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Scream Emoticon Por políticos corruptos, Wayús tienen nombres degradantes e insólitos Calificación: de 5,00

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Borracho y Motosierra, son dos de ellos. Documental 'Nacimos el 31 de diciembre' narra su historia.

Esta historia comienza con Raspahierro y termina con Rapayet (Rafael) aunque hayan vivido dentro de la misma persona: un abuelo wayú, nonagenario, que lleva toda su vida luchando por recuperar su identidad, por llamarse como en la lengua de su sangre, el wayunaiki.
"Yo salgo en el documental si usted me ayuda a cambiar el nombre", le dijo el viejo a Priscila Padilla, la directora de 'Nacimos el 31 de diciembre', quien inmortalizó su lucha y la de unos 2.000 wayús a quienes arbitrariamente les pusieron nombres insólitos como Bolsillo, Landrover, AlkaSelzer, Borracho, Cohito, Teléfono o Payaso.
"No es una historia macondiana. La primera vez que se escucha causa risa, la segunda impresión y la tercera, indignación", dice Estercilia Simanca, la autora wayú que escribió el cuento 'Manifiesta no saber firmar. Nacido: 31 de diciembre', del que bebió y se inspiró el documental.
Lo más triste, dice, es que se trata de una realidad que se repite cada que los políticos necesitan votos y hacen cedulaciones masivas de wayús y después desaparecen dejando solo el polvo levantado del desierto.
"Toda mi familia hizo una larga fila junto con otras gentes que venían de rancherías para recibir esa tarjetica que ellos llaman cédula... Ese día me enteré de que mi tío Tanko Pushaina se llamaba Tarzán Cotes, que Castorilla se llamaba Cosita Rica, que Anuwachón se llamaba Jhon F. Kenedy", se oye en la voz de Estercilia, que hace de narradora del documental.
Esa fue la historia que escuchó la documentalista Priscila Padilla, y comenzó a viajar por el desierto de La Guajira para conocer a estos hombres que no eran de cuento.
En sus rancherías ella encontró la vergüenza de Caíto a quien nombraron Cohito o coito, coloquialmente; captó en su hamaca a Carraira, que, como le enseñaron sus mayores, solo quiere quedarse en su territorio y conservar el nombre que le puso su mamá y no llamarse Tigre, como dice su cédula; vio la resignación de Payaso, quien quiso ser Pablo y se ríe de que lo vean "como el hombre de los zapatos grandes y la cara pintada".
Y siguió el tortuoso recorrido del viejo Raspahierro, quien cargaba ese nombre como si fuera un pesado metal.
Raspahierro, yendo de la Registraduría a la notaría, acompañado de sus nietas y traductoras; Raspahierro, explicando que en wayunaiki no existe la F y que la ceduladora no le entendió y le puso el nombre que a ella más le sonó; Raspahierro, pagando para arreglar lo que el Estado hizo mal; Raspahierro, estampando sus huellas viejas en cuanto papel lo ayude a ser Rafael; Raspahierro, tomándose una foto para su nuevo rostro de ciudadano; Raspahierro, esperando ser quien quiere ser.
Padilla encontró, en últimas, que para estas personas la cédula no solo no los hace sentir como ciudadanos, sino que los niega, les borra su identidad.
"Todo obedeció a intereses de políticos que usaron a los wayús para su beneficio", dice Padilla, aunque no llega a identificarlos, según cuenta, porque la familia política señalada de hacerlo nunca quiso darle la cara.
"Va más allá de que los ceduladores no entendieran el wayunaiki o que los wayús no supieran expresarse en español. Es una muestra del irrespeto que tenemos por los indígenas", agrega la documentalista, que se metió a los archivos de la Registraduría para comprobar, una vez más, que no era ficción.
Cumpleaños masivo
Como si fuera poco atropello no sentir el nombre con el que se vive toda la existencia, los encargados de esas cedulaciones decidieron, como quien decide la vida, que la fecha de nacimiento de miles de wayús debía ser el 31 de diciembre.
Los viejos lo explican en el documental. Su vida se regía por las vueltas de la luna, la llegada del verano, las cosechas, pero eso no significaba que no tuvieran un tiempo, y también se lo manipularon.
"(...) Todos los que fuimos ese día (a la Registraduría) salimos con comprobante en mano. Todos teníamos 18 años y habíamos nacido el 31 de diciembre", escribió Estercilia. "Son tantos -agrega- que sueño hacerles una fiesta ese día a todos".
Pero no fue suficiente cambiarles el nombre ni ponerlos a nacer el mismo día. La estocada final fue recordarles su analfabetismo y ponerles el rótulo de "Manifiesta no saber firmar", aunque algunos supieran estampar sus nombres.
"Le pregunté a mi abuelo por qué no había firmado el papel que le dieron los cachacos y me dijo que él ya estaba muy viejo para hablar con el papel (escribir) y tampoco el papel quería hablar con él (leer)", escribió Estercilia.
Sin sonrojarse, el ex registrador de la zona reconoce en el documental que sí hubo una utilización de los wayús por parte de los políticos, pero asegura que el cambio de nombres ocurrió por desconocimiento de la lengua wayú y "de falta de tiempo de quienes hacían las cedulaciones". Sin embargo, ¿qué habría pasado si fuera él quien se llamara Motosierra, tuviera que "nacer" cualquier día o le impidieran firmar?
"Es que cambiarles el nombre es como si les hubieran cambiado el alma", remata Estercilia, y luego se puede ver a Raspahierro con los ojos aguados, como recuperando su alma cuando le anuncian que, en cuatro meses, tendrá su cédula y podrá cumplir el sueño de que en su tumba no diga Raspahierro Pushaina, sino Rapayet (Rafael) Pushaina.
'No quiero que cause risa, sino indignación'
Nacimos el 31 de diciembre es el documental número 15 de Priscila Padilla, graduada en Dirección Cinematográfica en el Conservatoire Libre du Cinemá Français, París, entre otros títulos.
Llegó a la historia de los nombres insólitos mientras trabajaba en la investigación del encerramiento de las mujeres wayús, que sigue en proceso.
Nacimos el 31 de diciembre ganó el Premio del Fondo de Cine del Ministerio de Cultura y de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño, Dirección de Artes Audiovisuales, y en Coproducción con RTVC - Señal Colombia. El documental costó en total 120 millones de pesos.
"Quiero que la situación de estas personas no se quede solo en la risa, sino que se entienda el daño que le hicieron a su dignidad", dice Padilla, quien en este trabajo se alejó de los temas de mujeres, que le apasionan y atraviesan su carrera. Ella es conocida por Las mujeres cuentan o Ilusiones de radio, entre otros filmes.
En este documental incluyó animaciones y trabajó con la cámara de Hugo Arias. Será estrenado próximamente en Bogotá y fue enviado a varios festivales.
El documental de los nombres
Priscila Padilla es la directora de esta historia en la que se cuenta cómo cambiarle el nombre a alguien en una forma tan irrespetuosa es también arrebatarle parte del alma y de su identidad.
Catalina Oquendo B.
Cultura y Entretenimiento

http://www.eltiempo.com/entretenimie...wayu_9802124-4

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