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Predeterminado El poder del melodrama Calificación: de 5,00

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María Jimena Duzán

Si en Colombia la política se hace desde las vísceras, en Venezuela se hace desde el melodrama. A lo mejor esa sea la razón para que en esta Venezuela de hoy, dividida en dos mitades, una completamente chavista y otra antichavista, la noticia del cáncer del presidente Chávez se haya convertido en una auténtica telenovela y no en el escenario de una batalla campal.

Su llegada a Caracas, hecha a la madrugada, cuando ni unos ni otros se lo esperaban; la emoción de los chavistas cuando la noticia de su llegada se conoció y la desilusión de los antichavistas; la inmensa manifestación que se agolpó a las cinco de la tarde en el balcón del pueblo del Palacio de Miraflores en el centro de Caracas y el silencio momentáneo de la oposición que se quedó en sus casas de Chacao, Sucre, El Hatillo y Baruta.

Momento estelar del melodrama: el discurso de Chávez en el que confiesa que él, en el fondo, es un ser humano, que está enfermo y que se puede morir. Invoca la ayuda de cuanto santo tiene por ahí para que le dé una mano en esta dura travesía que ha emprendido. El poder de las cámaras del régimen va retratando a las mujeres venezolanas que, vestidas de rojo, han ido a la marcha a recibir a su comandante. Sus ojos están llenos de lágrimas. No quieren que se muera, de la misma forma como los peronistas no querían que se muriera Evita. El comandante saluda especialmente a Piedad Córdoba, a quien las cámaras le hacen una toma.

Del otro lado, el poder de los medios antichavistas y de sus ingeniosos twiteros no se queda atrás: inundan la red con trinos en los que se asegura que la enfermedad de Chávez es una farsa; que todo esto es parte de una estrategia para recargar sus baterías políticas de cara a las elecciones presidenciales del próximo año, en las que por primera vez la oposición venezolana, según las encuestas, podría darle la pelea a Chávez.

En medio de una emoción desbordante, el presidente Chávez se despide, la función va a terminar: ¡Patria!.. socialismo! grita el presidente, con una voz quebrada, irreconocible en él. No pronuncia la palabra muerte. (¡Patria, socialismo o muerte!, reza la consigna chavista). A los pocos minutos, un trino antichavista se difunde en la red y con el se demuestra cómo ni siquiera en los melodramas los venezolanos pierden el sentido del humor: “¡Patria, socialismo o muerte!… lo de la muerte era jodiendo”. “Chávez está más flaco porque se hizo una liposucción” fue otro trino que circuló con insistencia hasta el martes, día en que se celebró el desfile militar del 5 de julio, y ya eran otros los rumores que empezaban a pulular ante la evidencia de que Chávez había decidido no asistir a la parada militar. “Está moribundo”, me afirmó un periodista venezolano antichavista. “No dura hasta diciembre”. “Está enfermo pero parece que se está recuperando y sí va a poder hacer campaña”, me afirmó Eleázar Díaz Rangel, director de Últimas Noticias.

“Chávez habría salido de nuevo en un avión de urgencia para Cuba”, fue un cable de noticias internacionales que trascendió el jueves. Sin embargo, a esa misma hora, un Chávez bastante más alentado, embutido en una sudadera de esas que le gustan a Daniel Samper Ospina, visitaba a 1.200 cadetes en la Academia Militar y por la tarde, para sorpresa de la oposición, celebraba un consejo de ministros que fue transmitido por televisión –¡de tres horas!–, en el que además ratificó a todos sus ministros y conjuró de paso los rumores que había esparcido la oposición de que iba a producirse una crisis de gabinete.

Saber lo que pasa en esta Venezuela divida es toda una hazaña. Y yo me temo que los que más deben saberlo no son los políticos, ni los periodistas, sino los libretistas de las telenovelas venezolanas o escritores como mi amigo Sergio Dahbar. En un escrito suyo, él confiesa que esta convivencia obligada entre bandos opuestos que vive Venezuela le recuerda, guardadas proporciones, a ese bar de la película Casablanca en que nazis y miembros de la resistencia, negociantes de la peor calaña y traidores, convivían en medio de la desconfianza. Inclusive se atreve a equiparar el bar de Rick de Casablanca con un restaurante al que él fue hace poco y que es emblema de la gastronomía mediterránea más refinada en Caracas: Vizzio. A pesar de que ese restaurante queda en un edificio chavista, es frecuentado por los dos bandos y por los lobistas que siempre están al acecho para hacer negocios con el gobierno de turno. “Todos los comensales la pasaban muy bien, como en la ‘Casablanca’ de Curtiz, –escribe Dabhar–, muy a pesar del rumor de la guerra que había quedado oculto debajo de la alfombra”.

Es cierto, como lo anota Dahbar, que a pesar de la polarización que se vive en Venezuela, hasta el momento, estos dos bandos conviven de manera civilizada. La gran pregunta, aún por dilucidar, es si estos dos bandos, aparentemente tan diferentes, en realidad lo son.

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