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Predeterminado Discurso del presidente Santos ante la ONU Calificación: de 5,00

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El presidente Juan Manuel Santos intervino ante la Organización de Naciones Unidas (ONU), en donde exaltó el trabajo de Colombia en la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico.



Este es el discurso del presidente Juan Manuel Santos

Con reverencia, y un inmenso sentido de responsabilidad, vengo por primera vez a esta tribuna histórica, para reiterar el compromiso de mi país, de más de 45 millones de colombianos, con el cumplimiento y éxito de los principios fundadores de las Naciones Unidas.

Apoyamos que esta organización, en su proceso de reformas, adopte criterios de eficiencia y transparencia para hacer realidad estos principios, y lograr un sistema de cooperación internacional más eficaz.

Creemos que Naciones Unidas debe enfocarse en alcanzar resultados concretos, que transformen realidades, en lugar de profundizar dependencias o programas asistenciales que hacen más daño que bien a los países en desarrollo.

Con esta convicción, con fe en el futuro de la Organización, hago hoy expresa, ante esta Asamblea, la aspiración de mi país a ser miembro del Consejo de Seguridad para el periodo 2011-2012.

Lo hacemos sobre la base del respeto a los principios de la Carta de la ONU, y con el compromiso de brindar toda nuestra cooperación para el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales.

Colombia –que celebra este año, junto con otras naciones de América Latina, 200 años de su independencia– tiene una larga y exitosa tradición democrática e institucional.

Nuestra República ha sufrido los embates del terrorismo, y los estragos del crimen internacional, pero siempre los ha enfrentado con la Constitución y la ley en la mano, siguiendo los más estrictos procedimientos democráticos.

Estamos seguros que nuestra experiencia, larga y dolorosa, puede ser muy útil a todos los miembros de la Organización en temas donde hemos desarrollado una gran capacidad técnica y operativa.

Temas como el de la seguridad; la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico; el combate al comercio ilícito de armas pequeñas y ligeras; la erradicación progresiva de las minas antipersonal; la asistencia humanitaria; el desarme, la desmovilización, la reintegración de grupos armados ilegales, y –algo muy importante– cómo hacerlo defendiendo siempre los derechos humanos.

Como amantes de la convivencia Pacífica, nos sentimos orgullosos de participar en operaciones de mantenimiento y consolidación de la paz, como la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití, la Fuerza Multinacional de Paz y Observadores en el Sinaí, y la Oficina Integrada de Consolidación de la Paz de esta organización en Sierra Leona.

Es parte de nuestro compromiso con la paz en cualquier lugar del planeta; un compromiso que hoy ratificamos.

Por eso queremos ser voz de América Latina y el Caribe en el Consejo de Seguridad, en este momento muy especial para nuestra región.

América Latina y el Caribe, que reúne cerca de 600 millones de habitantes, es nuestra área de interacción natural.

La región incluye países con múltiples visiones políticas o posiciones diversas sobre muchos temas específicos.

Pero nos congrega el interés por superar la pobreza, por mejorar el nivel de vida de nuestra gente, por insertarnos exitosamente en el mercado global y por proteger nuestro medio ambiente.

Las naciones de América Latina están comenzando a asumir un liderazgo global en temas económicos, ambientales, de seguridad y desarrollo.

En mi discurso de posesión, el pasado 7 de agosto –basado en los importantes avances que ha logrado mi país–, dije que le había llegado la hora a Colombia.

Hoy, en este foro mundial, quiero ir más allá, y expresar, con entera convicción, que ha llegado la hora de América Latina.

Los latinoamericanos asumimos con responsabilidad el manejo de nuestras economías, y gracias a ello fuimos una de las regiones menos afectadas por la crisis económica mundial.

Hoy nuestros países crecen sobre pilares económicos, sociales y tecnológicos más fuertes que nunca, y están en la mira de los inversionistas del mundo.

Somos un subcontinente con una mayoría de población joven, con inmensos talentos y capacidad de trabajo, con ciudades y maravillas naturales que atraen a turistas e inversionistas del mundo entero, y con una riqueza ambiental inigualable.

En estos tiempos en que el mundo demanda alimentos, agua, biocombustibles, pulmones naturales como las selvas, América Latina tiene millones de hectáreas listas para ser cultivadas, sin afectar el equilibrio ecológico, y toda la disposición, ¡toda la disposición!, para convertirse en un proveedor de los todos los bienes que la humanidad necesita para su propia supervivencia.

Más de 925 millones de personas con hambre y en situación de desnutrición en el mundo son un desafío inaplazable.

¡América Latina puede y quiere ser parte de la solución!

La nuestra es la región más rica en biodiversidad del planeta, con el país más megadiverso del mundo, como es Brasil, y el país con mayor biodiversidad por kilómetro cuadrado, como es el nuestro, Colombia.

No más en la Amazonía se concentra el 20 por ciento de la oferta mundial de agua dulce y el 50 por ciento de la biodiversidad del planeta.

Colombia no es un país de altas emisiones contaminantes, pero queremos asumir nuestra responsabilidad con el planeta y su futuro.

Con esta conciencia, apoyamos la iniciativa internacional para la Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación, que busca generar y dirigir los recursos que sean necesarios para la reducción de la pérdida de bosques tropicales y de las emisiones asociadas.

¡Queremos ser un país modelo para el mundo en el monitoreo de sus bosques, de sus emisiones de carbono y del estado de su biodiversidad!

América Latina, en su conjunto, debe ser una región decisiva en la salvación del planeta.

Nosotros reclamamos un nuevo acuerdo que sustituya al Protocolo de Kyoto –que vence en 2012–, que garantice el compromiso de todos, comenzando por las grandes potencias industriales, con la reducción de emisiones.

Con las debidas compensaciones económicas, tenemos una inmensa capacidad para reducir la deforestación y plantar nuevos bosques, cambiando la historia no sólo de la región sino del mundo entero.

Cuando inició el siglo XXI, América Latina y el Caribe apenas estaban comenzando su camino de inserción en la economía global.

Hoy, diez años después, con estabilidad política y económica; con potencial agrícola, energético y ambiental, quiero enviar un mensaje a las demás naciones de nuestra región.

El mundo tiene sus ojos sobre nosotros.

Ahora nos corresponde abrir los nuestros, superar cualquier diferencia que persista, y pensar en grande.

Si lo hacemos –y por todo lo anteriormente expuesto– podremos declarar al unísono, como lo hago hoy, en el umbral de la segunda década del tercer milenio:

¡Ésta es la década de América Latina!

Una década en que podemos crecer y progresar, pero sobre todo servir a nuestros pueblos y al bienestar de la humanidad.

Hace dos días tuve la oportunidad de presentar los resultados de Colombia en su progreso hacia el cumplimiento de los Objetivos del
Milenio.

No repetiré ante esta Asamblea los avances –que son muchos– ni los desafíos que aún tenemos –que son muchos más–.

Sólo quiero recalcar que, más que ningún otro problema, la pobreza y todas las consecuencias que acarrea, es el mayor drama de nuestro mundo.

Quiero llamar la atención, en particular, sobre la doble tragedia que vive un país del Caribe, que a una pobreza casi endémica ha unido los efectos de un devastador desastre natural.

Estuve en Haití hace un par de meses y debo declarar, ante esta Asamblea de naciones del mundo, con el corazón entristecido, que su angustiosa realidad supera la peor pesadilla.

La ayuda internacional anunciada no ha llegado en su totalidad, o por lo menos no se ve, y los haitianos subsisten y siguen luchando, con dignidad y coraje, pero sin la debida atención que debemos prestar a su situación, que no da espera.

Hago un llamado al Consejo de Seguridad para que considere la transformación de la Operación de Paz que hoy se tiene en Haití en una verdadera Operación de Desarrollo, que responda a sus necesidades y logre resultados concretos.

En estos tiempos de dificultades económicas para las naciones industrializadas, con alto desempleo y estancamiento, la solidaridad global tiende a desaparecer de las prioridades.

Esto es un error. Darle la espalda a la cooperación y al comercio internacional no ayuda a nadie, y estamos convencidos de que el egoísmo le hace daño a todos pero, aún más, al mundo industrializado.

¿De dónde más van a salir los consumidores si no es de los millones de pobres que hasta ahora han estado al margen del progreso?

¿Quién, diferente a las sociedades llenas de jóvenes entusiastas, podrá aportar el dinamismo que necesitan las naciones maduras?

¿Qué espacio económico, distinto al mundo en desarrollo, está disponible para satisfacer las necesidades de la humanidad en las décadas por venir?

Cuando más ha avanzado la prosperidad colectiva es, precisamente, cuando se han incorporado millones al desarrollo, y los momentos más oscuros de la economía planetaria han sido los de la exclusión y las barreras.

No puedo terminar sin hacer referencia a dos flagelos mundiales como son el terrorismo y el narcotráfico, que se retroalimentan uno al otro, porque son muchas veces los dineros de las drogas ilícitas los que financian los actos y los grupos terroristas.

Colombia ha sido víctima –tal vez como ningún otro país– de estos fenómenos, pero ha sido también modelo de lucha contra ellos y abanderada de la necesidad de actuar en conjunto con la comunidad internacional, bajo el principio de la responsabilidad compartida.

Nuestra Política de Seguridad Democrática, es decir una seguridad para todos y respetando la Ley, es también una política de derechos humanos porque logramos disminuir dramáticamente los delitos y conductas que más atentan contra la vida y los derechos fundamentales de nuestra gente, como son el homicidio, el secuestro y el desplazamiento.

Fuimos el primer país en aplicar, de forma integral, los principios de verdad, justicia y reparación para la desmovilización de grupos armados ilegales.

El Estado y la sociedad colombiana estamos comprometidos con la defensa y promoción de los derechos humanos.

Lo hacemos por convicción –por una profunda convicción–, y no por imposición.

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