Denunciante Épico
 |  Que adopten a Garavito
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 | Que adopten a Garavito 
Salud Hernández-Mora En la cárcel harán una gran labor hasta el fin de sus días, pero lejos de los niños. Les tengo una propuesta estupenda a todos los que rechazan de plano, con ampulosos argumentos jurídicos, la cadena perpetua para asesinos y violadores de niños. ¿Por qué no se llevan a Garavito a dormir a su casa? ¿O al indígena que violó cuantas veces quiso a tres de sus hijas pequeñas? Así practican, con el propio ejemplo, la rehabilitación de las bestias. Dejen que cuiden sus niñas divinas cuando ustedes salgan a rumbear. Incluso, sin llegar tan lejos, puedo suavizar mi oferta: que sean sus vecinos amorosos, a ver si ustedes descansan frescos. Esta semana escuché a uno de esos sesudos jurisconsultos pontificar en Hora 20. Primero habló de "populismo punitivo". Es decir, que los que votamos a favor del referendo pro prisión perpetua tenemos encefalograma plano y nos dejamos seducir por el discurso tergiversado de la senadora Gilma Jiménez, a quien solo le interesa su carrera política, no los niños. A ellos, sin embargo, les sobran neuronas y pueden discernir lo que mejor conviene a una sociedad avanzada como la nuestra, donde cada día matan, en promedio, a tres menores de edad. Después explicó, en tono académico y desde la atalaya de su sapiencia infinita, que, como Garavito confesó unos crímenes, obtuvo rebajas sustanciales en su pena, lo que le permitirá salir en pocos años. El señor encontraba el cambalache muy lógico porque si no, agregaba, a qué horas nos hubiéramos enterado de muchas de sus salvajadas. Es decir, como el Estado es de una ineficacia supina, tenemos que aceptar que, en aras de resolver unos asesinatos, dejemos libre a un asesino-violador para que siga en las mismas a la vuelta de un tiempo. Además, continuaba su disertación, la cadena perpetua va contra el sistema de reinserción social de los presos. Olvida, claro está, que una cosa es un ladrón o un matón de adultos y otra, bien distinta, una alimaña capaz de tirarse a unas criaturas indefensas, chiquitas, que seguro llorarán aterrorizados cuando los estén violando, y que luego abrirán los ojos espantados, con una angustia infinita, en el momento en que se den cuenta de que les van a quitar la vida. Pero eso no importa. Alguien como Garavito, que ha soportado esos gritos de pánico y dolor nada menos que 192 veces, puede recuperar su condición humana, según el ilustre sabio jurídico. ¿Y el que adiestró en Boyacá un perro para que violara a un niño? ¿O el que en días pasados violó y mató a una criatura de veintidós meses en Tierralta? El papá de la bebé la halló moribunda, ensangrentada, corrió al centro médico, pero ya era tarde. ¿A qué horas, me cuentan, un macho que disfruta violando una niñita hasta destrozarla puede transformarse en algo parecido a un hombre sano? La diferencia entre los brutos trogloditas que aplaudimos el referendo y los genios del Derecho que lo critican es que nosotros no queremos ni de vainas que los peores violadores y asesinos de pequeños vuelvan a la calle y que solo salgan de prisión camino del cementerio.
Pretendemos que los niños no corran el menor peligro con los que ya cometieron ese tipo de atrocidades y están encarcelados. Nos horroriza pensar que quien mató a los gemelos de Anzoátegui o a los tres hermanitos de Arauca pueda vivir un día en la casa de al lado, así ya sea viejito. ¿Que esos asesinos y violadores se vuelven buenos? Estupendo. En la cárcel harán una gran labor hasta el fin de sus días, pero lejos de los niños. Así enviamos un mensaje nítido: no permitiremos que quienes abusan a ese extremo de los menores gocen del más mínimo beneficio jurídico. Que se arrepientan y confíen en la misericordia divina. Pero acá abajo, al menos dos millones de ciudadanos no somos ni magnánimos ni comprensivos.
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