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Denunciante Novato
 |  El día en que Santo Domingo doblegó a la serpiente más venenosa de mundo
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 | El día en que Santo Domingo doblegó a la serpiente más venenosa de mundo 
El aventurero gringo que mandaba en la ciudad amazónica sin ser alcalde señalo una serpiente enroscada en el rincón de la jaula.
“Una picadura de esa especie lo deja a usted muerto en dos minutos”, explicó dirigiéndose a su invitado especial, don Julio Mario Santo domingo, que estaba de visita en Leticia acompañado por su amigo Columbus O’Donell, un multimillonario de Bahamas, la novia de éste, y el presidente de la aerolínea Avianca, Ernesto Mendoza Lince.
Más allá de las ínfulas que tenía de actor de cine, Tsalickis sabía lo que estaba haciendo. Durante más de 30 años recorrió las selvas amazónicas por tierra, ríos, aire, y aprendió a lidiar con los dos mayores peligros de la región: las serpientes –con las que se revolcó en combates ficticios para películas de Hollywood y de National Geographic– y la cocaína, que sí lo derrotó al final. Tsalickis fue condenado por narcotráfico a 27 años de prisión por un juez federal de la Florida en 1988.
Al escuchar el relato de los peligrosos modales de la culebra, O’Donell, su novia y Mendoza no se atrevieron siquiera a acercarse a menos de un metro del armazón. Santo Domingo, por el contrario, se sintió atraído por la temeraria descripción, y mientras preguntaba con mucho interés sobre las características excepcionales del animal, se acercó poco a poco, más de lo autorizado, y escupió a la serpiente en la cara.
Los invitados quedaron atónitos al ver que la culebra verdusca, como se sintiera humillada, se lanzó contra las barras de acero de la jaula tratando de alcanzar al turista con sus colmillos venenosos, a lo cual Santo Domingo respondió con otro escupitajo. La serpiente perdió su instinto de conservación y en ese momento, recordó Mendoza, comenzó a golpearse contra las varillas de la jaula en una serie de latigazos suicidas que le hacían sangrar la cabeza.
Los visitantes sólo podían ver a Santo Domingo de espaldas pero suponían que estaba sonriendo por el movimiento espasmódico de sus hombros. Desconcertado con el arrojo del empresario, Tsalickis, no se atrevió a pedir cordura porque el hombre que estaba al frente suyo, divirtiéndose con la víbora, era el dueño de la línea aérea que mantenía lleno de turistas los hoteles en Leticia, un pueblo sentado solitario en el trapecio amazónico, al extremo sur del país. Cuando Santo Domingo escupió una vez más, la serpiente se retorció para tomar impulso y descargó impotente su ataque en un rincón de la jaula dónde murió de física rabia, según Mendoza. Fue entonces cuando Santo Domingo giró sonriente su cuerpo y con el semblante victorioso sacó de su asombro a los demás acompañantes, y los invito a tomar unos caipirinhas en el bar del hotel que a esa hora estaba repleto de hermosas excursionistas escandinavas.
Santo Domingo tenía 55 años y era el hombre más rico y poderoso de Colombia.
* Tomado del libro Don Julio Mario. Gerardo Reyes. Bogotá, enero de 2003. Tomado KYK
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