Lo malo del cuento es que no es una excepción, sino una simple muestra de una sociedad que hace mucho convive con la muerte, que es capaz de llamar a seres humanos que ella misma ha engendrado con su catálogo de desigualdades y minorías privilegiadas, como "desechables".

Una sociedad enferma que todo lo pretende solucionar matando a lo que no le gusta, que es capaz de atacar con cilindros de gas una iglesia repleta de feligreses, o utilizar la motosierra para desmembrar cadáveres y echarlos a los ríos, de llevarse ingenuos muchachos para luego matarlos e inventarse logros militares, los que predican la aniquilación de todo el que no esté de acuerdo, los que insultan, denigran, rebozan odio contra lo que no les gusta porque en su imaginación no se admite que alguien pueda pensar diferente.

Una sociedad incapaz de sentir compasión, que ha hecho de la trampa su razón de ser, de la guerra su negocio más rentable y del odio su emoción más preciada. Estos animales uniformados no son sino eso, ejemplos de una Colombia que se levanta indignada contra un periodista extranjero sencillamente porque es capaz de cantarle las verdades en vez de llorarle sus mentiras.