En la calle 30 con carrera 27 no brillan por estar recién salidos de la fábrica sino por precios.

Aquí, en el mercado del sanitario usado, hombres con ácido, esponjas y detergente quitan la mugre de los retretes para ofrecerlos como nuevos.
Elkin Visbal es uno de los seis dueños de las compraventas que funcionan sobre la carrera 27.
Él se dedica al negocio de los sanitarios de segunda desde hace seis años. Paga por cada uno entre 15.000 y 35.000 pesos para mejorarlos y venderlos desde 25.000 pesos. "Uno mira que no estén partidos y que no se vean acabados", dice.
Después, Elkin los manda a lavar y desinfectar, resana los pedazos partidos y les echa una mano de pintura. Sólo en ese momento los retretes quedan listos para volverles a servir a más humanos en agonía.
Freddy Peralta, otro de los comerciantes de inodoros usados, lleva 10 años trabajando en su propio local. Antes, había laborado en esta zona lavando y desinfectando los sanitarios que los comerciantes de turno le encargaban.
Freddy dice que el ácido garantiza la buena calidad de los inodoros de segunda. "El ácido quita todo", explica mientras deja caer un chorro de amoníaco sobre el piso para demostrar su potencia. La sustancia deja parte de la baldosa con un rojo más intenso.
Elkin y Freddy no recuerdan haber pasado 'un día en blanco': mínimo logran cuatro ventas por día.
Pero es Carnaval la mejor temporada del año porque los organizadores de casetas compran orinales y bacines adicionales para dar abasto con las necesidades fisiológicas de los bailarines. Hasta 15 llegan a vender en un día.
Cuando el Carnaval termine, dicen, las ventas seguirán rentables. "La gente siempre va a necesitar un sanitario", comenta Freddy entre risas.
25.000 pesos para cambiar la taza quebrada
Justo Meza, uno de los clientes de Freddy Peralta, llegó buscando un retrete blanco tradicional para reemplazar el que sus hijos le partieron el sábado pasado mientras jugaban bajo la regadera.
El hombre consiguió uno en 25.000 pesos. "Es que nuevos valen 70.000 pesos y no hay plata", dijo.
Freddy se lo empacó en una caja de cartón para hacerle su viaje de regreso al municipio de Sabanagrande (Atlántico) más cómodo.
Lavados y desinfectados
Iván Castillo, de 61 años, se dedica desde hace ocho a lavar inodoros. Por las tazas cobra 2.000 pesos y por las tapas de estos y los lavamanos, 500 pesos.
El olor del rincón donde desinfecta los retretes penetra tanto que a cualquier desprevenido puede marear.
Él, sin embargo, dice que ya es inmune al olor. Sin guantes ni tapaboca, Iván rocía el ácido sobre el sanitario y con un cepillo comienza a esparcirlo. Cuando lo empapa por completo, deja que el amoniaco actúe durante unos minutos para después sacarlo con agua.
El contacto del ácido con sus manos parece no arderle. Tampoco si la sustancia alcanza sus ojos. Él ya sabe cómo arreglárselas para no sentirse mal y seguir trabajando sin molestias.
También a las sorpresas desagradables se ha acostumbrado. No ha faltado el inodoro que le llega con excrementos. "Uno ve allí la cosa cuando comienza a lavarlos por dentro. Pero se les echa agua y listo".