Se trata de la más importante entrevista con el Presidente, desde el día de su posesión. Y aunque trató de ser algo ameno, entre whisky y whisky, salmones, buenos vinos, películas de acción, biografías de grandes traidores y elegantísimos bailes al mejor estilo Pastrana, la periodista logró algunos elementos que ponen de manifiesto las características de la personalidad del Mandatario.
Para nadie es desconocida su inclinación por el juego. Quienes durante la campaña lo criticaban con sevicia y hoy lo aplauden delirantemente, miserablemente lo catalogaban de ludópata y tahúr. Los apostadores desarrollan una misteriosa habilidad para conocer la psicología de sus rivales. Descubren sus debilidades y temores, para dar el zarpazo en el momento indicado.
Resulta interesante cuando la cronista nos recuerda que Santos, desde su columna en El Tiempo, se convirtió en un firme opositor del régimen contaminado de Ernesto Samper. Pero hay algunos que creen fervorosamente en el dinamismo de la política. Aquel que ayer era mi enemigo, hoy es mi aliado. Esa doctrina ha permitido que el rutilante faro del gobierno actual sea el ex presidente Samper.
Cuenta Juan Manuel Santos que “por disciplina liberal” no acompañó a Álvaro Uribe en su candidatura de 2002. Se le olvidó recordarles a los lectores que también lo criticó y se opuso a muchas de sus políticas hasta el día que resolvió dar —digámoslo con crudeza— la voltereta. En 2006, pasó de ser un liberal disciplinado y obediente a furibundo uribista, promotor de la reelección como única alternativa viable para la estabilidad de nuestro país. Para nadie es nuevo que los conversos tienden a mostrarse dignos de su nueva religión con actitudes que pueden rayar en el fanatismo.
La disciplina se fue al traste el año pasado cuando anunció su candidatura presidencial, aspiración que resolvió tramitar en el seno del Partido de la U y no en el de su amado y respetado liberalismo.
Ya lo dijimos: hay físicos extraviados en los vericuetos de la política con sobrada capacidad para escribir un tratado sobre el dinamismo.
El 29 de octubre de 2008, 27 oficiales y suboficiales del Ejército, incluidos tres generales, fueron retirados del servicio, acusados de ser los “responsables” de los denominados falsos positivos. Esa decisión, que minó para siempre la moral de los soldados, no estaba respaldada por una investigación, sino por un informe vago y temerario que fue elaborado por un equipo que lideró un tenebroso general conocido con el alias de La Machaca.
Han pasado más de dos años desde el día en que aquellos miembros del Ejército fueron expulsados como si se tratara de los peores criminales, sin que hasta el momento se les haya imputado la comisión de delito o falta disciplinaria alguna. Su honestidad no ha podido ser cuestionada por las autoridades.
Pero Juan Manuel Santos siente orgullo de esa gigantesca iniquidad que se consumó mientras él ejercía como el ministro de Defensa del presidente Uribe. Al respecto y sin pensarlo dos veces le dijo a Patricia Lara que “había que relevar a todos los posibles involucrados de manera ejemplarizante”. Lamentablemente, ese retiro violó el más fundamental de los derechos de cualquier ciudadano: la presunción de su inocencia.
Antes de terminar, el presidente reconoció lo que habilidosamente supo ocultar mientras buscaba los 9 millones de votos uribistas: que su agenda política es de izquierda.
Diría un melancólico: de haberlo sabido…