene que irse de la casa es ella. Es una casa oficial del gobierno inglés y la casa es de él”.

En su desespero, Odilce comenzó una cruzada equivocada: buscó que atendieran psicológicamente a su pareja y que protegieran a su hija. En vez de revelar que era víctima de violencia, quiso salvarlos a los dos. En la Embajada del Reino Unido le dijeron que estaba loca y ante sus llamadas insistentes y sus misivas fechadas decidieron vetarle la entrada. La negativa la llevó a contactarse con la Oficina de Relaciones Exteriores (FCO) en Inglaterra, que vela por el bienestar de las esposas de sus funcionarios. Shiona Morgan, la presidenta del ente, evaluó la situación y quiso protegerla: le dijo que, por ley, tenía los mismos derechos que su pareja y acceso a beneficios. Odilce se lo dijo a Gummery, quien se ofendió por haber sido denunciado y sólo atinó a decirle que Morgan era una “lesbiana típica inglesa”.

Escudado tras su fuero diplomático, burló las denuncias que Odilce le entabló en la Fiscalía y las demandas en la Procuraduría entabladas por el abogado Julio Alberto Rodríguez. Cuando lo citaron en la Procuraduría Séptima II de Familia, en la Procuraduría 36 II de Familia y en la Fiscalía, nunca asistió. Le dijo a Odilce que su amiga en la Procuraduría, Nancy Durán, lo protegía.

Odilce no quiso darse por vencida y se aferró a la casa para no quedar desamparada con su hija. Su relación la había alejado del diseño y el modelaje, y no tenía ingresos. Gummery decidió echarla a su manera: en marzo de 2010 le entregó un cheque por $30 millones para que se fuera. Odilce no se dio cuenta de que no tenía fondos porque estaba en la clínica acompañando a su hija, que había enfermado. Cuando quiso volver a la casa, no pudo entrar. El cheque era un engaño y Gummery se lo recalcó cuando la llamó desde Londres y le dijo que nada podía comprometerlo y que la iba a mandar a matar por haberlo denunciado.

Odilce se desesperó. Buscó al embajador John Dew y habló con él en su despacho, el 13 de mayo a las 10:30 a.m. Con lágrimas le contó su situación. El diplomático se mostró sorprendido. No sabía, dijo. Pero tres meses antes el FCO le había escrito a Odilce que el funcionario estaba al tanto de todo.

Su hija de 16 meses enfermó de nuevo y Odilce sintió que el mundo se le desmoronaba. Con dinero prestado entabló una demanda de alimentos en octubre de 2010 en el Juzgado Primero de Familia bajo el número de proceso 2010-1128. Llevó a la Embajada el embargo del sueldo de Gummery y encontró que tenía restringido el acceso por pedir los derechos de la niña legalmente. El FCO también le dio la espalda porque dijo que el espía ya no estaba en Colombia y, en ese caso, no se hacían cargo del asunto.

Odilce acudió ante la entidad del derecho del niño en Inglaterra (Child Support Agency), la cual le informó que ellos no podían proceder, ya que la niña estaba fuera del territorio británico, pero que Soca debía acatar la orden judicial del juzgado, ya que se trataba de los derechos de una menor. Nada ha ocurrido desde entonces, salvo un ir y venir de cartas y procesos judiciales que han consumido los últimos 22 meses de la vida de Odilce.

La respuesta fue una, ya fuera del gobierno británico acerca de su funcionario o sobre la demanda de alimentos; del Ministerio de Relaciones Exteriores y la oficina de Coordinación de Asuntos Internacionales, o de la sala Administrativa del Consejo Superior de la Judicatura: silencio. Y negación. Tampoco fue posible obtener una respuesta telefónica por parte de la Embajada.

Ante ello, Odilce entabló una tutela admitida y asignada por el Tribunal Superior del Distrito Judicial de Bogotá, en el que la magistrada Gloria Isabel Espinel Fajardo decidió favorecer y amparar los derechos de su hija. Sin embargo, misteriosamente, Leonor Cristina Padilla Godín, del Consejo Superior de la Judicatura, impugnó la orden del Tribunal. Así, la demanda por alimentos de la niña quedó en el limbo. Tanto fue así que Gummery entró a Colombia en enero de 2012 y, a pesar de la medida cautelar en su contra, pudo volver a salir.

Odilce se enteró y lo llamó con furia. “Moví mis contactos —le dijo—. Tu país es muy corrupto”. Ahora ella está en el ojo del huracán del servicio secreto por haber dado tantas batallas y haber suministrado demasiada información sobre uno de sus agentes ante la justicia colombiana. Se lo reclamó el mismísimo director de Soca, Hank Cole. “Él quería matarme”, replicó ella. “No tienes testigos”, le respondió el funcionario. Sin embargo, Gloria Stella Pérez, procónsul, evidenció un cambio de actitud al ser contactada este 14 de agosto. Explicó que “cuando una persona tiene doble ciudadanía y se encuentra en el país de su segunda nacionalidad, corresponde a las autoridades locales garantizar la seguridad del ciudadano involucrado. Además, cabe destacar que el gobierno británico no cuenta con fondos públicos para cubrir cuentas personales u ofrecer ayuda financiera”.




CONTINÚA............

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