Justicia y desobediencia






Uribe ha resultado ser el peor expresidente en la historia patria.

La justicia colombiana cojea, pero no llega. La reforma que necesita Colombia para que sus ciudadanos la tengan pronta y cumplida está empantanada. Las altas cortes se negaron primero a acordar con el Gobierno cambios indispensables para desentrabar la administración de justicia y ahora están logrando sabotear el trámite legislativo del proyecto en el Congreso. Cada cual prefiere defender sus prerrogativas a dentelladas, sin pensar en el interés colectivo. No se dan cuenta de que, con ese proceder, están abriendo otra vez el camino para una Asamblea Constituyente que las reforme, como sucedió en 1991, y facilitando que el uribismo se alce en abierta desobediencia civil contra ellas.

El proyecto inicial del Gobierno contenía tres propuestas de gran importancia (y otras cuantas más discutibles): la eliminación del inoperante y desprestigiado Consejo de la Judicatura, la precisión de que solo la Corte Constitucional pueda fallar tutelas contra sentencias y la posibilidad de descongestionar los juzgados mediante la delegación de funciones jurisdiccionales en árbitros y abogados eminentes. Solo la última está sobreviviendo, por ahora, el trámite en el Congreso. Los parlamentarios se han doblegado ante las intrigas de los magistrados y el temor que les produce la Corte Suprema. Los ciudadanos deberíamos hacer oír nuestra voz para que el Presidente movilice las mayorías de la Unidad Nacional y se haga la reforma que el país necesita.

Desde 1991 se han venido aumentando el número de juzgados y el presupuesto de la rama sin resultados visibles. Colombia ocupa uno de los últimos lugares en los índices de eficiencia y credibilidad de la justicia que forman parte de los índices de Competitividad de Davos y del Costo de Hacer Negocios, que elabora el Banco Mundial. La ineficacia de nuestro sistema de justicia está limitando nuestras posibilidades de crecimiento económico. Peor aún, perpetúa en los ciudadanos la falta de fe en nuestras instituciones democráticas y alimenta la impunidad y las tentaciones autoritarias.

Ante la inoperancia de la justicia y el bloqueo sistemático de la Corte Suprema de los intentos de reformar la Constitución mediante el trámite previsto en la Carta de 1886, el país se pronunció por un procedimiento extraconstitucional para reformarla. Los constituyentes de 1991 introdujimos dos instituciones que han demostrado ser operantes: la Corte Constitucional y, en menor medida, el sistema acusatorio con la Fiscalía a la cabeza. Pero nos equivocamos garrafalmente en la conformación del Consejo de la Judicatura y en no prohibir expresamente la utilización de la tutela contra sentencias judiciales.
El primer error condujo a que no haya mejorado la administración de justicia a pesar del gran aumento de su presupuesto. Algunos advertimos que esto sucedería al poner magistrados a administrar como quien imparte justicia. Este absurdo error se fue agravando porque la forma de elección de los magistrados condujo a un clientelismo desenfrenado. El llamado 'carrusel de las pensiones' es la gota que rebosa la copa. ¡Quienes deben administrar justicia dedicados a promover sus propios intereses!

El segundo error condujo al choque de trenes. Las cortes aprovecharon la falta de claridad de la norma para aceptar y fallar tutelas contra las sentencias de los otros órganos judiciales. Jamás han querido aceptar que la Carta de 1991 hubiese puesto a la Corte Constitucional a la cabeza del sistema.
Mientras el país observa atónito este triste espectáculo, Uribe -quien ha resultado ser el peor expresidente en la historia patria- encabeza un movimiento de desobediencia civil para evitar el juzgamiento de sus exfuncionarios. Uno de ellos, desde la clandestinidad, anuncia el propósito de reformar las cortes a través de una nueva Asamblea Constituyente. ¿Será que los magistrados, empeñados en sus pequeñas pugnas de poder, no ven lo que les viene pierna arriba? Han llegado al extremo de equiparar el proyecto del gobierno Santos con las prácticas torcidas de su antecesor! ¡Qué miopía!

Por: GUILLERMO PERRY | 8:19 p.m. | 18 de Febrero del 2012
EL TIEMPO