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'Tengo huellas, pero la guerra valió la pena' Calificación: de 5,00

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En momentos en que Estados Unidos se retira definitivamente de Irak, luego de nueve años de guerra y cuando los observadores dicen que queda un gobierno estable pero un país destruido, con miles y miles de muertos, y algunas provincias piden autonomía, es imposible no hacer un recorrido por esa historia que empezó para el mundo cuando se habló de las armas de destrucción masiva en poder de Sadam Hussein, además de las torturas en Abu Ghraib y la matanza de civiles en Hadhita.

Precisamente en Hadhita estuvo Juan Pablo Osorio, un colombiano nacido en Pereira que llegó a Houston, en los Estados Unidos, a los 11 años, de la mano de su padre, como inmigrante ilegal.

El sargento Osorio ha sido infante de marina en Irak y misionero y escolta en Afganistán de Robert Gates y León Panetta, actual secretario de Defensa de EE.UU.

¿Cómo termina un colombiano siendo infante de marina en los Estados Unidos y participando de una misión en Irak?

En el high school, como dicen acá, había un programa, una especie de clase militar. Me gustó y lo tomé como una opción, porque vivía solo y trabajaba 40 horas a la semana. No me alcanzaba para pagar la universidad, que eran como 6.000 dólares mensuales, más la renta y el carro, así que fui a la oficina de reclusión y hablé con un sargento… Eso fue como en noviembre de 2005, y en enero de 2006 ya estaba en el entrenamiento básico de la Marina, donde mi hermano mayor era sargento.

¿Cómo lo eligieron para ir a Irak? ¿A qué lugar llegaron?

Yo escogí el mejor trabajo de la Marina, y el más duro, que es la infantería. Estaba en un batallón de infantería y preguntaron por voluntarios, que quién se quería ir, y yo en ese momento tenía muchos problemas, estaba mal, no tenía dinero y me quería ir. Llegamos a una ciudad que se llama Haditha. Era septiembre de 2007.

¿Y qué encontró cuando llegó?

Fue la época más dura de mi vida, porque llegamos cuando había mucho combate y no había suficientes tropas. Entonces no dormíamos; salíamos a misiones, a patrullar, llegábamos a hacer seguridad en la base y dormíamos una o dos horitas tres veces al día, comíamos poco, sonaban las bombas… Y yo estaba joven, en ese tiempo tenía 20 años.

¿Cómo transcurría un día suyo?

Vivíamos en una escuela en la parte más alta de la ciudad.

¿Una escuela de civiles?

Sí, una escuela de niños, pero como era el área más alta de la ciudad, mucha gente subía a protegerse de olas terroristas, así que hablamos con ellos, y luego ya no hubo más estudio, limpiamos la escuela y ubicamos nuestro campamento ahí. Alrededor de la escuela había casas y el Gobierno le pagaba a esa gente para que nosotros viviéramos ahí: al dueño de la escuela, al de la propiedad y al de las casas.

Descríbame el campamento. ¿Cuántos eran?

La escuela se volvió como una especie de base para dos escuadrones; cada escuadrón tiene 13 soldados. Dormíamos en camarotes, con colchones viejos. No teníamos baño; había un barril, lo cortamos en la mitad y ahí hacíamos el baño. Le echábamos gasolina y lo quemábamos al final del día; ese era el baño de nosotros. Y para la regadera, poníamos una bolsa, la llenábamos de agua: uno la sostenía, otro abría la bolsa como una regadera y uno se bañaba con dos litros de agua, pero eso era una vez a la semana. Y cuando se iba a lavar ropa lo mismo. Dejamos de usar calzoncillos y medias, porque ya no teníamos.

Durante algún tiempo hubo dificultades para hacer llegar los alimentos...

Al principio comíamos lo que nos daban en la base, eso a lo que le dicen MRE, que es comida militar y viene empacada en una caja. Hubo épocas de hasta cuatro comidas diarias: por la mañana, medio día, por la noche y a media noche. Pero después nos daban poquito: dos pollitos y papa y agua, envases de dos litros de agua, porque allá hace mucho calor. Ya después empezamos a hacer relaciones con la gente local y nos invitaban a comer a sus casas y ellos cogían y mataban un cordero y nos lo cocinaban, o dos pollos, tres pollos. Y cuando estábamos en el desierto, alejados, llegábamos a la finca de una persona y le ofrecíamos dólares, ellos reconocen los dólares. Les dábamos 10 dólares por un pollo y nos lo daban con pan árabe, con tomate y pimentón, y eso era lo que comíamos.

¿Cuántos eran ustedes en ese lugar?

Como 110 marines. Como 40 hacían comida, eran los de soporte, administración, computación. Y en misiones, éramos como 60, 70.

¿Y cuál era su misión?

Estábamos entrenando a la Policía y a la Armada de Irak para que ellos pudieran protegerse solos.

¿Cómo era la relación con los iraquíes?

Al principio no nos querían para nada, porque cuando llegamos, en la invasión del 2003, llegamos tirando puertas, destruyendo. Había muchos combates entre la misma gente. Pero a mí me sirvió ser colombiano... llegaba a una casa y me miraban diferente, no me veían como al gringo con ojos azules. Me preguntaban si era árabe y yo les decía no, que soy de Colombia, y me decían: ¡Oh Colombia! Les llevábamos comida, cuadernos, muñecos para los niños… Ellos estaban en la mitad de una guerra, cansados de la guerra en sus casas, en los barrios, en frente de sus puertas. Se la llevaban bien con nosotros, pero también con los de Al Qaeda. Nos preferían porque les llevábamos médicos, estábamos construyendo escuelas, acueductos, centros de educación y de recreación.

Tengo entendido que lo enviaron a misiones humanitarias y a escoltar a algunos secretarios de Defensa.

Yo fui a una escuela de protección privada militar. Y a las cárceles. Me tocó la protección del secretario de Defensa de los Estados Unidos cuando llegaba a Afganistán. Cuando Robert Gates llegaba, el jefe de seguridad de él avisaba y mi unidad tenía que coordinarle los viajes con la gente en Kabul. Hacíamos la avanzada para chequear todo y nos encargábamos de su seguridad mientras que él estaba en la ciudad. Y de la de Leon Panetta. Estuve con él una vez, la última semana antes de venirme.

¿Cómo fue su experiencia en las cárceles de Afganistán?

Yo me metí a trabajar en el tiempo libre con una persona local y lo protegía cuando él iba a las cárceles a repartir ropa, medicina… Fuimos varias veces, pero lo que más me llegó a mi fue en una cárcel de mujeres.

¿Por qué delitos estaban condenadas esas mujeres? ¿Qué fue lo que lo impactó?

Digamos que una mujer dejó al marido porque él era adicto y le pegaba. Eso es un crimen y por eso termina en la cárcel, o sea, dejar al marido, al esposo, eso es un crimen en Afganistán. Había mujeres ahí que habían dejado al esposo porque las abusaban. Los bebés de muchas mujeres nacían en esas cárceles, tenían dos años y sólo conocían la cárcel, nada más. Les llevábamos cuadernos a los niños, lápices, y los niños no sabían para qué era eso, se los metían a la boca porque no sabían para qué era.

¿Qué huellas le dejó la guerra?

Perdí mi matrimonio. En el momento me dolió, pero ahora pienso que no cambiaría nada. Le doy gracias a Dios que me puso en esa situación de haber ido a esos países y vivir todo lo que viví. Me afectó personalmente y me ayudó mucho más en mi futuro… He tenido amigos que se han muerto y a veces tengo problemas, no duermo bien.

¿Por qué no duerme bien?

Porque tengo visiones o malos sueños. Recuerdos. Me levanto sudando, no puedo dormir.

¿Recuerda alguna de esas visiones?

Sí, había una niña con una bomba que pusieron en un desierto, una granada que habían dejado, y la niña estaba jugando con eso... Íbamos por ahí patrullando y escuchamos unos gritos de un señor gritándole a la hija, le decía que parara y comenzó a correr hacia ella. Cuando estaba corriendo hacia ella, estalló la granada en las manos de la niña y lo que vimos nosotros ahí fue increíble... Esa misma noche hubo velorio en la casa de él. Haber visto a esa niña así... todavía tengo eso en la cabeza. Pero por muchas cosas feas que me hayan pasado, lo positivo me ayuda más. Cuando ven que soy marine me tratan como a un héroe. Cuando la Policía me para o cuando voy a un restaurante la gente me da las gracias: gringos, árabes, gente árabe me dan las gracias por el servicio.

‘Perder los amigos es como perder los hermanos’

¿Qué fue lo más duro, lo más doloroso que le tocó vivir en ese tiempo en Irak?

Perder un amigo. Llegar uno de una misión y darse cuenta de que un amigo falleció. Hubo varios amigos que murieron. Perder un amigo allá es una cosa muy fea, uno se siente mal porque uno se vuelve hermano de esa gente…

¿Tuvo miedo de morir?

Todos los días, cada día que uno salía de la base a pie, con armas y sin saber lo que iba a pasar. No estábamos en carros protegidos ni nada; íbamos en grupos de 12 muchachos y un sargento.

¿Qué armas manejaba?

Tenía una M16 y había cuatro M249. Yo tenía rifle, ellos tenían ametralladoras. Había tres ametralladoras para 12, y el resto teníamos M16, granadas en el pecho y humo…

¿Cuándo sale de Irak y para dónde lo trasladan?

Allá hay una rotación entre unidades. La unidad estuvo siete meses. Después llegó otra unidad otros siete meses, a donde estábamos nosotros, a hacer lo mismo. Yo me fui para Afganistán.

‘Cuando llegamos los niños no estudiaban’

Después ir a Irak y a Afganistán, ¿ cree que valió la pena la guerra?

Sí. porque cuando EE.UU. entró, todo cambió. En más de 20 años desde que llegaron los rusos, las mujeres no fueron a estudiar. Ahora ya hay niñas que se están graduando de high school. Tengo un amigo que se fue para allá y organizó el primer equipo de Fifa de mujeres de la historia de Afganistán.

¿Qué opina del sacrificio de miles de estadounidenses e iraquíes y de las torturas a las que fueron sometidos otros?

Mire, cuando llegamos los niños no iban a estudiar; ahora las escuelas están abiertas, los aeropuertos están funcionando, hay comercio internacional, ha habido iraquíes que han podido venir a Estados Unidos por nuestra presencia ahí. Las oportunidades se abrieron. Puede ser que en este momento no se vea.



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