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Heráclito
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Predeterminado Respuesta: Razones de un profesor para renunciar porque alumnos no escriben bien

Para ahondar en el tema, una entrevista a Camilo Jiménez en la que profundiza sobre la carta, las inquietudes que la llevaron a escribirla, las circunstancias que rodearon su publicación, y las consecuencias que de ella se derivaron:

Camilo Jiménez: “Hay que discutir sobre la calidad de la educación”, por Sinar Alvarado

¿En qué consiste la lealtad de un maestro hacia sus alumnos? ¿Hasta dónde llega ese compromiso? ¿Debe persistir en su tarea un educador, aún por encima de la incomunicación y la apatía de sus discípulos? ¿Cuándo es ética una renuncia? Habla un profesor de periodismo que se convirtió en noticia.


Por Sinar Alvarado | 12 de Diciembre, 2011




A una decisión como ésta, profesor, no se llega de golpe. ¿Hace cuánto venía incubando su carta de renuncia? ¿Cuál era el objetivo cuando la escribió y la publicó?

Los sentimientos encontrados frente a mi clase venían de dos o tres semestres atrás. Desde entonces venía encontrándome ante una profunda desconexión entre lo que los estudiantes y yo queríamos y considerábamos esencial. Busqué maneras de llevar la clase, ensayé con otros títulos y formas distintas de presentarlos y acercarse a ellos, cambié los ejercicios que hacíamos, la manera de exponer puntos que yo estimaba importantes en esas lecturas. Este último semestre vi que durante el último año y medio o dos años, y a pesar de los intentos, no encontré la manera de comunicarme mejor con los estudiantes, y por eso la renuncia.

Ahora bien, no quería aducir “motivos personales” en una carta formal y protocolaria. Tenía sentimientos encontrados: tristeza, desconsuelo, esperanza y rabia, entre otros. Pero no sabía qué estaba primando en mí. No tenía nada claro, salvo que debía retirarme y pensar. Y la manera más efectiva de pensar, al menos para mí, es escribiendo. Con las propias ideas en el papel uno dialoga con ellas, las puede mirar desde distintos ángulos, las califica y discute con ellas, un poco como si fueran ajenas. La carta la escribí para mí y para mi jefa de la universidad, a quien se la pasé junto a la carta de protocolo, esa donde uno usa por única vez palabras como “irrevocable”.


Unos días atrás había reabierto mi blog, y la colgué allí para comentar todo lo que estaba sintiendo con los amigos que visitan la página. Ese era el objetivo: compartir mi desazón con mi jefa, y comentar esos sentimientos con los amigos que pasan por el blog y comentan, que son unos 30 o 40.


Mi jefa en la universidad me llamó unos minutos después de recibirla y me dijo que los colegas del departamento debían conocer la carta, que la había reenviado a unos cuantos. Al parecer uno de los profesores se la envió a la directiva de la universidad, y al día siguiente recibí una llamada del vicerrector académico pidiéndome autorización para enviarla a El Tiempo. Supuse que harían alguna nota o la usarían como insumo para una noticia sobre educación superior, qué sé yo. La publicaron a página completa el viernes y de ahí toda la resonancia que tuvo.


El diario El Tiempo, de Bogotá, publicó una versión de la carta bajo el título “Profesor renuncia a su cátedra porque sus alumnos no escriben bien”. ¿Puede reducirse a esa frase su decisión?


En lo más mínimo. Sí considero que un estudiante de periodismo de tercer semestre o superiores debería ya saber escribir y comunicarse mínimamente. No de manera creativa y original, eso se aprende con años de lectura y escritura, sino de manera efectiva. Mi decisión obedeció principalmente a que no me podía comunicar con ellos, a que no encontraba la manera de despertar su curiosidad y su interés en los asuntos del curso.


En un punto de la carta dice: “Buscaba que (los alumnos) practicaran hacerse entender en un grupo, una herramienta que estimo fundamental no sólo para la vida profesional, sino para la vida civil”. La universidad, además de enseñar un oficio, debería además colaborar en la formación de ciudadanos. Y creo que este es uno de los puntos claves de su reflexión. La apatía hacia el aprendizaje puede estar relacionada con la apatía por la civilización, que no puede sostenerse basada sólo en el desarrollo tecnológico. ¿La verdadera emergencia aquí, más allá de la incompetencia narrativa, no está más bien en el riesgo de graduar muchachos atrofiados para la vida en comunidad?


Para la vida en comunidad, sí, pero también para la vida en intimidad. Es claro que los modelos de aprendizaje que conocemos están cambiando. Ahora que todos estamos siempre conectados, expuestos; que tenemos seguidores sin ser estrellas del espectáculo ni gurús, y “amigos” de quienes apenas conocemos las fotos de un paseo, quizá lo que esté haciendo falta sea fomentar en los estudiantes el silencio, la intimidad, la introspección. Con tantos estímulos lo que se está perdiendo es la mirada hacia el propio interior, que es tan alimenticia. No se ría, pero dentro de las estrategias que he pensado en estos días está la de comenzar —o terminar— cada clase con una sesión de meditación de cinco minutos. No estoy diciendo que lo voy a implementar si regreso a las aulas, o que debería implementarse: estoy diciendo que he pensado en ello.


Por otro lado, la manera de conversar y de discutir —que es el medio privilegiado para el desarrollo de la vida civil— también está cambiando. Siempre consideré fundamental escuchar al otro, intentar entender bien lo que dice, y contestar en consecuencia. Si las razones del otro son válidas, el propio enfoque se cambia, así de simple. Pero las discusiones y conversaciones son en muchas ocasiones un —perdón por el cliché— diálogo de sordos. Cada quien expone sus ideas y razones y oye de mala manera las del otro, y al final cada uno está más empeñado en sus razones aunque las del otro sean vigorosas, válidas. Lo que importa en una conversación moderna es tener la razón. Y a mí lo que me importa es justo lo contrario: encontrar otras razones que amplíen mi experiencia. ¿Sabe? Yo me meto poco en discusiones. Muy poco. Porque cuando intervengo en ellas estoy dispuesto a cambiar mi manera de pensar si las razones que me expone el contrario son válidas, y espero de mi interlocutor la misma actitud. Y muy pocas personas están dispuestas a eso.

Fuente: ProDaVinci

Continúa en la siguiente entrada...



Última edición por Heráclito; 17-12-2011 a las 11:56:42
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