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Kaffeetrinker 2 Del anticapitalismo y el ecologismo como alternativa política Calificación: de 5,00

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El punto de partida para un debate como el de hoy es constatar que la humanidad se encuentra frente a una crisis ecológica global que forma parte intrínseca de la crisis sistémica del capitalismo. Y una de las diferencias respecto a las crisis económicas anteriores, de los años 70 o el crack del 29, es, precisamente, su vertiente ecológica.

De hecho, no podemos analizar la crisis ecológica global de forma separada de la crisis en la que estamos inmersos ni de la crítica al modelo económico que nos ha conducido a la misma. También es necesario rechazar sin paliativos la lógica de maximización del beneficio del sistema capitalista y su orientación productivista que no tiene en cuenta los límites del planeta tierra.

La realidad es que estamos asistiendo a una verdadera crisis de civilización que tiene múltiples dimensiones: ecológica, alimentaria, de los cuidados, financiera y, como decía José Saramago, ética y moral.

Una crisis que en su conjunto pone encima de la mesa la incapacidad del sistema capitalista para satisfacer las necesidades básicas de la mayor parte de la población y que amenaza la propia supervivencia de la humanidad.

Por lo tanto, no estamos ante una crisis pasajera. La crisis va para largo. Y no hay luz al final del túnel. O peor aún, como ha señalado el filósofo Slavo Sizek, la luz al final del túnel ha resultado ser la de un tren en marcha que viene a toda velocidad contra nosotros.

Así lo demuestran los planes de rescate que se han aplicado a Grecia, Portugal e Irlanda, las medidas de ajuste del gobierno de Zapatero y los recortes anunciados en muchos otros países de la Unión Europea. Estamos ante una verdadera “guerra social en Europa”. Una ofensiva que busca acabar con los pocos derechos sociales que todavía quedan en el continente y que las empresas consideran un lastre para su competitividad en la economía global.

La crisis plantea por lo tanto la necesidad urgente de cambiar el mundo de base. Y éste es para mí el punto de partida para enfrentarnos a la crisis ecológica, y hacerlo desde una perspectiva anticapitalista y ecologista radical.

Viendo cómo va el planeta, lo qué me parece extraño no es ser anticapitalista, sino no serlo. Son aquellos que defienden este modelo, un sistema capitalista generador de pobreza, desigualdades y guerra quienes deberían justificarse. Así es como el anticapitalismo surge, como un doble imperativo: moral y estratégico.

De hecho, el fracaso de las pasadas cumbres del clima en Copenhague (diciembre 2009) y Cancún (diciembre 2010) ponen en evidencia la incapacidad del capitalismo para solucionar y dar respuesta a una crisis que él mismo ha creado. Ambas citas resultaron ser un fracaso absoluto y una oportunidad perdida donde ni siquiera la retórica hueca y la pompa de los jefes de Estado pudo esconder la falta de medidas reales aprobadas.

El acuerdo en Cancún mostró que estamos ante una vía muerta. Su objetivo era hacer creer, como señaló Daniel Tanuro, que había piloto en el avión. Pero, en realidad, no hay piloto. O más bien, el único piloto que hay es el automático. Y éste consiste en la carrera sin límites del capital para obtener el máximo beneficio. Se anteponen los intereses cortoplacistas y los tacticismos electorales a las necesidades a largo plazo de las personas y la naturaleza.

De hecho, las citas de Copenhague y Cancún dejaron claro que no hay voluntad política para dar respuesta a la crisis climática y ecológica a la que nos enfrentamos. Una solución real requeriría de transformaciones sociales y económicas profundas. Y se ha visto, claramente, que no hay voluntad de llevarlas a cabo.

Se plantean falsas soluciones al cambio climático, respuestas tecnológicas, en el marco del capitalismo verde, como si la tecnología nos pudiese salvar de este callejón sin salida al que nos ha conducido el sistema capitalista. Un buen ejemplo han sido los intentos, estos últimos años, del lobby pro-nuclear de presentar la energía nuclear como la alternativa a la crisis del petróleo. Una “operación” que se ha venido abajo con el accidente de Fukushima, en Japón, y que muestra como la energía nuclear, en palabras de Michael Löwy, trae la catástrofe como la nube la tormenta.

De hecho, se niega la causa central de la crisis climática: la lógica de este sistema usurpador, del crecimiento sin límites, que es el capitalismo y que nos ha conducido a una crisis global sin precedentes.

Cambio de paradigma

De este modo, la crisis plantea la necesidad de un cambio radical de paradigma y este cambio de paradigma se tiene que hacer desde una perspectiva anticapitalista. Pero, ¿qué queremos decir con anticapitalismo?

Anticapitalismo es el término que se ha ido imponiendo para designar un horizonte de ruptura con el actual orden de cosas. A menudo se señala críticamente el carácter negativo del concepto, pero esto es sólo una verdad a medias puesto que el anticapitalismo, como lo entendemos buena parte de quienes nos situamos en este campo, desemboca directamente en la formulación de propuestas alternativas a las políticas dominantes que apuntan hacia otro modelo de sociedad.

Algunas propuestas consisten en reivindicar que el sistema bancario esté al servicio de las personas y que no sirva a unos pocos para hacer negocio. Es necesaria la nacionalización de la banca. Exigir, así mismo, el acceso universal a la vivienda y la creación de un parque público de viviendas. ¿Cómo se entiende hoy gente sin casa y casas sin gente? En el Estado español, 250 mil desahucios en el 2010 y tres millones de pisos vacíos.

El anticapitalismo empieza con el rechazo a lo existente para pasar después a la defensa de otra lógica opuesta a la del capital y a la de la dominación. Los límites del término son, en cierta medida, los límites de la fase actual, todavía de resistencia y de (re)construcción, marcada por la dificultad de expresar una perspectiva estratégica en positivo y un horizonte de sociedad alternativo.

De hecho, los grandes conceptos que designan modelos de sociedad alternativos, como socialismo o comunismo, tienen hoy un significado equívoco debido al fracaso de los proyectos emancipatorios del siglo XX. Son necesarias experiencias fundadoras que sean capaces de imponer nuevos conceptos o recuperar los antiguos para designar un proyecto de sociedad alternativo.

Y para nosotros anticapitalismo y ecologismo son dos combates que tienen que ir estrechamente unidos. Cualquier perspectiva de ruptura con el actual modelo económico que no tenga en cuenta, como elemento central, la crisis ecológica está totalmente destinada al fracaso. Y a la vez, toda perspectiva ecologista sin una orientación netamente anticapitalista, de ruptura con este sistema, está totalmente desorientada, se queda en la superficie del problema y al final puede acabar siendo un instrumento al servicio de las políticas de marketing y del capitalismo verde. Hay que desmarcarse del ecologismo institucionalizado y situar el combate ecologista en una lógica de cambio de sistema. No queremos poner un barniz verde al actual modelo sino que queremos cambiarlo.

Frenar el cambio climático y atajar la crisis ecológica global, implica modificar de raíz el modelo de producción, distribución y consumo, y no simples medidas o retoques cosméticos. Las soluciones a la crisis ecológica pasan por tocar los cimientos del sistema capitalista. Por tocar el “disco duro” del este modelo.

El capitalismo global se basa en la privatización y la mercantilización masiva de los bienes comunes de la humanidad y la naturaleza y es incompatible con la preservación de los equilibrios del ecosistema. Hay muchos ejemplos que nos muestran como la lógica capitalista es responsable de la crisis ecológica y cómo una política ecologista seria debe enfrentarse a los intereses privados de las grandes empresas.

Sistema alimentario global

Un caso muy visible lo tenemos, por ejemplo, en cómo funciona el sistema alimentario mundial. El modelo de producción, distribución y consumo está en manos de un puñado de multinacionales que controlan la cadena agroalimentaria, del productor al consumidor final, y que determinan qué, cómo, de dónde viene y qué precio se paga al productor por aquello que comemos. Un monopolio que va desde el mercado de las semillas, donde actualmente unas diez empresas a escala mundial controlan el 70% de la comercialización de las mismas, pasando por la transformación de los alimentos, hasta la distribución en los supermercados. Y estas empresas anteponen sus intereses particulares a nuestras necesidades alimentarias y el respeto al medio ambiente.

De hecho, la cadena agrícola y alimentaria se ha ido alargando cada vez más provocando una pérdida de autonomía del campesinado respecto a la misma y un total desconocimiento del consumidor sobre aquello que compramos. No sabemos qué comemos, de dónde viene ni cómo se ha producido. Y está claro que si nuestra alimentación depende de empresas como Cargill, Monsanto, Dupont, Nestlé, Danone, Kraft, Carrefour, Mercadona está claro que nuestra seguridad alimentaria no está garantizada.

El impacto de las políticas neoliberales en la agricultura y la alimentación, a lo largo de las últimas décadas, nos ha conducido a un modelo agroalimentario profundamente injusto, depredador y generador de hambre. Según datos de la FAO, en la actualidad, una de cada seis personas en el mundo pasan hambre, a pesar de que la producción de alimentos no ha parado de aumentar desde los años 60, multiplicándose por tres, y la población mundial, desde entonces, tan solo se ha doblado. Por lo tanto, de comida hay, pero nos encontramos frente a un problema de acceso. Si no puedes pagar el precio establecido (cada día más alto fruto de la especulación financiera con las materias primas alimentarias, entre otros) o no tienes acceso a los medios de producción (tierra, agua, semillas... que se han ido privatizando), no comes.

¿Qué elementos caracterizan este sistema agrícola y alimentario? Se trata de un modelo fuertemente dependiente del petróleo, con una producción intensiva y el uso de grandes maquinarias que necesitan de combustible fósil; con la utilización de insumos químicos (pesticidas, insecticidas...) elaborados, también, con petróleo; alimentos kilométricos, que viajan miles de kilómetros antes de llegar a nuestro plato, cuando estos mismos se podrían elaborar a escala local.

CONTINUA...

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