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Predeterminado Diversidad regional se volvió motivo de insultos. Calificación: de 5,00

Los mejores licores
Un diputado de Antioquia acaba de comparar a los chocoanos con una masa compacta de excrementos. Claro que él no lo dijo con tanta elegancia. Se le olvidó que los culpables del abandono miserable en que vive el Chocó son, precisamente, los dirigentes políticos, empezando por los diputados.
Hasta hace unos años, cuando un colombiano quería agredir a otro, lo primero que se le ocurría era mentarle la madre. Ahora lo que hace es echarle en cara la región de donde proviene, como si eso fuera motivo para un ultraje.

"Todos los costeños son perezosos", he oído insultar mil veces en Bogotá. "Todos los cachacos son hipócritas", he oído ofender mil veces en Barranquilla. Si usted quiere comprobarlo, no necesita desplazarse muy lejos: aquí mismo, en las páginas electrónicas de EL TIEMPO, basta con echarles una ojeada a los comentarios que escriben los lectores.

Eso fue lo que hice una mañana de estas. Más me valiera no haberlo hecho. De repente me encontré atrapado en un tiroteo de agravios. Sus autores, que se parapetan en una trinchera de seudónimos, me espantaron, corriendo, como alma que lleva el diablo.

"En esas regiones calurosas", trinaba alguien que firma como Gerrez, "la mayoría son chatos y tirando a negritos. De blancos y ojos azules, pocón. Flojos para el trabajo. Solo ellos se ven lindos".

Quién dijo miedo. Ahí mismo estalló la bomba atómica. "Porque somos caribes y ustedes son chibchas", le retrucó Eparra. "Nosotros somos francos y alegres, pero ustedes son sucios y solapados. No son apetecibles para las mujeres".

Un buen hombre de Cali intentó llamarlos a la compostura.
"Cállese, imbécil", lo regañaron en coro, "que los caleños no sirven sino para bailar salsa". Crecía el número de combatientes. Las municiones que se lanzaban eran cada vez peores. Confieso que me avergüenza repetir lo que se dijeron a continuación, pero confórmense con saber que parecían diputados. Salieron a relucir madres, esposas, racismos, aberraciones. Nunca supe cuál era el tema que discutían porque ni siquiera lo mencionaron. En materia regional, el país se nos ha ido llenando de estereotipos, de lugares comunes, de agresiones gratuitas. Al cabo del tiempo, y a fuerza de repetir las mismas necedades, hemos terminado por creer que todo paisa es tramposo, que todo pastuso es tonto, que todo santandereano es peleonero, que todo llanero duerme sobre un caballo, que todo boyacense es taimado, que todo guajiro es contrabandista y que todo opita no es más que un pastuso de tierra caliente.

Por estos días acaban de estrenar en televisión la comedia de un caballero bogotano, tan bogotano él que se apellida Umaña, al que le entra la ventolera de hacerse pasar por costeño y termina por enredar a toda su familia en ese embeleco pintoresco.

Nada nuevo, en realidad, aunque la historia resulte divertida. Ya ocurrió un caso semejante, hace muchos años, pero por partida doble y en la vida real. Un distinguido jovencito costeño, muy talentoso él, se fue a estudiar a Bogotá, y lo hizo con tanto ahínco que llegó a ser ministro de Estado. Se volvió un personaje de campanillas.

Cada vez que venía de viaje por estas tierras marinas, en visita oficial o de familia, se le daba por hablar arrastrando las 'erres' y por decirles 'chinos' a sus amigos, silbando suavemente entre los dientes, como una dama de Usaquén, hasta que en Cartagena no aguantaron más y le clavaron el apodo de 'Cachaco falso'.

Lo gracioso del cuento es que, apenas su avión de regreso aterrizaba en Bogotá, sufría una extraña metamorfosis lingüística, se comía las 'eses', devoraba sílabas enteras, le decía 'hermanito mío' al maletero y golpeaba las palabras como si estuviera matando mosquitos. Los bogotanos, obviamente, acabaron llamándolo 'Costeño falso'. Me parece, si mal no recuerdo, que una madrugada trágica murió asfixiado por un ataque de doble personalidad. La autopsia reveló que tenía los cables invertidos.

En la orilla opuesta, Pacho es un ejemplo de lo que puede lograr la inteligencia cuando se enfrenta a las majaderías del medio ambiente. Pacho es un periodista nacido en las montañas andinas, tímido por naturaleza, que resolvió afincarse en Cartagena. Le encantaba el fresco de frutas tropicales que vendían por esa época frente a la bahía, en los quioscos del Muelle de los Pegasos, que vivían repletos de clientela.

-Por favor -le pedía Pacho al fresquero-. Tenga la amabilidad, si no es mucha molestia, de prepararme un refresco de guanábana en leche.

El dueño atendía a todo el mundo, menos a Pacho.

-Uno de níspero, ahí -ordenaba un taxista dicharachero que acababa de llegar. Se lo servían en el acto.

Observando a los seres humanos, Pacho aprendió que no se trataba de una discriminación perversa, sino de sutilezas culturales. "Lo que para el cachaco es un gesto elemental de educación", me dice Pacho, "para el costeño son rodeos innecesarios y afectados, ganas de perder el tiempo".

Santo remedio: a partir de entonces, Pacho llegaba al quiosco, pedía "uno de zapote, pero rapidol", y se lo batían de inmediato. Engordó de tanto tomar fresco de mango CON leche, aunque jamás pudo conseguir que le hicieran un refresco de níspero EN leche.

Esa es la diferencia que los colombianos no hemos aprendido a valorar, no sabemos reconocer y no queremos respetar. El sabor, el olor, el color, el dolor y el amor del país radican, precisamente, en esa diversidad. Umaña sí lo sabe, como Pacho, y por eso está emperrado en aprenderse unas canciones vallenatas que acompañen a sus bambucos.

Pero, en vez de disfrutar esa riqueza, múltiple y variopinta, hemos desperdiciado la vida midiendo a todo el mundo con la misma vara, como si los dedos de la mano fueran iguales. La viuda de carne salada no mantiene relaciones con el ajiaco santafereño, la bandeja de fríjoles no se puede ver ni en pintura con la pepitoria de chivo, el aborrajao relleno de bocadillo le quitó el saludo al rondón sanandresano de pescado, y la changua caballuna, que es capaz de parar un muerto a la medianoche del viernes, sufre en silencio los desprecios que le hace el insulso huilense. Conozco una yuca harinosa que se cree de mejor familia que una papa humeante.

De manera, pues, que así como nos dimos a la tarea empeñosa de convertir los contratos públicos en un delito, también hemos logrado que la variedad cultural, que debería ser nuestro patrimonio más valioso, se transforme en una ofensa. Ser distinto ya no provoca interés, sino escarnio. Como si en Bogotá no se consiguiera un perezoso ni en Barranquilla hubiera hipócritas. En todas partes se cuecen habas, y no solo en Boyacá.

Se me quedaba entre el tintero una rogativa final: Dios permita que Umaña aprenda a tocar ese bendito acordeón. Pero, sobre todo, que aprenda a hablar como un costeño verdadero.


Juan Gossain. El Tiempo. 11 Mayo.

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