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Corea del Norte, el país encerrado
Viajar al país comunista es retroceder medio siglo a la Rusia soviética de Stalin o a la China de Mao



Como en los tiempos de esplendor de sus más poderosos reyes, el comunismo se perpetúa en forma de dinastía hereditaria en Corea del Norte, la última frontera de la Guerra Fría. Como han confirmado sus recientes apariciones públicas, Kim Jong-un, el hijo menor del “Querido Líder” Kim Jong-il, fue elegido como sucesor y tomará las riendas del único reducto estalinista del planeta. A su lado, Cuba, con sus “resorts” de lujo en la playa, sus espectáculos de cabaret en el “Tropicana” y sus “jineteras” en el Malecón de La Habana, es un paraíso de libertades y desenfreno sobre todo para los turistas.

Nada que ver con Corea del Norte. Aislado del mundo de la globalización, sólo unos 3.000 extranjeros visitan cada año este hermético y misterioso país de 24 millones de habitantes. En abril de 2007, este corresponsal logró entrar en Corea del Norte en un viaje organizado por su “embajador” internacional, el español Alejandro Cao de Benós. Desde entonces, poco ha cambiado porque ir al “Reino Eremita” no es viajar en el espacio, sino en el tiempo, y retroceder medio siglo a la Rusia soviética de Stalin o a la China de Mao. Como en esas oscuras épocas, la represión, el miedo, la propaganda y el culto al líder marcan la vida de los norcoreanos desde la cuna hasta la tumba.

Cuando los niños acuden al colegio, lo primero que ven en clase es un gran mural con las figuras de Kim Il-sung, el “padre fundador” de la patria, y su hijo Kim Jong-il, caudillo de esta pobre nación asiática hasta su muerte, que permanece separada del hiperdesarrollado y tecnológico sur desde el final de la guerra (1950-53).

Procurando no darle la espalda al retrato, los alumnos suben a sus aulas atravesando unos pasillos inundados de eslóganes políticos donde se pueden leer encendidas proclamas como “Convirtámonos en los guardias de seguridad del general Kim Jong-il”. A su lado, cuelgan numerosos carteles patrióticos que lucen con orgullo los misiles desarrollados por Corea del Norte y alertan de la constante amenaza de guerra con Estados Unidos.

Aunque estén en clase de Inglés, y no de Historia, estudiarán la heroica lucha contra la ocupación japonesa emprendida por el guerrillero comunista Kim Il-sung, ideólogo de la filosofía “juche” que rige en el país y a quien la propaganda oficial ha entronizado como “Gran Líder” y “Presidente Eterno” tras su fallecimiento el 8 de julio de 1994.

Kim Il-sung, quien dirigió Corea del Norte desde 1948 hasta el día de su muerte y nombró sucesor a su hijo, Kim Jong-il, es omnipresente en este régimen plenamente socialista, ya que la propiedad privada está prohibida y todos los servicios corren a cargo del Gobierno.

Nada más aterrizar en Pyongyang en el vuelo procedente de Pekín, y antes incluso de llegar al hotel, la primera parada obligatoria es rendir honores a la descomunal estatua de bronce de Kim Il-sung. Desde sus más de 30 metros de altura, la figura preside Pyongyang en la colina Mansu, junto al Museo de la Revolución Coreana, mientras se escuchan los cañonazos de las constantes maniobras militares que tienen lugar en este país debido a su permanente estado de guerra.

En Pyongyang hay pocos esparcimientos, aparte de las paradas militares y las movilizaciones de masas del régimen. “Durante la Marcha Penosa teníamos que comer las raíces del suelo y algunos vecinos murieron de hambre”, recordó a este periodista Pak Miong-ran, una campesina de 31 años empleada en la cooperativa Migok de Sariwon, donde sus compañeros araban la tierra con bueyes por falta de combustible. Por las desiertas carreteras se ven numerosos agricultores trabajando con sus manos e incluso a ancianos cargando fardos de ramas para calentarse con hogueras y hacer frente a los frecuentes cortes de electricidad.

Con sólo un 17 por ciento de tierra cultivable, el 60 por ciento de la depauperada economía nacional se basa en un sector agrario que reposa en productos básicos como arroz, maíz, patata, soja y trigo. Corea del Norte depende de la ayuda internacional pero, para evitar un cambio de régimen como en Irak, no sólo mantiene un Ejército de 1,2 millones de soldados, sino que se ha convertido en una potencia nuclear. El objetivo es bien ambicioso: jugar la baza de la diplomacia atómica en sus negociaciones de desarme a cambio de petróleo, reconocimiento internacional y asistencia humanitaria. El precio, elevado: el sacrificio de un pueblo sometido a la represión de un Estado paranoico.

Según organizaciones internacionales como Amnistía Internacional o Human Rights Watch, el régimen norcoreano mantiene confinados a 200.000 disidentes en los denominados “kwan li-so”, donde son reeducados con trabajos forzados. “Es totalmente mentira que haya campos para prisioneros políticos”, aseguró durante el viaje el entonces secretario general del Comité para las Relaciones con el Extranjero, Pak Kwang-ung, quien sí reconoció que “existieron durante la época de la hambruna, entre 1995 y 2000, y estuvieron en funcionamiento hasta 2005, cuando finalmente desaparecieron”. “En aquel entonces, mucha gente huyó a China porque no tenía nada que comer y otros que habían cometido delitos escaparon, pero el Gobierno chino nos devolvió a muchos y teníamos que reeducarlos con trabajos forzados en el campo”, explicó Pak Kwang-ung.

Sin acceso a internet ni a noticias
internacionales, y bombardeados por películas de guerra y canciones patrióticas, los norcoreanos no saben absolutamente nada del exterior y piensan que viven en el “Paraíso de los Trabajadores”. Su único esparcimiento consiste en presenciar multitudinarias paradas militares o espectaculares desfiles con antorchas en la plaza Kim Il-sung y asistir a los Juegos de Gimnasia Masiva “Arirang”, donde 100.000 bailarines, acróbatas y figurantes ocupan el Estadio Primero de Mayo de Pyongyang y dibujan de forma sincronizada gigantescos mosaicos propagandísticos en una de sus gradas.

Endomingados con trajes tradicionales y luciendo el “pin” de Kim Il-sung en la solapa, el régimen lleva en masa a los trabajadores a visitar la casa donde nació el “Presidente Eterno” y su mausoleo, donde permanece embalsamado, así como a la exposición de las flores nacionales bautizadas en su honor y en el de su hijo, “kimilsungia” y “kimjongilia”.

Un culto al líder que parece copiado del “Gran Hermano” de Orwell en su novela “1984″, pero que es tan real como las bombas atómicas de Kim Jong-il y su sucesor, el Joven General Kim Jong-un.


http://www.abc.es/20111219/internaci...112190541.html

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