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Wave Respuesta: El crimen de Arauca

La Cruz Roja Colombiana exhumó a los tres niños el sábado 16 entrada la noche. Aunque se trata de una zona de conflicto no se sabía de una escena tan bárbara: tres niños estrangulados y enterrados en dos fosas de 60 centímetros de profundidad. Los cadáveres fueron transportados en la madrugada hasta Medicina Legal de Arauca en donde se les practicó la necropsia y se tomaron distintas muestras. Allí se verificó que se trataba de Yenny Torres Jaimes, de 14 años, y sus hermanos Jimmy y Jeferson, de 9 y 6, respectivamente. Las necropsias indican que la niña fue violada y asesinada. Murió por un "shock hiperbólico" producido por una serie de lesiones contundentes en el cuello y el tórax perpetradas con arma cortopunzante. Los niños sufrieron traumas "de un arma cortocuntundente (sic) en cráneo, tórax y abdomen", según señalan las necropsias hechas por Medicina Legal de Arauca.

La población de Arauca, indignada por semejante crimen tan atroz, acompañó masivamente el funeral de los tres niños. El padre de los pequeños y sus vecinos señalaban como responsables a los militares que patrullaron sus veredas cuando ocurrió la tragedia. A medida que la indignación nacional crecía como espuma, las investigaciones del Ejército y de la Fiscalía hacían todo lo posible por aclarar lo ocurrido. Los altos mandos ordenaron desde el primer momento el retiro y la concentración de los militares que patrullaban la zona. Sacaron 60 uniformados y los aislaron, para dejarlos a completa disposición de la Fiscalía en la guarnición de Arauca.

El 19 de octubre, la Brigada XVIII entregó a la Fiscalía un informe, resultado de indagaciones internas, que detalla las inconsistencias en que había incurrido el subteniente Muñoz Linares y le pidió al ente investigador que recaudara como material probatorio "los machetes y equipos de campaña" de los militares aislados.

La Fiscalía entrevistó a los uniformados e incautó los equipos de varios de ellos para analizarlos. Una prueba química preliminar arrojó que siete presentaban rastros de sangre. Uno de estos correspondía al de Muñoz.

A medida que el círculo se cerraba, las indagaciones se concentraban en un grupo menor de militares sospechosos y, al cabo de unos días, prácticamente todos los indicios apuntaban directamente al subteniente. Varios soldados de la compañía Buitre narraron a los investigadores las extrañas ausencias del subteniente Muñoz. Un perito de Medicina Legal le practicó a este un examen integral el 21 de octubre y encontró que tenía en los brazos y antebrazos un conjunto de arañazos recientes, "compatible con hojas de maleza, espinas, u otro objeto delgado de consistencia dura". Ningún militar comentó acerca de una pelea o alguna situación que pudiera explicar las raspaduras en los brazos de Muñoz.

Luego de haber admitido ante sus superiores las relaciones sexuales con menores, el subteniente Ruiz fue trasladado a la Fiscalía especializada de Arauca para rendir indagatoria. Allí hizo un extenso relato sobre sus actuaciones entre el 10 y el 14 de octubre, cuando el pelotón bajo su mando rondaba la vivienda de los tres niños asesinados. Dijo que efectivamente había conocido a la pequeña Yenny y que había tenido dos encuentros fugaces con ella antes de sostener supuestamente una relación sexual consentida. "Éramos novios", dijo. Nadie le creyó.

Contó que el 14 de octubre llegó a la casa de la menor a la 1:30 de la tarde y que ella lo saludó cuando lo vio en la platanera. Allí se sentaron y empezaron a besarse. Narró así el encuentro sexual que tuvo con la menor ese día: "Le pregunté si ella había tenido relaciones y manifestó que no. Pasó una lloviznita ligera y escampamos los dos en el poncho. Le dije que quería estar con ella y dijo que le daba miedo. Le dije que siempre hay una primera vez (…) en eso trascurrieron como unos cuarenta minutos". Finalmente dijo que se despidió de la niña hacia las 4:00 de la tarde y que luego se enteró de que había sido asesinada.

Dentro de las indagaciones hechas por la Fiscalía a los militares hay varios testimonios que desdicen la versión del subteniente y su supuesto noviazgo. "El terreno no se presta para eso, por el enemigo", afirmó un soldado que explicó que por tratarse de una zona con presencia guerrillera histórica las precauciones son extremas. Ningún militar intenta entablar relaciones con los moradores, por seguridad.

Es obvio que Muñoz contó que había tenido relaciones con la menor porque sabía que negarlo era imposible: las pruebas de Medicina Legal en el cuerpo de la menor, lo delatarían sin remedio. Efectivamente el informe que coteja su ADN con las muestras de semen hallados en el cuerpo de la niña indican que es "554 trillones de veces más probable" que los espermatozoides provengan del teniente que de cualquiera de los otros uniformados a los que se les tomó muestra.

Con este informe anexo a la investigación, la Fiscalía decidió librar orden de captura el miércoles pasado y acusar al uniformado de la violación de dos niñas y del crimen de tres menores. En la audiencia pública, Muñoz insistió que no violó ni mató a los niños. Pero todos los hechos lo desmienten. Hasta ahora, todos los testimonios, los exámenes de Medicina Legal y las pruebas circunstanciales apuntan a que él fue el asesino.

Frente a este lamentable episodio, las Fuerzas Armadas han actuado de manera ejemplarizante. Pusieron la cara, asumieron la gravedad de los hechos, no descartaron a priori que un militar pudiera estar involucrado, abanderaron la investigación, dieron sendas ruedas de prensa para informar a la opinión y una vez se dieron cuenta de que todo apuntaba a que había sido un desadaptado del Ejército, le pidieron perdón al padre de los niños por el infortunio de haber acogido dentro de la institución a un criminal capaz de hacer semejante daño. Pero el desconsolado campesino ha dicho que el daño de perder a sus hijos es irreparable.

Para la institución militar este amargo episodio deja dos lecciones: que si se abren las puertas a la justicia y se aclaran los hechos, las responsabilidades individuales afloran y no tienen que cargar con la culpa de estos actos todos los militares, con lo que eso significa para su dignidad y legitimidad. Y la segunda lección es que una institución que ha crecido tanto en los últimos años requiere refinar los métodos de selección de sus miembros, pues no solo son una autoridad sino que viven con la fuente de poder que les brinda el uniforme que llevan y las armas que portan.

Episodios como el de Arauca, que han estremecido a toda Colombia durante varios días, no solo son irreparables para la familia, sino que deben ser irrepetibles para la sociedad. Y de eso debe encargarse el alto mando. Lamentablemente, a pesar de la reacción digna de la cúpula militar, nadie podrá devolverle los tres hijitos a don José.

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