Denunciante Avanzado
 | El tsunami conservador
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 | Por: Aura Lucía Mera  CREÍ, POR UN MOMENTO, QUE YA estaba vacunada contra todas las ollas podridas que se cocinaron a fuego lento durante los ocho años del caudillo del Ubérrimo.
No me sorprendí cuando las destaparon. Ya el aroma y los vahos que salían de ellas se esparcían por todo el territorio nacional, haciendo el aire casi irrespirable. El tufo apestaba y se colaba en salones, campos, empresas, cocteles, ciudades y veredas. La radiación de la corrupción aumentaba como el de la central nuclear de Japón, sacudido por la tragedia más espantosa desde que los americanos les botaron las bombas.
Antes del destape de la pitadora, muchas fueron las reuniones en las cuales se consideraba un sacrilegio siquiera cuestionar con el pétalo de una rosa la política imperante en la administración anterior. Uribe era poco menos que intocable. Las chuzadas, los agroingresos, los cohechos, las prebendas, las desmovilizaciones, eran temas vedados. Eran ideas malsanas de los que estábamos repudiados por ser simpatizantes de la guerrilla, o por pertenecer al partido comunista, o por malagradecidos o mal paridos. Cualquier epíteto era válido. Los cuestionadores estábamos condenados al estigma.
Pero como las cosas van saliendo a flote y no hay nada oculto bajo el sol, ya Colombia va sabiendo lo que realmente se cocinó, los ingredientes que le dieron sazón, quiénes revolvieron el caldo, qué cucharas utilizaron, en fin. Me pregunto si en toda la historia de Colombia se había dado que un mandatario saliera rodeado de tanto escándalo, salpicado hasta la médula por todo lo que ordenó y permitió, siempre con su cara de ángel bobalicón, con su sonrisa forzada, con su mirada perdida en sus más turbios pensamientos.
Lo que no me imaginaba, ingenua que sigue siendo una, es que los conservadores en patota jueguen ahora a ser víctimas de persecución política, simplemente porque varios de sus dirigentes están untados hasta el pescuezo de corrupción, cuestionamientos, manejos oscuros y vergonzosos. Nunca he militado en el “glorioso partido”. Mi condición de anarquista me impide alistarme en algún grupo, pero creí que al menos le quedaba algo de dignidad, claro, si es que alguna vez la tuvo.
Lo lógico hubiera sido apoyar al gobierno central, pedir las sanciones correspondientes a cada uno de los implicados, alejarlos del “seno de Abraham”, apoyar la limpieza de los forúnculos enquistados y desinfectar sus huestes. Pero no. La reacción fue gritar porque iban a perder puestos burocráticos. Porque se sentían amenazados por “despidos colectivos”. Qué vergüenza. No tengo ni idea si todavía dentro de esa colectividad existe algún dirigente ético que alce la voz y le devuelva la dignidad. Que ordene expulsar para siempre a las ratas ávidas de dinero mal habido. Que saque la cara, como en las épocas de Gilberto Alzate Avendaño, y reconstruya esa corriente política que en una época, no tan lejana, tuvo representantes de altura. Y lo más triste es que a nadie le importa un pito. Ya estamos acostumbrados a que el común denominador sean la corrupción, el clientelismo, las cuitas y los chantajes politiqueros. Por lo menos en Japón el tsunami venía del mar. Acá lo provocan los humanos y tiene olor a cloaca.
Fuente: http://www.elespectador.com/impreso/...mi-conservador
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