Ese es el problema, que por la formación cultural que hemos recibido por siglos, nuestro mundo está circunscrito a sólo dos opciones, el bien y el mal, y eso lo traducimos a la vida diaria. En ese sentido somos fundamentalistas. Pero el mundo no funciona así, pese a que los políticos se nutren de un mundo polarizado.

La izquierda y la derecha no son ni malas ni buenas. Simplemente son maneras de interpretar el mundo. Lo que perjudica la buena marcha de la sociedad es etiquetar en vez de dialogar, insultar en vez de debatir, creerse que existe una verdad única fuera de la cual no hay salvación.

La verdad es relativa como el mundo mismo. Hay unos principios universales y sobre ellos cada quien construye su propio edificio. La derecha conservadora tiene mucho que aportar, al igual que el centro liberal o la izquierda democrática. Unas veces triunfarán unos, otras lo harán sus rivales y le darán impulso a su país desde su particular punto de vista, pero siempre respetando la Constitución y las leyes que es sobre lo que se funda la democracia.

Los extremistas, en cambio, no pretenden construir sino destruir y por ello deben ser rechazados y aplicárseles todo el peso de la ley, porque atentan contra toda la sociedad.