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Libro de exsecuestrado reafirma que hay epidemia en el grupo guerrillero

El sida y las Farc

El sargento Arbey Delgado, liberado en la 'Operación Camaleón', lanza por estos días 'Lo que en la selva quedó'. El Espectador revela apartes de uno de sus capítulos.




Delgado presentará su libro el 15 de mayo, en la Feria del Libro.

Los guerrilleros habían puesto a fermentar guarapo para celebrar el 31, lo hacían con maíz. En las horas de la mañana prendieron el equipo para empezar las celebraciones y Jesús fue a visitarnos acompañado de su mujer, Gina. Conversaron con nosotros acerca de las posibilidades de liberación y sobre las noticias del acontecer mundial, siempre contadas bajo su perspectiva. Después del almuerzo empezaron a llegar a prestar guardia algunos guerrilleros alicorados y lanzando vivas, cuanto más pasaba el tiempo y corría el alcohol, más pesado se ponía el ambiente.

Serían las cuatro de la tarde cuando vi a un guerrillero, llamado Toño, llorando desconsoladamente. Me acerqué a preguntarle qué pasaba y me dijo que tenía muchos problemas de salud, en especial una enfermedad que lo estaba matando y que por eso tomaba mucho, los médicos le habían dicho que le quedaría un año más de vida. Al escuchar sus palabras me di cuenta de que era una gran oportunidad para invitarlo a escapar o convencerlo para una futura desmovilización.

— ¿Cuál es la enfermedad?

— No, yo no se la digo a nadie, a nadie y a nadie —repitió una y varias veces mientras me miraba.

— Entonces por qué no busca un remedio afuera, ya que no se lo dan acá.

— No, soy guerrillero y en la guerrilla moriré.

— ¿Usted de dónde es? ¿Por qué no busca ayuda en su familia?

— Le repito Delgado, soy guerrillero y en la guerrilla moriré. Mi familia es de Cali y yo no quiero saber nada de ellos.

Alguien se acercaba y no quedó más remedio que dar por terminada la conversación, pensaba que muchos de ellos estaban ahí, no porque en realidad quisieran, sino porque no tendrían otro lugar adonde ir y temían quedarse solos. El cadenero llegó, puntual a las 6 de la tarde, como todas las noches, para amarrarnos a los árboles. Siguieron con su parranda hasta las 8. Nosotros no pudimos hacer más que dormir y en la mañana siguiente desearnos un feliz Año Nuevo.

Chita volvió y nos ratificó la noticia de José Luis, pero también nos dio una buena: se hablaba de la posibilidad de nuevas liberaciones. Esto nos llenó de nuevas esperanzas y alegría, pero también teníamos que prepararnos para contarle la verdad a mi coronel. Donato y yo decidimos que lo haríamos gradualmente y que él sería el más indicado para dar la noticia al final.

El 4 de enero, un guerrillero nos dijo que al otro día posiblemente nos íbamos a mover por la cantidad de sobrevuelos, además, supimos que iba a ser un viaje muy largo. La noche siguiente nos embarcaron en un bote río arriba y cuando ya habían pasado algunos minutos, pudimos darnos cuenta de que estábamos rodeados de malocas indígenas, de nuevo entrábamos en su territorio para protegernos de los bombardeos. Aparte de rentar el terreno, la guerrilla utilizaba a los indígenas como espías y les pagaban con alimentos enlatados, que ellos recibían con mucha alegría, pues resultaban toda una novedad. El 30 de enero de 2010 llegamos a un sitio de grandes e impresionantes peñascos, allí nos dejaron descansar: colocamos las hamacas y nos acostamos para recuperar fuerzas.

Estaba de guardia Cucaracho y aprovechamos que el otro guardia estaba cansado para conversar; le pregunté si tenía compañera y me dijo que sí, que era muy bonita, pero debía cuidarse mucho con las mujeres. Gentil, el comandante del Séptimo, les dijo en una charla que habían fusilado a un guerrillero que tenía sida y que al parecer, había contagiado a muchos del frente. Según él, eso también había pasado en otros frentes del Bloque Oriental, y el Mono Jojoy había dado la orden de fusilar a todos los enfermos. Después, en la zona de distensión, había ordenado un examen general, a Cucaracho le había salido negativo. También me contó que los “raspachines”, que habían reclutado últimamente, también habían traído el sida y que se estaba propagando rápidamente por todo el Bloque. Estaba asombrado con lo que me había contado, pues recordaba a un enfermero de la zona de distensión cansado, quejándose porque había tenido que sacar más de mil muestras de sangre. La epidemia podía ser seria.

Al día siguiente me empecé a sentir muy mal, estaba estreñido y no había ningún medicamento para mi dolor. Los días pasaban y no parecía mejorar, era tal mi sufrimiento que hasta la mujer de Jesús se había acercado a ayudarme trayéndome un aceite, aunque no tuvo mucho efecto. Llevábamos cuatro días allí y nos tocaba trasladarnos, pero yo no podía ni pararme; me trajeron un bordón y como pude me paré para continuar la marcha. Recuerdo que dos guerrilleros se quedaron conmigo y llegamos al punto de encuentro cuando mis compañeros llevaban una hora esperándome. Completé seis días enfermo, prácticamente no comía y con todo el esfuerzo físico que tenía que hacer perdí cinco kilos; tuve que pedirle al enfermero que llamara a Jesús para que constatara mi estado y tratara de ayudarme.

Al octavo día, Vladimir, el enfermero, me contó que ya habían mandado a traer la droga, pero que no había llegado, que tratara de aguantar. No tenía de otra, así que me encomendé a la niña Omaira Sánchez, que había muerto en la avalancha de Armero, y a quien le había encomendado a mis hijos, a mi esposa y mi libertad. A los once días de enfermedad empecé a recuperarme, pero la droga nunca llegó y mi cuerpo está sentido todavía por ese episodio.

“Las Farc son unos salvajes”
Esas fueron unas de las primeras palabras que dijo el sargento Arbey Delgado Argote, en el aeropuerto militar de Catam, luego de ser liberado por el Ejército en la ‘Operación Camaleón’, el 14 de junio de 2010.

Delgado tenía 29 años cuando fue secuestrado por las Farc el 3 de agosto de 1998, durante la toma a la base de Miraflores en Guaviare. Fueron 11 años, 10 meses y 12 días de cautiverio, alejado de su esposa, Gladys Duarte, y sus tres hijos: Feyer Arbey (hoy de 15 años), Sharon (de 14 años) y Dayanna (de 12 años).

Junto con Delgado fueron rescatados otros tres secuestrados en poder de las Farc: el general Luis Herlindio Mendieta, y los coroneles Enrique Murillo y William Donato Gómez.

Luego de la liberación, el sargento fue internado una semana en el Hospital Militar Central por su delicado estado de salud. Según explicaron los médicos que atendieron su caso, Delgado sufrió siete paludismos, dos leishmaniasis y un dengue durante su cautiverio.

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