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San Andrés: un paraíso en decadencia

Por: Camila Rivera González

Padece uno de los momentos más difíciles por cuenta del narcotráfico, el sicariato y la posible explotación petrolera en sus aguas.
Foto: Angélica María Cuevas

Cerca de siete mil isleños salieron a las calles el pasado 4 de marzo a protestar en contra de la violencia en el archipiélago.

Protestas en San Andrés



Hace unos días aterricé en el Puente Aéreo capitalino luego de un mes y medio escudriñando entre arrecifes y raizales de las islas de Providencia y Santa Catalina. Aunque esta no es la primera vez que me enfrento a esa confusa sensación de “salir” de las islas y “volver” a Bogotá (son ya 10 años los que llevo sumergiéndome en estos trozos de Caribe insular entre lecturas, estudios y artículos académicos, además de trabajar con pescadores artesanales de las islas por algo más de un año (durante 2003) y de estrechar los lazos con las gentes de esta sociedad), sí es la primera vez que regreso con un profundo sentimiento de desasosiego que por momentos ha llegado a tomar matices de impotencia.
De ahí que decida buscarles la delantera a esas angustiosas emociones para abrirles la puerta a la escritura, a la denuncia y, por supuesto, a que todos conozcan la situación que se vive en el archipiélago lejano. Y digo lejano, porque a pesar de los atropellos que crecen en la isla, en el continente es poco lo que se dice sobre las alarmantes situaciones que allí se viven.
Por un lado, el narcotráfico con sus horrendas lógicas y la ley del miedo empieza a apoderarse de San Andrés, donde se vuelve común que cada cierto tiempo se repartan panfletos con amenazas. Pero todo esto no sólo ha quedado en papeles atemorizantes, durante el mes y medio que estuve en Providencia y Santa Catalina, semanalmente llegaban noticias informando que, de nuevo, habían desaparecido o matado otro par de personas por ajustes de cuentas relacionadas con narcotráfico. En conversaciones cotidianas, se mencionaba que desde noviembre del año pasado hasta el mes de febrero ya habían matado a más de 20 personas, muchas de ellas jóvenes.
Uno de esos días, un raizal de Providencia me preguntó: “¿Cómo es que ‘ustedes’ (refiriéndose a los ‘pañas’ —modo en que los raizales denominan a la gente del continente colombiano) le dicen a esa gente que le pagan para matar gente?”. A lo que respondí: “Sicarios”, mientras el hombre me interrumpía para concluir en un español con acento del inglés criollo (creole) que se habla en las islas “eso, eso… bueno, esas gentes sicarias están entrando a la isla y nos están matando. La semana pasada encontraron una bolsa con el cuerpo de un sanandresano”.
Siniestras palabras como “sicarios” empiezan a introducirse en el lenguaje raizal, mientras la sangre tiñe la arena delineando el miedo. Eso es lo que está sucediendo en San Andrés, el gran “paraíso turístico de ‘nuestro’ Caribe insular”. Del que poco se habla porque seguramente se asume que se afectarán las cifras de utilidades por la visita de turistas, pero, ¿dónde queda su población?, me preguntaba una vez más hace unos días mientras mis piernas temblaban luego de pasar por una calle del centro de la isla donde diez minutos antes habían matado, a plena luz de la mañana, a una persona “disfrazada de turista” —comentaban algunos—.
Al parecer no es sólo la arena la que se tiñe de rojo, sino que el mar Caribe de los cayos del norte (cercanos a Providencia y Santa Catalina) puede llegar a colorearse de petróleo en los próximos tiempos. No sólo se trata de “pigmentación” oceánica, se trata de pérdida de innumerables recursos marinos, muerte de los ecosistemas y los arrecifes, contaminación, malformaciones congénitas futuras y drásticos impactos culturales, sociales y económicos para la población insular, que finalmente será a corto, mediano y largo plazo la menos favorecida.
Luego de las solicitudes de varios miembros de la población civil, entidades, organizaciones sociales, ONG, etc., entre los que se presentaron derechos de petición requiriendo información al Gobierno Nacional respecto a las intenciones de exploración petrolera en el archipiélago, así como cartas con innumerables firmas dirigidas al propio presidente Santos pidiendo aclaraciones sobre el tema y exigiendo que este tipo de actividades no se adelanten en la región insular, hubo claridad en que efectivamente la Agencia Nacional de Hidrocarburos (ANH) ya había adjudicado dos bloques para exploración y explotación de hidrocarburos en áreas comprendidas dentro de la Reserva de Biosfera Seaflower.
Las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, al igual que las zonas donde se pretende adelantar la exploración sísmica, forman parte de la Reserva de Biosfera Seaflower, la cual fue declarada como tal por la Unesco en el año 2000, precisamente por ser un área clave de la biodiversidad mundial y por albergar, entre otras, el tercer arrecife coralino más grande del planeta y uno de los mejores conservados.
De hecho, éste constituye más del 70% del total de arrecifes coralinos de Colombia, en un mundo en el que los arrecifes son parte de la historia para muchos países.
En las áreas cercanas a la zona de exploración en cuestión vive una población raizal que, de acuerdo con la Carta Política de 1991, constituye una minoría étnica, la cual debe gozar de un tratamiento especial que permita garantizar la protección de sus derechos, su cultura, su identidad y su supervivencia.
Una población anglo-afrocaribeña de lengua criolla y una profunda tradición pesquera, y que dicho sea de paso, se ha visto afectada a lo largo de los años porque su labor artesanal se enfrenta a la desenfrenada pesca de barcos industriales colombianos, jamaiquinos y hondureños.
De acuerdo con la Constitución, uno de los principales mecanismos para garantizar la participación, a la vez que los derechos fundamentales de los grupos étnicos, es la Consulta Previa Informada, la cual es un requisito para la realización de proyectos dentro de sus territorios, la expedición de actos administrativos y el impulso de iniciativas legislativas. Este procedimiento tampoco ha sido adelantado con la población raizal en el caso del proyecto de exploración petrolera que pretende adelantar la ANH.
Aduciendo algunos de los argumentos que aquí se exponen y muchos otros como la protección de los derechos colectivos a un ambiente sano y el equilibrio ecológico de la Reserva de Biosfera Seaflower, Coralina (Corporación para el desarrollo sostenible del Archipiélago-Corporación Autónoma Regional de las islas) entabló una Acción Popular en contra de la ANH solicitándole que se abstenga de comenzar cualquier actividad o contrato de exploración, prospección, explotación o producción de hidrocarburos en la Reserva de Biosfera Seaflower.
Si bien mediante la Acción Popular se logró que la ANH suspendiera la suscripción de contratos para exploración y producción de hidrocarburos en las áreas que habían sido asignadas dentro de la Reserva de Biosfera, se trata de una acción temporal y no definitiva como debe ser. La ANH afirma que la suspensión se mantendrá hasta que las autoridades ambientales se pronuncien sobre las condiciones necesarias para realizar actividades en las áreas asignadas y que se reunirá con la comunidad para ‘comunicar’ el alcance de las actividades y el tipo de medidas que se tomarán para salvaguardar el medio ambiente.
En pocas palabras, no hay intenciones de detener el proceso y excluir totalmente el área marina de la Reserva de Biosfera Seaflower de las actividades de exploración y explotación de hidrocarburos. Faltaba más que el esfuerzo del expresidente Uribe por “reorganizar” y facilitar la explotación minera y petrolera en el país con su famosa “Ronda Colombia 2010” (el ofensivo plan petrolero que oferta más de 170 bloques petroleros a las multinacionales), se viniera abajo tan fácilmente.
¿Qué pasará entonces con las islas y su población?, me pregunto yo y se preguntaba una amiga providenciana cuando me decía: “Nosotros vivimos en unas islas, i, ese, ele, a, ese (I-S-L-A-S), ¿eso te dice algo?, poca tierra separada por kilómetros de agua. Aquí no es como en el continente, allá, si en tu región no se produce pescado se trae fácil de otra región. Aquí, si no producimos lo mínimo para vivir nos fregamos. Ya lo vemos, lo que viene en los barcos a surtir los supermercados es muy costoso. Las frutas que regalarían en las plazas de Bogotá, porque ya están viejas, aquí las cobran carísimas. Si se meten aquí a sacar petróleo, por más esfuerzos que se hagan, se va a alterar el ecosistema con los sonidos y los estruendos sísmicos, y se van los peces, las langostas, el caracol, las tortugas, todo, y nosotros nos quedamos… Nos iremos muriendo de hambre y si no, del dolor de ver cómo nuestro mar de los siete colores se vuelve de un solo tono oscuro y denso”.

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