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Antiguo 18-03-2012 , 14:09:05   #2
John Dillinger
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Kaffeetrinker 2 Respuesta: Del anticapitalismo y el ecologismo como alternativa política

Nos encontramos frente a un modelo generador de cambio climático. Según la organización GRAIN, más del 55% de los gases de efecto invernadero son provocados por este sistema agroindustrial, con un modelo productivo que deforesta y acaba con bosques y selvas vírgenes, que desgasta los suelos, con alimentos que viajan largas distancias, con la consiguiente conservación de los mismos en grandes frigoríficos y transporte de largas distancias.

Es un modelo que implica la pérdida de agrodiversidad. La FAO indica como en los últimos cien años ha desaparecido el 75% de las variedades agrícolas y ganaderas. La alimentación que conocieron nuestros abuelos y abuelas, e incluso padres y madres, tiene muy poco que ver con aquello que comemos nosotros. En las últimas décadas, se ha dado una creciente homogeneización en lo que respecta al consumo de alimentos, con la pérdida no sólo de agrodiversidad sino también de saber cultural.

Además, la agricultura industrial prescinde del campesinado y del conocimiento campesino. Actualmente, en el Estado español tan sólo el 5% de la población activa es campesina y su renta agraria se sitúa tan solo en un 55% de la renta general. Si estos desaparecen, ¿en manos de quién está nuestra alimentación?

Una transformación social y ecológica

Ante el impasse al que nos ha llevado el actual modelo civilizatorio, ahora más que nunca, cobra sentido la lúcida metáfora de Walter Benjamín que afirma que la humanidad es como un tren que va desbocado hacia el precipicio y que el rol de aquellos que luchamos por cambiar el mundo consiste en tirar de los frenos de emergencia antes de que el tren se despeñe por el precipicio.

Frente a la crisis ecológica global, que se entrelaza con la crisis económica y social, hay dos lógicas antagónicas que se contraponen. De un lado, la del beneficio a corto plazo y el tacticismo electoral permanente, propios del capital y la política gestionaria, encarnada por la mayoría de los gobiernos del mundo. Y, del otro, la lógica a largo plazo de la defensa de la humanidad, la vida y el equilibrio con la naturaleza, representado por el movimiento por la justicia climática. Una y otra marcan dos destinos alternativos. Para nosotros, la elección es bien clara.

De lo que se trata es de defender una perspectiva de transformación social y ecológica de la sociedad y la economía. ¿Y esto qué implica? Por un lado, una reconversión de los trabajadores de los sectores productivos ecológicamente insostenibles (de la industria armamentística, del automóvil, de la construcción), manteniendo los derechos laborales y creando nuevos empleos en sectores económicamente sostenibles como las energías renovables, la agroecología.

Significa una reducción masiva de la jornada laboral, trabajar menos horas manteniendo los salarios, creando nuevos empleos y favoreciendo un reparto más equilibrado del trabajo doméstico y de cuidados entre hombres y mujeres.

Se trata de prohibir los despidos en empresas que tienen beneficios. Es escandaloso que al mismo tiempo que Telefónica anuncia unos beneficios récord de más de diez mil millones de euros en el 2010 anuncie su voluntad de despedir al 20% de su plantilla en el Estado.

Implica una redistribución de la riqueza y de la renta. Quién más tenga, que más pague. Y combatir el fraude fiscal. Hoy se calcula que en el Estado español el fraude fiscal asciende a cien mil millones de euros al año, el doble de los recortes que Zapatero quiere llevar a cabo con el Plan de Austeridad 2010-2013. En vez de congelar las pensiones, recortar el salario a los funcionarios, privatizar los servicios públicos... se podrían hacer otras políticas fiscales.

Las alternativas pasan por poner en cuestión las relaciones capitalistas de propiedad. Defender la nacionalización del sistema financiero y de otros sectores clave como el energético. La banca tiene que ser un servicio público, orientado a satisfacer las necesidades sociales.

Se debe apostar por disminuir la sobre-producción y el consumo de bienes materiales, especialmente en los países ricos. Si todo el mundo consumiera como lo hacemos aquí necesitaríamos varios planetas tierra. Es necesario, por lo tanto, replantearnos nuestro modelo de consumo y combatir un consumo excesivo, antiecológico, innecesario, superfluo e injusto.

De hecho, la lógica del sistema capitalista necesita de este consumo compulsivo. Vender las mercancías que se producen a gran escala. Se promueve, por un lado, una serie de necesidades artificiales. Pensamos que necesitamos más para vivir mejor y ser más felices: un móvil de última generación, cambiarnos la ropa cada temporada.

Y por otro lado, la producción se basa en el mecanismo de la obsolescencia programada: los productos se elaboran para que tengan una vida corta, se estropeen al poco tiempo y se tengan que comprar otros nuevos: móviles que a los tres años dejan de funcionar, impresoras programadas para que al cabo de unas impresiones ya no funcionen. El documental de Cosima Dannoritzer “Comprar, tirar, comprar”, lo explica a la perfección.

Al pensar en una estrategia anticapitalista y antiproductivista para transformar la sociedad es importante incorporar las aportaciones de los movimientos indígenas como el concepto del “buen vivir”, que plantea otras relacionas entre la humanidad y la naturaleza, de armonía con la Pachamama, la “madre Tierra”. Unas demandas que fueron lanzadas con fuerza en la asamblea de movimientos sociales del Foro Social Mundial de Belén (Brasil) en enero del 2009 y en la Cumbre de los Pueblos sobre Cambio Climático y Derechos de la Madre Tierra en Cochabamba (Bolivia) en abril del 2010.

No se trata, pero, de caer en romanticismos o en idealizaciones del movimiento indígena, sino de integrar sus aportaciones y comprender sus propuestas, buscando un diálogo crítico entre movimiento indígena, ecologismo y pensamiento socialista.

Indignarse y organizarse

El punto de partida para enfrentarnos a la crisis social y ecológica es la resistencia social, la organización y la movilización, porque los cambios no se dan espontáneamente desde arriba sino que son fruto de la presión y la lucha en la calle. Es necesario, por lo tanto, construir otra correlación de fuerzas entre capital y trabajo.

Y la incapacidad para arrancar cambios significativos en las políticas dominantes, se explica, fundamentalmente, por la debilidad de la respuesta social frente a la crisis. Porque si hay un clima que queremos cambiar los anticapitalistas y los ecologistas: es, precisamente, el clima social. En el terreno social, sí que necesitamos un buen calentamiento a escala global.

En el fondo, lo que está en juego es una salida conservadora a la crisis o una salida en clave de izquierdas, anticapitalista, ecologista, feminista y solidaria. Las reacciones de los trabajadores en escenarios como el actual pueden estar dominadas por el miedo y el egoísmo o por la solidaridad y la rabia frente a la injusticia. Pueden orientarse hacia opciones progresistas o girar hacia alternativas reaccionarias. No hay ningún automatismo entre malestar y movilización social, y aún menos, entre movilización y movilización en sentido solidario.

Vivimos un momento paradójico, en el que el malestar acumulado es muy grande, pero al mismo tiempo hay una gran resignación y desánimo. Lo difícil no es convencer a mucha gente de que el actual modelo no funciona, lo más difícil es convencer a aquellos que ya comparten este diagnóstico de que es posible cambiar las cosas. Mucha gente está derrotada antes de empezar a luchar. Y ésta es la gran victoria del sistema capitalista: hacernos creer que “no hay alternativas”. La conquista de nuestro imaginario colectivo.

El reto que tenemos por delante es transformar el malestar social en movilización y acción colectiva, y reconstruir una cultura de la movilización, de la solidaridad y de la participación en los asuntos colectivos, en el centro de trabajo, los barrios, los centros de estudio. Y para ello es preciso obtener victorias concretas, que permitan mostrar la utilidad de la movilización, acumular fuerzas y preparar nuevas victorias.

Hace tiempo que la gente sólo viene experimentando, en general, derrotas y retrocesos, y necesitamos contra-ejemplos que muestren de que es posible cambiar las cosas. Creo que, precisamente, la consecuencia más importante de las revoluciones en el mundo árabe, para los movimientos alternativos en Europa, es que demuestran que movilizarse, que luchar, que organizarse, que salir a la calle sirve, que los fundamentos del actual sistema no son tan sólidos como parecen o como nos quieren hacer creer y que cuando el malestar se transforma en rabia y esta rabia en movilización popular, el poder de los que estamos abajo se vuelve imparable.

El ecologismo ha puesto tradicionalmente también mucho énfasis en ir más allá de la movilización, en promover un cambio de valores, transformar la vida y los hábitos cotidianos y construir alternativas prácticas que apunten, aquí y ahora, hacia “otro mundo”.

Desde este punto de vista, la acción individual es importante porque aporta coherencia en relación aquello que defendemos, es demostrativa y pone encima de la mesa que son posibles otras prácticas cotidianas. Quienes queremos cambiar el mundo debemos intentar buscar la mayor coherencia posible ente lo que hacemos y lo que decimos. Aunque partiendo de que la coherencia absoluta en el sistema capitalista en el que vivimos es del todo imposible.

Pero hay que tener, también, en cuenta que con la acción individual no es suficiente, no basta. A veces se puede creer que con cambiar nuestros hábitos cotidianos, uno a uno, cambiaremos la sociedad, y esto no es así. La acción individual no genera cambios estructurales. Estos sólo serán posibles a través de la acción colectiva. Es necesario romper el mito de que nuestras acciones individuales, por si solas, generarán cambios estructurales.

CONTINUA...

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" Guárdeselo, yo vine por el dinero del banco, no por el suyo."
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