Biodiversidad: entre la retórica y la prosperidad
Difícil que la biodiversidad sea otra locomotora del crecimiento. Pero sí podría ser riel y, acaso, destino final.
Si por biodiversidad se entiende “los seres vivos en todas sus manifestaciones”, es entonces una base de los procesos vitales que proporcionan los servicios de los ecosistemas que permiten el bienestar. De tiempo atrás, los científicos han insistido en el valor estratégico que la biodiversidad representa para Colombia, el segundo país más rico del mundo en especies. E.O. Wilson, de Harvard, quien acuñó el término, dijo que nuestro país es la Arabia Saudita de la biodiversidad, aludiendo a su posibilidad de generar valor a partir de los recursos biológicos.
Hoy, la palabra biodiversidad está en los discursos políticos. El presidente Santos contó con una consejería sobre el tema. Sin embargo, la riqueza biológica sólo podrá ser riqueza social con el valor agregado del conocimiento. Y en este sentido la situación es dramática. Las universidades hacen lo que pueden. La Nacional de Colombia, por ejemplo, tiene la mayor tradición por descubrir la flora y fauna del país.
Se requiere un puente entre la ciencia y la toma de decisiones. Colombia fue pionera con la creación del Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt, pero después de un inicio prometedor ha ido convirtiéndose en la Cenicienta del Sistema Nacional Ambiental. Pobre y digno, adelanta su tarea lejos del despilfarro demostrado por algunas de las corporaciones autónomas regionales. Sus responsabilidades no dejan de crecer, no así sus recursos. Hoy, el Humboldt tiene funciones cruciales en el plan de desarrollo; entre ellas, entregar información a la Agencia Nacional de Licencias Ambientales, recientemente creada, para dar la largada a las locomotoras del crecimiento. Además debe definir la estructuración ecológica del país, incluyendo la delicadísima tarea de deslindar los páramos de la actividad minera. Para todo ello no cuenta con los recursos necesarios.
Para empezar, la sede que recibió, en la Avenida Caracas de Bogotá, apenas podría acoger un instituto medio universitario. Su limitación de recursos, ya crónica, no podrá hacer seguimiento de las consecuencias de la minería, agroindustria, urbanismo, generación hidroeléctrica, es decir, de la salud ecológica del frágil territorio. ¿Cómo podrían plantearse así justas compensaciones para la minería? El presupuesto del Sistema de Información, en el cual participan otras entidades —cerebro integrador de la biodiversidad— ¡es el mismo desde hace 15 años! El Humboldt tiene 16 investigadores de planta, menos que Mutis en la Expedición Botánica. Y los salarios no dan para contratar a aquellos científicos que han sido enviados fuera del país a través de Colciencias. La situación del Humboldt es parte de nuestra vulnerabilidad ante el cambio climático. Es además una omisión que afecta la seguridad nacional, porque además del seguimiento de los recursos genéticos, es autoridad nacional en bioseguridad, para lo cual cuenta con $100 millones al año.
La limitación en la gestión pública del conocimiento de la biodiversidad es inaceptable. Para los conocedores, lo que Colombia invierte en ello no llega al 1% de lo requerido.
Difícil de entender además que dentro del mismo Gobierno se adelanten iniciativas sobre biodiversidad que no reconocen las funciones de autoridad que tiene el Humboldt. Con la pobreza crónica del Humboldt, cada universidad, CAR, Gobernación, ONG o empresa avanzará por su lado, sin que Colombia pueda consolidar un estándar y un valor agregado en el conocimiento de su biodiversidad. La miopía es histórica, y se da en medio de la retórica por la biodiversidad.
El espectador