Tomado prestado del blog de un amigo, aquí les va esto:

Los indignados siempre creen tener la razón. Es más, creen que quien no está con ellos está, al menos, horrorosamente confundido o muy, pero muy mal informado. Su indignación nace frente a una afrenta que consideran tan evidente y tan flagrante que oponerse a ella, incluso violentamente, es un deber de todos los seres humanos. Sienten que la razón, la moral, la justicia y todo lo que les da significado a sus vidas los justifican para intentar remediar la situación. Lo sienten desde adentro, como un fuego rabioso que les evapora la sangre. Y nada es más apremiante que lo que viene de las entrañas.
Por eso, nadie pelea contra un indignado. Es una tromba. No importa si el obstáculo es la ley, la vida de otro o la democracia; alguien presa de la indignación se siente superior a todo eso, pues está impulsado por una causa que considera más justa. Por eso, de la indignación a la venganza no hay sino un paso. Pero la venganza no es justicia. No lo es porque la justicia pondera los hechos antes de actuar. Por el contrario, la indignación enceguece, nubla el juicio. Es una borrachera. Y todos sabemos que después de la ‘pea’ viene la resaca.
Pero estar indignado no exculpa a nadie. Y las culpas de los indignados son gigantescas. Por ejemplo: en el mandato Uribe, un puñado de indignados con las Farc casi acaban con las instituciones de este país. Y otro puñado de indignados, las mismas Farc, han causado sufrimiento a millones de personas desde la década de 1960. No hablemos de otros como ellos, las AUC, los talibanes, algunos estadounidenses o los firmantes del referendo contra los violadores y asesinos de niños. Todos están mal, aunque todos crean que su causa los justifica.