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Denunciante Ultra
 |  Huyendo del régimen castrista
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 | Huyendo del régimen castrista
El incremento de los casos de refugio de cubanos en Colombia comienza a preocupar.  El caso de Alejandro no es del cubano que tuvo que salir de la isla porque el régimen le decomisó los bienes a su familia. Ni el del que emigró porque sentía que sus ideas políticas no encajaban en el país en el que nació, hace 42 años. Ni el del que tuvo problemas con los revolucionarios cuando supieron que había consagrado su vida a la santería. O el del homosexual a quien la policía golpeó y violó por andar “regando plumas” en La Habana. No. Su caso no es uno de ellos. Son todos los anteriores. Así aparece consignado en los registros de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) y en los de la Cancillería colombiana, ante la cual el biólogo cubano tramitó su solicitud de refugio en 2002, tres años después de ingresar como miembro de un programa de cooperación con el que Cuba envió a siete profesionales de la medicina a Bogotá. Sólo cuatro regresaron y, de los tres restantes, el único que logró que le reconocieran la situación de refugio fue Alejandro. Así, sin apellidos. Cuando terminó su misión oficial como asesor en temas de salud sexual y reproductiva vivió nueve meses en clandestinidad, fue celador de edificio, director de proyectos e investigaciones de la Liga Colombiana de Lucha contra el Sida y asesor sobre el tema en cinco departamentos. Tiempo después fue encargado por la administración de ‘Lucho’ Garzón para el manejo de la política de salud de la población LGBT de Bogotá, convirtiéndose en el primer transgenerista en ocupar una responsabilidad pública en la ciudad. Con la alcaldía de Gustavo Petro acaba de quedarse sin trabajo, aun cuando su representatividad en la comunidad LGBT es evidente con sólo hacer un clic en internet. Sin digitar apellidos. Pero no todos tienen su suerte. Él decidió legalizarse en 2002 y sufrió los dos años siguientes haciendo trámites ante la Cancillería colombiana hasta que le concedieron el refugio. Es uno de los 58 cubanos que lo tienen en Colombia (de una población de 219 extranjeros, en la que también hay 24 nicaragüenses y 17 venezolanos). Pero las solicitudes siguen creciendo. Apenas en 2011 hubo 54, de las cuales una resultó aprobada y las otras siguen en trámite. No todos vienen directamente de Cuba. Algunos salieron de la isla en los programas de cooperación con Venezuela. Casi todos son médicos, algunos deportistas y hasta estudiantes de intercambio. El problema para ellos es que después de que hayan violado su compromiso de regresar, es muy difícil que se les permita hacerlo. Y que temen represalias si se las arreglan para entrar de nuevo a su patria. Una curiosa variación de la tragedia de los refugiados, pues no están huyendo de un Estado que los persiga, sino que sospechan que serán perseguidos si vuelven. El gobierno cubano, por su parte, no reconoce represión y su respuesta a aquellos que intentan regresar a destiempo es comprendida por personas como Alejandro: “Ellos invirtieron mucho dinero en tu formación, así que si creen que no vas a volver tampoco les va a gustar mucho”. Alejandro ya no se preocupa por eso. Dice que en Bogotá descubrió derechos que en su tierra son conculcados y está a gusto con su vida de activista de DD.HH., que le ha permitido representar a Colombia en encuentros LGBT de tres continentes. Pastoral Social, la entidad que opera en Colombia los programas de la Acnur, lo respalda permanentemente. Eso sí, extraña a su familia. Al hermano mayor que emigró como balsero hacia EE.UU. y murió en 2009, tres años después de conseguir dicho sueño. A los padres y abuelos, antaño orgullosos promotores de la causa revolucionaria. A los 15 tíos y primos con los que compartía cuarto en época de penurias. A los hijos de ministros que llegaban en carro a estudiar en su mismo colegio por cuenta de una igualdad que a él le suena más bien dispareja. A quienes no lo juzgaron por “regar plumas” (como él mismo dice) y hacer los shows musicales de transformismo que ahora presenta en Bogotá. Y a su madre, la mujer que le ruega no volver a Cuba y por cuenta de la cual tampoco se atreve a dar el apellido.
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