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ripley
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Respuesta: Salir de casa y no volver / Reportaje

Gloria Collazos / Yumbo, Valle del Cauca


Gloria Collazos. / Foto: Julián Lineros © Revista GENTE Colombia

Laila, la segunda hija de Gloria, dice que su mamá nació para cantar. Y eso, quizá, fue lo último que hizo. El día que desapareció dijo que tenía una mala corazonada
En el barrio Dionisio, en medio de casas en obra negra, viven los tres hijos de Gloria Collazos. La puerta trasera de la casa da hacia una montaña donde la maleza hace de las suyas. Su cuarto sigue igual a como lo dejó el pasado 10 de marzo, el último día que Laila, su hija de 23 años, la vio con vida. “Sus cositas son pocas”, dice, mirando una habitación del tamaño de una cama doble. Sobre un espejo se lee el número 21.021 con el que su mamá participó en un concurso de televisión.

El viernes que desapareció, Gloria estaba nerviosa. Sería la primera vez, a sus 43 años, que le pagarían 120 mil pesos por cantar 12 canciones. Desde hace cinco años había descubierto que su vocación era cantar música popular y casi siempre lo hacía en la Casa de la Cultura de Yumbo, donde estudiaba técnica vocal. Ella misma se bautizó como ‘la estrella de la canción’ y mandó a timbrar tarjetas.
Y estaba nerviosa, además, porque le pidieron que cantara sola, y eso –le dijo a Laila–, le daba muy mala espina. Su presentación era a la 5 de la tarde, en Santa Inés, una vereda de Yumbo. Se vistió totalmente de negro y con botas vaqueras. Luego se supo, que cantaría para un grupo de la tercera edad. Ese día no volvió. El sábado tampoco, pero el domingo la alarma se prendió porque no contestó su celular. El martes, Laila denunció su desaparición y esa misma tarde, una llamada de la Sijín fue el comienzo de la tragedia para la familia Collazos.
A Gloria la encontraron tirada entre una zanja en la carretera que va de Yumbo a Cali con dos tiros en su cuerpo. Supieron que era ella por el delfín que tenía tatuado en el ombligo. Lo único que se recuperó fue un reloj embarrado. Y tampoco se sabe nada de lo que pasó. Laila dice que prefiere pensar que su mamá se despidió con sus canciones y así evitar recordar el ataúd, arrullado por el viento, cuando la velaron en el comedor de su casa.





Julio César Rodríguez / Nevado del Tolima


Julio César Rodríguez. / Foto: Julián Lineros © Revista GENTE Colombia

Salió a escalar el Nevado del Tolima hace seis meses. Su familia lo buscó pensando que tal vez estaría herido, perdido, secuestrado o muerto. Hace unos días apareció en una cueva, congelado
La primera vez que a Julio César y a su hermano mayor, Juan Pablo, se les ocurrió subir al Nevado del Tolima a escalar, fue después de ver una foto de su mamá, Soledad, haciendo lo mismo. “Se veía tan contenta que ese mismo fin de semana fuimos a Ibagué y empezamos nuestra primera aventura”, cuenta Juan Pablo. Cuando llegaron a la cumbre, después de dos días de intensa caminata y alimentos enlatados, la inmensidad del volcán escarchado y el panorama de los otros nevados cercanos, los nubló de alegría.
Julio César estudiaba para ser electricista en el Sena y trabajaba medio tiempo en el café-internet de una amiga de la familia, quien –como él– es Testigo de Jehová. Se levantaba cada mañana y salía a predicar, trotaba por el barrio, desayunaba, iba a trabajar o a estudiar. Y cuando llegaba el fin de semana, se ponía las botas para ir a escalar.

Sin embargo, el 25 de septiembre de 2010, cuando acabó el fin de semana, Soledad lo esperó ansiosa, escuchando a medias las hipótesis de su otro hijo. “Debió quedarse en un rancho, donde no hay señal y el clima no lo ha dejado salir”, decía Juan Pablo. Pero Julio César no regresó y cuando llegó octubre, la familia denunció su desaparición en la Fiscalía. Fue la Defensa Civil quien emprendió la búsqueda del joven en medio del duro invierno que azotaba al país para esa época.
¿Se lo llevó la guerrilla que transita por el páramo del Nevado? ¿Se hirió o está perdido en un pueblo? ¿Murió? Esas preguntas solo las pudieron responder hasta el pasado domingo 13 de marzo, cuando un montañista que escalaba cerca de ‘El Oído’, una zona a 5.000 metros de altura y casi llegando al pico, encontró el cuerpo de Julio César en una cueva. Juan Pablo ya había subido a buscar a su hermano dos veces, siguiendo el rastro del morral que apareció en el camino. La Defensa Civil rescató el cadáver, y los familiares, que pagaron una mula para transportarlo, lloraron al encuentro. Julio no alcanzó a enamorarse, a graduarse, a envejecer. Tenía 22 años.





Adriana Silvestre / Occidente de Bogotá


Adriana Silvestre. / Foto: Julián Lineros © Revista GENTE Colombia

Ya se cumplen dos años desde que salió de su apartamento y no volvió. María del Carmen, su mamá, anota diariamente las tareas que tiene que cumplir para que no se olviden de Adriana. Su hijo de 8 años también la espera
Patricia, la hermana mayor de Adriana Silvestre, carga un celular que solo timbra cuando quieren preguntar o dar información sobre su desaparición. Así que cada llamada que entra al número 300 252 11 99 tiene algo de esperanza y algo de miedo. El 5 de marzo se cumplieron 730 días desde que Adriana salió de su apartamento en el occidente de Bogotá y no regresó. Era Domingo de Ramos y el sábado almorzó con su mamá, con Patricia y su hijo de 6 años. Esta abogada de 35 años acababa de separarse de su esposo, pero la veían entusiasmada. Les decía: “hay una nueva vida para mí”. Además, estaba feliz con su trabajo en una constructora.

Ese domingo, Adriana salió en su carro y solo hasta el martes reportaron que un hombre en pantaloneta lo había dejado en un lavadero en Fontibón. Luego se supo que ella habló hacia el medio día con su ex esposo por celular y en la tarde llamó, alterada, a un amigo. Pronto descartaron un accidente y empezó la búsqueda. Patricia se ocupó de la denuncia en la Fiscalía porque María del Carmen, su mamá (en la foto), entró en shock. Rastrearon su cuenta de ahorros y supieron que había hecho un retiro en un centro comercial. Pidieron que se revisaran los videos y ahí estaba Adriana, sola, bajando del carro y hablando por celular. Es la última imagen que todos guardan.
Gustavo, su papá, la buscó en los caños, en el río Fucha, en los comedores donde asisten los habitantes de la calle. Hasta le pagó a un hombre para que recorriera la temida calle del Bronx, en Bogotá. Nada. El caso ha pasado por las manos de siete fiscales. Existe un retrato hablado del hombre que llevó el carro al lavadero, pero según la familia Silvestre, no se ha hecho público. Tampoco el celular ha sido efectivo. Han recibido llamadas de estafadores y brujos. Pero María del Carmen no se rinde. Dedica sus días a buscar a Adriana y muestra un cuaderno donde anota cada intento. Lo hace con un llanto ahogado. Ella quiere saber la verdad y que se haga justicia, porque al que desaparecen –dice– “quieren robarle la historia”.

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