Lo chistoso del cuento es que ahora se viene a descubrir que el supuesto espía es en verdad un periodista independiente que trabaja para el grupo editorial español Edefa, aunque la corresponsalía se circunscribe a Colombia.

Simplemente metió las narices para algún artículo que estaba escribiendo y Ortega lo aprovechó para armar un escándalo tortuoso, como si se tratara de una gran potencia y no de un país empobrecido padeciendo una más de tantas dictaduras de su historia.

Queda de todas formas como una simpática anécdota de la estupidez de un gobernante y de los cuatro gatos que se creen sus delirios.