El 25 de octubre de 1973, como a las 9 de la mañana, el país se estremeció con una noticia: “En la terminal de transportes de Cali, encontraron una valija, con un cuerpo totalmente desmembrado. El cuerpo llegó desde Bogotá, en el bus 196 de Expreso Bolivariano”. El primer testigo de aquellos macabros hechos, fue José Roberto Rodríguez, conductor del bus que transportó la infortunada maleta; el segundo testigo era Orlando Sáenz, su ayudante.
Ellos contaron que todos los pasajeros del bus se habían marchado y en el bus solo quedaban una maleta azul y un par de cajas de cartón. El conductor, pensando que alguien las había olvidado, decidió guardar todo en la bodega de Cali. El celador a cargo, durmió varias veces sobre el equipaje, ignorando lo que contenía. Después de dos días un olor nauseabundo comenzó a sentirse en la bodega. Los empleados pensaron que algún pasajero había olvidado un alimento ahí. Se lo comunicaron al gerente de Expreso Bolivariano, quien decidió abrir el equipaje. En la maleta, encontraron “pedazos de manos, pies, dedos sueltos, partes del cráneo, y las vísceras de un individuo”. También “estaba la cabeza, el tronco y parte de las extremidades inferiores, cuyos huesos habían sido picados para facilitar su cabida en su reducido espacio”.
“El hombre que me entregó las maletas, -dijo el ayudante del bus - tenia peluca”.El conductor por su parte dijo: Tenía una chompa impermeable de cremallera con bolsillos en diagonal, media como 1.69, su cabello era rubio, abundante y liso y a la altura del cuello de la camisa, le caía en parte de la frente que era amplia, sus cejas eran pobladas y rectas. De los ojos no me di cuenta por que tenía gafas, no tenía patillas y su acento era cundinamarqués.
El doctor encargado de la necropsia, no obtuvo pistas suficientes, el cuerpo no tenía huellas, se las borraron con ácido, aparte de que no tenía el dedo anular en ninguna de sus manos. El trabajo de limpieza que hicieron con el cuerpo estuvo muy bien hecho.
El forense sólo pudo dar una descripción del “enmaletado”, como lo llamaría la prensa - era de aproximadamente, 1.70 de estatura, 32 años, complexión robusta, ojos azules, heridas en el rostro causadas por arma blanca, cabello castaño, cejas largas y delgadas, vellos abundantes en el tórax y con la fila superior de dientes bastante irregular aspiraba a que con esos datos algún ciudadano pudiera identificar el cadáver.
Una mujer llamó a las autoridades, pero no dejó nombre ni dirección, solo dijo que ella sabía quién era el cuerpo que estaba en la maleta, luego se presentó y dijo –el señor que están buscando se quedó en un hotel donde yo trabajo por cinco días, su nombre era Rafael Huertas-. En ese mismo momento llegaron los agentes que les había encomendado la misión de recoger pistas, habían conseguido el número de placas del taxi que llevó a la persona con la valija.
Las cosas iban bien, el grupo de doctores de criminología, ya había hecho una reconstrucción facial del cuerpo. A partir de ese momento se publicó en diferentes diarios de la capital y de Cali el retrato hablado del muerto y de la persona que lo había llevado.
El 2 de noviembre de 1973, un hombre apareció diciendo que el enmaletado era su cuñado “Jaime Azcarate”. La cabeza de la víctima había sido llevada a medicina legal en Bogotá y allí la reconoció el hombre por una vieja cicatriz en la barbilla y un defecto en los dientes. El hombre tomó la cabeza entre sus manos y dijo: es mi cuñado. Sin embargo, la suegra del hombre y madre de la supuesta víctima prorrumpió a llorar desesperada afirmando que ese no era su hijo.
¿Quién estaba interesado en confundir a las autoridades? Miles de llamadas recibió la policía, se hablaba de empleados oficiales, comerciantes, celadores, ex militares, ex policías, traficantes, delincuentes comunes, vendedores de lotería, ex futbolistas, presidarios y hippies. Todas desviando el caso.
Cuando el cuerpo había sido enterrado y el caso se daba por perdido, la jueza 36 de instrucción criminal Berta Álvarez de Garrido, exigió la exhumación del cuerpo, para confirmar nuevas pistas sobre el enmaletado.
Todo estaba confuso hasta que el 3 de enero. Una llamada de la cárcel de Cali, decían que –el señor Napoleón Lozano Pulecio alias “la llorona”, sabía quien era el enmaletado y que declararía a cambio de una rebaja de pena. Al llegar a Cali el 4 de enero, el oficial que fue a hablar con “la llorona” le garantizó negociar la información por la rebaja de su pena. La llorona se sentó y comenzó a hablar: -“Estábamos tomando unos tragos y fui invitado a una finca cercana a Cajicá, para despedir a Pichón Sarriá quien se divorciaba de su mujer. En el camino compramos dos botellas de Whisky y una vez llegando a la casa me pidieron que fuera a conseguir unos pollos para comer, entonces me fui a conseguir los pollos y a ordenar que los prepararan, cuando regresé a la sala me encontré con Pichón muerto y empacado en varias bolsas, uno de sus siete asesinos, mis amigos, tenia un martillo ensangrentado-.El hombre estaba muy seguro durante toda la declaración.
Terminaron de hablar, el oficial salió de la celda, el caminó por varios pasillos oscuros de unos 4 o 5 metros para alcanzar la puerta de la penitenciaría. Cuando estaba saliendo de la cárcel escuchó una alharaca en la prisión, guardias corrían hacia adentro preparando sus armas ¿un motín?. No, acaban de matar a “La Llorona”, dijo uno de los reclusos.
Y con esa muerte se sepultó la verdad pues la llorona no alcanzó a decir el nombre de la persona que pagó por el crimen pues dijo “que una vez se garantizara la rebaja de su pena”, daría el nombre de la persona que le pagó a sus amigos para que mataran a Pichón.