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Antiguo 10-05-2011 , 16:09:57   #3
ripley
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Respuesta: Salir de casa y no volver / Reportaje

Gina Manco / Engativá, Bogotá


Gina Manco. / Foto: Julián Lineros © Revista GENTE Colombia

La noche del 21 de noviembre de 2010, Gina Marcela Manco Montoya salió de su casa a comprar una caja de chicles. Hoy, su mamá, Abigail, espera a que vuelva
El árbol de Navidad de los Montoya todavía está armado. En la esquina de su humilde sala, aguarda –sin cintas, ni bolas, ni collares brillantes que lo adornen– a que se abran los dos únicos regalos que aún yacen en el suelo. Esos paquetes –un peluche y un juego de mesa– se los trajo el niño Dios el pasado 24 de diciembre a Gina Marcela –10 años, tez morena, pelo negro en rizos–, pero su mamá, Abigail, no ha querido guardarlos ni desarmar el árbol pensando en que pronto su hija aparezca y rasgue con alegría aquellas envolturas.

La noche del domingo 21 de noviembre Gina salió a comprar unos chicles. Esperaba ansiosa que llegara su mamá del trabajo, pues al siguiente día celebraría en su escuela el fin del año escolar y debía llevar algún dulce para compartir. La niña la llamó desde las cabinas telefónicas de la tienda de la esquina para preguntarle cuánto se tardaría y acordaron que saldrían juntas a comprar unas galletas con mermelada para la reunión. Gina pagó con una moneda de cien pesos su llamada y salió corriendo de vuelta a casa. Abigail, al llegar del trabajo, la esperó preocupada hasta las 11 de la noche, cuando decidió reportar su ausencia en la línea 123.

Gina no apareció en los hospitales, ni en la morgue de Medicina Legal, ni en las correccionales de menores. Sus compañeros de colegio tampoco la han visto. Su hermano, Jair, sabe que era una niña alegre que no huiría de casa. En la Sijín llevan su caso y ofrecen una recompensa de diez millones de pesos a quien informe sobre su paradero. El principal sospechoso –dice Abigail– parece ser el padre de la niña –su ex esposo– quien vive en Puerto Berrío y debe varios meses de inasistencia alimentaria. Pero hasta ahora, nada se ha encontrado y Gina no llega a casa. “Ella me ayudó a armar el árbol y ella me va a ayudar a desarmarlo”, dice llena de esperanza la mamá, que espera poder prepararle de bienvenida un plato de arroz atollado, su preferido.
Nota: La foto de la menor se publicó por petición de la familia.



John Devia / Altos de Cazucá, sur de Bogotá


John Devia. / Foto: Julián Lineros © Revista GENTE Colombia

Anderson –9 años– rueda por la calle empinada en la bicicleta roja que su hermano John –de 22– le compró el último día del 2010, el que, casualmente, también sería el último día de su vida
Ese viernes 31 de diciembre, a las 4 de la tarde, John contestó una llamada de Juan Carlos, un amigo del colegio Sierra Morena, donde ambos validaban décimo grado los fines de semana. “Camine y le gasto unas cervecitas, porque usted no hace sino trabajar”, le propuso, y John salió a la calle estrenando saco marca Gap, jeans negros y unos zapatos color beige. Sairi, su mamá (en la foto), tuvo que hacer la cuenta regresiva de fin de año, comerse las 12 uvas y hacer un brindis en su ausencia, inusual durante las muchas fechas especiales.

John no llegó esa madrugada, ni la siguiente, y la fe de Sairi se empezó a desvanecer cuando escuchó, de boca de Juan Carlos, que habían sido víctimas de la escopolamina y que no sabía dónde estaba John. Su mamá lo buscó en hospitales, en cárceles, inclusive se metió a la temida cuadra del Bronx, una olla de droga en el centro de Bogotá que, según Juan Carlos, también habían visitado. El pasado 8 de enero, el joven, que aspiraba a convertirse en un escolta, que disfrutaba del rap y que cocinaba “delicioso”, fue a parar a Medicina Legal y, según la necropsia, murió por un tromboembolismo pulmonar que le provocó un infarto y lo dejó sin aire. Sairi no cree que su hijo haya sido un vicioso y esa corazonada la ha llevado a buscar respuestas, aun después de que las mismas autoridades le han sugerido no insistir en buscar justicia por la desaparición de su hijo John. Siente rabia. En cambio, su hermana, Julieth, guarda con tristeza un cuaderno bajo su almohada, donde él escribía poemas para la única mujer que, a su temprana edad, amó.

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