Con mucha frecuencia, al menos desde la perspectiva del colombiano y prácticamente de cualquier latinoamericano se le achaca al argentino un delito imperdonable: su gran ego. El hecho de que Maradona abra su gran “boca” y de que una u otra estrella de medio pelo –futbolistas incluidos- diga cualquier cosa, ayuda a acrecentar la leyenda. Como decíamos en la ocasión anterior, los límites llegan hasta el punto de que existen chistes donde el remate es cuando se golpea al argentino por soberbio. Esta acción sin embargo, no hace más que recalcar un mal que también es el nuestro: Latinoamérica es un continente soberbio; y no, no lo decimos en forma de halago.
En efecto, no hace falta más que escuchar la opinión común de la gente para percibirnos que cada país se siente muy especial y “mejor” que sus países vecinos. El colombiano se burla del peruano; cree que el ecuatoriano es inferior; no soporta al venezolano; cree que el panameño ni existe (Centroamérica a excepción de México es una extensión de tierra cuasi-uniforme), y sobre Brasil no hay ni siquiera una opinión formada (sabemos que es un país que ama el fútbol y donde hay un carnaval en Rio todos los años). Conocemos tan poco sobre las culturas que nos rodean que nos enfrascamos en nuestros pequeños países y creemos que tenemos las mejores playas, las mujeres más bellas, los mejores escritores, los paisajes más impresionantes, la gente más amigable y trabajadora… Esta situación no es exclusiva de Colombia, se repite en cada uno de nuestros países. En todo lado se repite la misma ignorancia, la misma prepotencia, la misma soberbia.
Llamamos soberbia a ese sentimiento ciertamente patriotero del considerarnos únicos y exclusivos. Al decir esto recordamos las palabras de un amigo español que nos contaba asombrado que los escritores latinoamericanos siempre andaban pendientes de saber si se los conocía en Europa, pero que los tenía sin mayor cuidado el saber si se los conocía en otros países de América Latina. Somos un continente fracturado y separado. Olvidamos nuestra historia y repetimos una y mil veces los mismos errores.
Sólo a partir del conocimiento mutuo, de la comprensión de las diferencias y de la tolerancia será posible que algún día nuestros países avancen hacia un objetivo en común. Mientras siga prendida la llama de la soberbia, del patrioterismo, de la política incendiaria. Mientras sigamos creyendo que somos “mejores” a nuestros vecinos continuaremos siendo un continente rezagado, como náufragos abandonados en diferentes islas, cada uno orgulloso de ese pedazo de tierra desierta que le tocó habitar.