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Wave La historia secreta de la caída de Cano Calificación: de 5,00

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Junto con el operativo final de las Fuerzas Especiales del Ejército y la FAC, un reducido grupo de policías que por cuatro años se infiltró en las estructuras de Alfonso Cano en pueblos y montañas fue la clave para terminar con el máximo jefe de las Farc. SEMANA revela la historia desconocida.


Todo el país sabe que a Alfonso Cano lo mató de tres disparos un soldado de las Fuerzas Especiales del Ejército. Lo que no se ha contado es cómo, en realidad, lo mató la inteligencia. Un grupo de la Policía, que llevaba años siguiendo a sus hombres más cercanos, hacía meses había puesto sus ojos en Pacho Chino, su jefe de seguridad. Y cuando, en coordinación con el Comando Conjunto de Operaciones Especiales (Ccoes), se dispusieron a caerle, descubrieron que junto a él se encontraba el hombre que llevaban persiguiendo casi cuatro años: el mismísimo jefe de las Farc.

Los bombardeos que tuvieron lugar en Chirriadero, un monte entre los municipios de Suárez y Morales, en el Cauca, el 4 de noviembre, contra el campamento del jefe guerrillero y los tres disparos que acabaron con su vida después de una búsqueda de 11 horas, fueron el episodio final de casi cuatro años de una labor pertinaz que combinó la infiltración con la presión militar. Una larga cacería cuyos toques finales se dieron en una serie de reuniones secretas de inteligencia, entre el 24 y el 28 de octubre pasados. En ellas, aunque sus participantes no lo sabían con certeza, se selló la suerte de Cano.

Durante esos días el nuevo ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, quien llevaba apenas un mes en el cargo, se reunió con los integrantes de inteligencia de la Policía y del Ejército y con los comandantes de esas fuerzas. Siguiendo la política de colaboración entre las agencias de inteligencia, todos dejaron de lado los celos y empezaron a destapar sus cartas. Dos conclusiones fundamentales salieron de esas reuniones. El Ccoes había desplegado una vasta persecución sostenida que había obligado a Cano a salir de su madriguera en el Cañón de Las Hermosas, en el sur del Tolima, y lo había forzado a moverse hacia el Cauca junto con sus hombres. Por su parte, la Dirección de Inteligencia de la Policía (Dipol) mostró el resultado de un trabajo silencioso pero fundamental que había comenzado desde hacía cuatro años por medio de una red de 30 agentes encubiertos infiltrados en diferentes estructuras y zonas claves de la guerrilla en el centro y occidente del país. Ese cruce de información permitió fusionar el uso de la fuerza con la precisión de la inteligencia.

Primeras infiltraciones

Desde 2007, las Farc venían insistiendo públicamente en el despeje de los municipios de Florida y Pradera, una zona estratégica enclavada en la cordillera Central que, por su ubicación, permite moverse entre cuatro departamentos: Valle, Tolima, Huila y Cauca. Cuando el CCOES lanza la gran ofensiva en el sur del Tolima, en la Dipol ya venían adelantando una labor paralela, pues habían concluido que la presión de los militares inevitablemente obligaría a Cano a trasladarse hacia otros departamentos, especialmente hacia el Cauca. “El Ejército le fue quitando espacio a la guerrilla con cada operación. Lo que fue muy importante es que a pesar de lo difícil que fue por los soldados caídos y que resultaban lisiados por los campos minados, ellos nunca se retiraron o perdieron los espacios que iban ganándoles a las Farc. Eso obligó a Cano y a toda su estructura a moverse”, explicó a SEMANA un analista de inteligencia.

Empezó entonces una paciente e incierta labor: infiltrar agentes de inteligencia en esas zonas, con el objetivo de penetrar las 11 estructuras que apoyaban al jefe de las Farc en el occidente, entre las que estaban el frente sexto y las que conformaban el llamado Comando Conjunto Central (CCC). Una de las primeras decisiones fue enviar policías encubiertos a Pradera y Florida. “Lo primero, obviamente, fue seleccionar las personas para la misión, ya que debían tener un perfil psicológico y físico que les permitiera pasar inadvertidos. Hay que cuidar todos los detalles. A una zona de esas, por ejemplo, usted no puede enviar a alguien que aunque parezca de la zona tenga ‘brackets’ en los dientes”, explicó un oficial de inteligencia.

Tras varios meses de entrar y salir de esos municipios para que la gente se acostumbrara a ver a los infiltrados, en 2008 se optó por enviar dos parejas, una a cada pueblo. En Pradera la fachada fue la de instalar un lugar de venta de minutos y equipos para celulares. “En Florida se convenció al dueño de una tienda de permitir que otra pareja de agentes de inteligencia se hiciera pasar por familiares que habían llegado a instalarse a ese municipio y que iban a ayudarle en el negocio. Esa tienda era clave porque habíamos establecido que algunos milicianos compraban allí víveres que transportaban hacia los campamentos y el objetivo era ganarse la confianza de ellos y, eventualmente, reclutarlos o hacer que nos reclutaran”, contó a SEMANA uno de los infiltrados.

La llegada de extraños a municipios relativamente pequeños donde todos se conocen y donde los ojos de milicianos y guerrilleros están alerta sobre cualquier recién llegado implica siempre inmensos riesgos.

“En esto un solo error se paga con la vida”, dijo una de las agentes de Policía infiltradas. “A las tres semanas de haber montado la fachada de venta de minutos, me cogieron cerca de la plaza del pueblo y, casi al mismo tiempo, a mi compañero, que era ‘mi esposo’, se lo llevaron del negocio fachada. Durante todo el día nos hicieron las mismas preguntas a él y a mí, que iban desde cuándo nos habíamos casado, dónde habíamos vivido antes, etcétera. Estaban comparando versiones a ver si había alguna discrepancia. Por suerte, estábamos bien preparados y se cuidó al extremo cada detalle a tal punto que, por ejemplo, nuestras hojas de vida en la Policía se habían borrado del sistema. Con excepción de algunos de los jefes, nadie sabía que éramos policías”, explica.

Esas dos infiltraciones iniciales fueron la semilla que dio paso a enviar infiltrados a otros lugares en el transcurso de varios meses. “En algunos de los llamados caminos reales entre Florida y Pradera se hacían competencias de ‘motocross’ en las que participaba gente de todo el país. Nuestros jefes inmediatos se hacían pasar por motociclistas, y cuando había eventos, aprovechábamos la afluencia de gente y les entregábamos la información”. Gracias a la venta de minutos y de equipos celulares, los infiltrados consiguieron una gran base de datos que al ser depurada por los analistas en Bogotá permitió establecer una lista de familiares, amigos, milicianos y guerrilleros en gran parte del centro y occidente del país. Con esos datos se diseñaron nuevas fachadas y se enviaron agentes encubiertos para infiltrarse en media docena de municipios.

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