“El viernes pasado, en la gala de celebración de los 100 años de El Colombiano, cuando la maestra de ceremonias pidió un aplauso para recibir al Señor Presidente “que en este momento hace su entrada al salón, acompañado de su señora, María Clemencia”, la algarabía de cientos de invitados frenó de golpe y en la inmensidad del recinto se oyeron unas pocas palmas tímidas y aisladas. El silencio fue sepulcral y la alfombra roja del mandatario parecía que midiera una eternidad. Fue un momento extraño en el que la temperatura ambiente se acercó a los cero grados centígrados. La notificación fue muy clara: al Presidente no se le quiere, se le respeta, y si cumple lo que promete, se le respaldará.

Su discurso, en una plaza tan difícil, fue impecable. Habló de lo que Antioquia quería oír. De que le contaran a su antecesor que “la gallina Doña Rumbo no sólo goza de cabal salud sino que ya nacieron los pollitos” (aplausos cortos); de que ya casi se resolverían los temas del Túnel de Oriente y de la Autopista de la Montaña (aplausos cortos); de que adiós y gracias (aplausos cortos). Y, luego, los cuchicheos en las mesas: ¿Por qué no diría nada de la inseguridad creciente que hay en la ciudad y en el departamento? Pues porque a quienes en buena parte afecta la delincuencia callejera es a los ciudadanos de a pie y ellos no estaban esa noche en Plaza Mayor.”