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Predeterminado Respuesta: La Masacre de Napalpi


Una sobreviviente de la masacre de Napalpi cuenta su historia

Por Pedro Jorge Solans*
Melitona Enrique también apeló al silencio para salvarse. Tuvo su prueba de fuego cuando la arrastraron hacia el corazón del monte bajo la balacera policial. Tenía que aguantar el dolor.

Las espinas, los arbustos y no sé cuántas cosas más, marcaron su cuerpo como en una yerra. Nada podía ser más fuerte que su vida. Sólo gesto. Nada de gritos. Nada de llantos.

Su tío le dijo que el silencio era tan importante como esconderse. Si era necesario había que olvidar.

Ella, una hermosa joven toba de 23 años, no sabía cómo borrar lo sucedido esa mañana.

Esa mañana de sábado, 19 de julio de 1924, cuando esos hombres blancos mataban y mataban desde un ******o que volaba. Aquellos labios de aquellas bocas con aquellas dentaduras. Aquellos hombres blancos, hombres blancos con gafas negras, que miraban y se reían desde arriba.

¡Cómo olvidarlo!

Se reían como diablos, y gritaban como lobos.

Abrían la boca. Abrían la boca. Se reían, y festejaban, cuando caían los niños, las mujeres, los ancianos…

¡Cómo olvidarlo! ¡Cómo olvidarlo!

Y después los policías a caballo que disparaban y los de a pie que degollaban con tanta furia que los uniformes reventaban. No parecían seres humanos.

¿O sí?

¡Cómo olvidarlo! ¡Cómo olvidarlo! ¡Cómo olvidarlo!

Pero el miedo exterminó el párrafo más triste:
Corrían hacia el monte con desesperación. Caían y se arrastraban entre cadáveres de familiares, de amigos, entre los truenos de las armas, entre los gritos, entre los sollozos.

Durante el mediodía de ese maldito sábado, el avión recorrió varias veces la zona para ver si quedaban aborígenes vivos. Sobrevolaba el lugar de la masacre.

Aquella mañana, Melitona corría hacia el monte, y cayó, y entre todos la arrastraron. Estuvo días sin comer. Ella y su madre no probaron bocado. No tenían nada, ni agua. Varios días, varias noches.

Melitona se salvó. Anduvo escondida por los bosques hasta que se hizo olvido, y con el olvido a cuesta pudo llegar a Quitilipi. En el peregrinar perdió los abuelos, los tíos, los primos. Pero recordó al tío; el silencio era la salvación y el olvido, la eternidad.

Luego pasó a Machagai, donde el olvido se le hizo más profundo, tan profundo como el miedo.

Y así, sí, mansamente, emprendió el regreso al paraje El Aguará. Llegó como un fantasma, como si lo vivido hubiese sido una leyenda. La angustia se había hecho hueso en las entrañas de Melitona. Su piel empezó a oler distinto. La mujer había cambiado para siempre.

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