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Antiguo 02-05-2012 , 16:19:17   #3
Luisypher
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Respuesta: Guerra de las Malvinas: 30 años del hundimiento del crucero General Belgrano

Final del relato de Marcelo Pozzo

RESCATE

Por suerte, la mañana siguiente amaneció con mejor clima, permitiéndonos ver el sol de a ratos y dándonos esperanzas en cuanto a la proximidad del rescate. La mañana pasó sin novedad, creo que dormí un poco hasta que a eso de las 13:00 hs. un avión Neptune pasó rasante saludando con sus alas al mejor estilo película de Hollywood. Te imaginarás la desesperación que teníamos por hacerle señales para que nos vea: tratamos de encender las bengalas (con instrucciones ¡¡EN INGLÉS!!!) y fallamos en las que disparan, pero tuvimos éxito en las de mano. Desesperados, pensando que éramos los únicos sobrevivientes ya que no veíamos a nadie cerca. Después nos dimos cuenta que los vecinos más cercanos estaban a menos de 100 m; el problema era que la profundidad de las olas hacía que las balsas “desaparecieran” en sus senos y cuando nosotros subíamos, apenas divisábamos una o dos balsa en la lontananza.

Seguían los comentarios, algo más animados. Al poco tiempo, apareció otro avión, creo que un F28 de la ARA y otra vez empezamos con los gritos, aullidos, viva la patria y todas esas cosas que son en realidad más para adentro que para afuera. El rescate no podía tardar. Lo extraño para mí en toda esa situación era que no conocía a ninguno de los que me acompañaban. A algunos era la primera vez que los veía, pero el sentimiento y la comunión que había sobraban para nombrar los “amigos de toda la vida”.

Poco rato después se hizo de noche nuevamente y así pasó el lunes; nadie lo expresaba, pero todos teníamos miedo de otra “nochecita” como la anterior, así que las guardias en la porta eran permanentes y más con intención de ver el rescate que de cumplir la función específica. A pesar de los avistajes del mediodía, recién a medianoche empezamos a ver los reflectores de los buques de rescate, que poco a poco se iban agrandando; recién a las 04:00 hs. del martes un reflector se fijó en nuestra balsa y acompañó la maniobra hasta que abarloamos y tomamos contacto. En nuestro caso, fue el Aviso Gurruchaga el que nos rescató; maniobraba con dificultad, por el estado del mar, bastante movido todavía y que tenía otro pronóstico de tormenta para esa noche, que por suerte venía demorada.

Para abordar la instrucción fue que rompiéramos el techo de la balsa, cortándolo con las navajas marineras que teníamos en nuestro poder. Cuando mis compañeros lo hicieron pensé que sería un problema volver a usarla con el techo así: pensé que ¡ése era mi barco! algo loco, ¿no? Siguiendo las instrucciones, pidieron que subieran los heridos primero. Parece que yo era el único a bordo, así que me paré y me prendí de la escala de desembarco que colgaba de la banda de babor del Gurruchaga; subí un par de escalones hasta que mirando para arriba les grité: “suban que no doy más!”. Me subieron a bordo y en el preciso instante en que dos marineros me abrazaron, mi cuerpo se desconectó; literalmente, estaba consciente, podía ver la cubierta por donde me arrastraban pero no podía mover un músculo, ni siquiera podía mantener la cabeza erguida. De ahí me llevaron al interior, me desnudaron, me hicieron las primeras curaciones y me cubrieron solo con una manta. Todavía mis compañeros me cargan cuando nos vemos porque, cuando recuperé las fuerzas, me paseaba en bolas por el barco, saludando a todos, hasta al Capitán, que en ese momento me abrazó.

EN TIERRA

Bueno, la cosa siguió así: cuando llegamos a Ushuaia me llevaron al Hospital Naval y me hicieron las curaciones correspondientes; me trataron bárbaro, la gente te daba mucha fuerza, enfermeros, médicos, la gente de la ciudad venía al hospital y nos atendían y te daban charla; ahí me junté con otros cuantos que estaban quemados o sufrieron el frío. Se rescataron varios cadáveres de gente que abandonó en balsas donde la cantidad no superaba los 5 tripulantes; se rescataron un par de balsas dadas vuelta, una con un par de cadáveres, la otra vacía. El agua en el piso provocó varios “pie de trinchera”, pero todos estos casos se salvaron de mayores (amputaciones).

De ahí me llevaron en un avión sanitario al Hospital Naval de Puerto Belgrano, junto con el comandante: nos daba mucha fuerza el viejo y nos alentaba constantemente con frases como “¡fuerza, mis conscriptos!” o “¡vamos, marino!” ¡Un kilo, se pasó! No obstante, en la camilla arriba de la mía estaba un cabo ppal. que no aguantó y falleció, así que todos rezamos por su descanso en ese momento.

Cuando llegué al hospital me metieron en una sala de terapia intensiva. Vino un capitán médico con una palangana y un cepillo de cerda, de esos para lavar la ropa, y me dijo: “¿qué preferís: lavandina o jugo de limón?”. No entendía nada, pero por las dudas elegí lavandina, ya que me acordaba que de chico, cuando te caía jugo de limón en alguna lastimadura te ardía mucho; el tipo llenó la palangana con lavandina, cazó el cepillo y me dijo: “gritá todo lo que quieras, pero si me tocás, ¡te pongo un bollo!” y empezó a cepillarme las heridas de las piernas; los gritos míos se escuchaban hasta en la Antártida.

Después me explicó que para evitar que la herida se infecte, el método más efectivo era ése. Cuando terminó con las piernas siguió con el antebrazo y con la mano y hasta ahí llegue; cuando terminó me desmayé. De más está decirte que las heridas por quemaduras son muy dolorosas, no solo por el tratamiento, sino por la recuperación; zafé de los injertos, a pesar de tener quemaduras de 1°, 2° y 3° grado en un 25% de mi cuerpo.

Lo más grande fue cuando un par de días después, el jueves, del lado de afuera de la ventana de la habitación aparecieron mis viejos: mi mamá, como todas las madres, se largó a llorar (¡y no paraba!) y mi viejo hacía algunos chistes (malos, por cierto) aguantando las lágrimas. Ellos no tenían noticias mías desde el hundimiento así que estaban desesperados; mi vieja se coló en un pasillo y nos vimos justo cuando me llevaban a terapia para las curaciones: ¡ahí me di cuenta de lo jodido que estaba! lo noté en su cara que apenas alcanzó a darme fuerzas...

Bueno, saliendo de esto, que me estoy poniendo algo melancólico, pasé 30 días internado y después me redestinaron a Bs.As., para seguir haciendo la colimba! hasta octubre del 82. Por suerte caí en el Apostadero Naval de Dársena Norte y fue bastante liviano, ya que en los 4 o 5 meses de colimba que pase ahí hice una guardia de imaginaria y otra apostado. ¡Claro! era el furriel que confeccionaba las listas de guardias, así que te imaginarás, todo el mundo venía al pie a la hora de los problemas...

A partir de ahí parece que todos los que vivimos esa situación tenemos un mensaje común: existe un solo problema que no tiene solución y se trata de la muerte. Todo lo demás es solucionable o pasajero.

Es algo así como que se necesita una vivencia tan profunda para entender la verdadera escala de valores. Y todos coincidimos en lo mismo; salvo contadas excepciones, la mayoría de nosotros, oficiales, suboficiales y colimbas hemos salido adelante laboral y/o profesionalmente, formando nuestras familias y creciendo humanamente. Pero nunca perdimos, más bien mantenemos y reafirmamos el espíritu de cuerpo: seguimos viéndonos periódicamente, donde nunca faltan las anécdotas de aquella época; pero el sentido más importante que motiva estas reuniones es resaltar el honor y el orgullo de haber pertenecido a aquella dotación del Crucero General Belgrano. Y como misión nos hemos impuesto honrar a los 323 compañeros, héroes, que quedaron en el sur dando su vida por una causa justa, por la Patria.





Marcelo Pozzo
[email protected]

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EL PIRATA APORTA Y OPINA
LE GUSTA EL BUEN ROCK&METAL
SIEMPRE PELEA POR SU BOTÍN


Última edición por _MALCON_; 02-05-2012 a las 18:48:45
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