Era demasiado humillante para soportar. ¿Cómo pude caer en este chantaje? ¿Qué mal he hecho yo para merecer esto? No tuve más remedio, me doblé las rodillas y se me alejé aún más las piernas y también traté de meter mis caderas hacia delante para ver si él se quedaba satisfecho. Yo estaba equivocada y él continuó:
- Más. te Quiero más despatarrada.. Más... así... Un poco más... Más... ok... Así está bien... jajaja... ¡Qué maravilloso. Fantástico para ver bien, una niña de 17 años desnuda en 4 y toda mojadita... jajaja... Estoy casi gozando sin tocar mi verga... Esto es increíble. ¿Cuántas veces me masturbé imaginando esta escena...? ¿Cuántas conversaciones en el chat que quedaban tan sólo en la promesa y nunca hubo una oportunidad de realización...? jajaja... Y ahora... jajaja... Estás a mi completa disposición, puta. Tendré, sin duda la envidia de muchos hombres... jajaja.
El monólogo fue largo. Él no podía dejar de hablar mientras jugaba con los labios de mi vagina. Parecía incansable, pues sujetaba reiteradamente mi clítoris entre sus dedos pulgar e índice, dando tirones y apretones. Después volvía a jugar con los labios con la máxima tranquilidad. La posición era muy incómoda. Yo no aguantaba tanto tiempo está tan abierta y tan empinada hacia adelante.
Mi llanto era continuo y en ningún momento él mostró compasión, sino todo lo contrario. Mi miedo y mi vergüenza le servían de estímulo para buscar un nivel cada vez mayor un grado de exigencia. Él sabía muy bien lo cuanto yo estaba en sus manos. En ese día, no hizo ningún tipo de penetración dentro de mi cuerpo, incluso sus dedos, lo que me dio un cierto alivio, pero lo que vendría en los otros días en su casa, sería inimaginable.
Después de varios minutos jugando con mis partes íntimas, volvió a tomar una copa de whisky y luego extendió su mano al suelo y me cogió la barra de labios que había tirado junto con mis pertenencias que estaban en mi bolso. Se levantó de su silla y comenzó a pasar la barra de labios en mis labios de mi boca, dejando todo borroso y luego comenzó a trabajar alrededor de mis pezones, dibujando pequeños círculos.
Me quedé estaba callada e inmóvil, porque pensé que debe estar poniendo a prueba mi sumisión. Luego volvió a sentarse en su silla y empezó a frotar el lápiz labial por los labios de mi vagina, dejándola muy roja. Por último, volvió a inclinarse hacia atrás en su silla y con la punta del palo de madera, empezó a frotar entre mis muslos y la concha. Reía sin parar, a punto de casi asfixia. Pensé en ese momento pedirle de rodillas detenerse, yo ya no aguantaba tanta humillación, pero la verdad es que sentía mucho miedo de su reacción. Luego que pasó su ataque de risa, dijo:
- Lograste algo nuevo en mi vida. Me hiciste venirme en abundancia en los pantalones sin tocarme... Esto es impresionante, pero no importa, habrá muchas otras oportunidades, jajaja. - Luego se levantó y dijo: - Por hoy ya está bueno, ya puedes ponerte normalmente.
Eso fue un alivio. Recogí mis piernas en posición normal y traté de secar las lágrimas. Él aun seguía comiéndome con los ojos...
- Te voy liberar para que te vayas, pero te daré una tarea y que la cumpla hasta mañana cuando deberás volver a 14h.
Un escalofrío enorme subió mi columna vertebral:
- ¿Mañana? ¿El Señor me quiere mañana? ¿No fue suficiente? Se lo ruego, libéreme, yo hice las cosas aquí nunca pensé... e...
Ni siquiera terminé la frase y tomé una bofetada en la cara que me hizo caer al suelo y él entonces gritó:
- ¿QUÉ NO ENTENDES QUE SOS MI ESCLAVA? EXIJO TU PRESENCIA AQUÍ EL TIEMPO QUE YO QUIERA.
La palabra "esclava" se hizo eco en mi cabeza. Fue horrible haber escuchado. Yo estaba completamente descontrolada. Empecé a gritar y llorar compulsivamente y él luego me jaló de los cabellos y le dijo cara a cara conmigo:
- Ya lo sé mañana por la tarde no tenes que ir al colegio y estoy siendo muy bueno dándole la oportunidad de ir a la escuela en la mañana para cubrir las apariencias en tu casa, ¿lo entiendes perra?
Con las lágrimas apenas pude asentir la cabeza. Luego continuó
- Bueno, ahora que estamos, vamos a seguir... Te voy a dar una misión y la quiero muy bien hecha, ¿entendes?
- Cualquiera que sea Señor.
- Es una afrenta que una esclava traiga pelos en el cuerpo delante de su dueño, por eso te mando a afeitarte completamente desde el cuello hacia abajo, volviendo muy suave.
¡Qué locura! ¿Hasta dónde iría? Me pregunté. En ese momento no le dije nada, tan sólo me quedé atónita al oír la crueldad que salía de su boca. Mis cosas estaban esparcidas por todo el piso, lo único que había tomado eran mi ropa interior. Estiré la mano para que me la diera, pero en lugar de devolvérmelo, agarró un encendedor y le prendió fuego frente a mí diciendo:
- Está prohibido usar estas porquerías y de ahora adelante podes usar mini-falda o vestido corto sin nada abajo,
Definitivamente que estaba loco, así que ¿cómo iba yo a ir asípor la calle? En ese momento se abrió paso y no me atreví a decir:
- No se puede hacer, la gente va a percatarse, yo juro, se...
Yo ni siquiera terminé la frase porque lo vi fruncir el ceño y me dio mucho miedo, y luego guardé silencio. Por supuesto, esto atrevimiento se quedaría olvidado. Él tomó unas tijeras y empezó a cortar mi vestido, dejándolo super corto y me ordenó que lo vistiera. Sin una palabra más, porque yo sabía que cualquier palabra pronunciada por mí sin su permiso, sería peor de lo que ya era. Me puse el vestido y me di cuenta que había pelusa en las puntas, por haber sido mal cortadas. Él me miró de pies a cabeza y dijo que daría para cortar un poco más. Por muy poco no abrí mi boca. Yo en silencio lo dejé que cortara un poco más hasta que él se quedó satisfecho:
- Listo, ahora está perfecto.
El vestido se quedó tan corto que yo tendría que caminar erguida con el cuerpo bien erecto, porque cualquier movimiento y se me aparecía mi culo o mi vagina. Todo lo que pensé en ese momento era ¿cómo coger el autobús de esa manera? ¿Y cómo llegar a la casa? La desesperación me mataba, pero allí, en presencia de ese maldito, no podía hablar ni hacer nada y acepté resignada.
Por último calcé mis sandalias, recogí todas mis cosas del suelo, volví a guardar en el bolso y recogí los folletos. Estaba llegando lentamente hacia la puerta con miedo de cometer algún error y todavía ser castigado, así que me volteé hacia él y le pregunté:
- Mí Señor me permite irme ahora?