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Antiguo 09-08-2010 , 19:13:38   #2
e-che
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e-che Entro a la batalla de los Diosese-che Entro a la batalla de los Diosese-che Entro a la batalla de los Diosese-che Entro a la batalla de los Diosese-che Entro a la batalla de los Diosese-che Entro a la batalla de los Diosese-che Entro a la batalla de los Diosese-che Entro a la batalla de los Diosese-che Entro a la batalla de los Diosese-che Entro a la batalla de los Diosese-che Entro a la batalla de los Dioses
  
Kaffeetrinker 2 Respuesta: ¡El otoño del Señor P…!

2. ...y la realidad


“ Todos los caminos del paramilitarismo conducen a la Casa de Nari”. Felipe Zuleta , agosto 28 del 2008, en felipezuleta.*************/


Cuando Gabriel García Márquez escribió El Otoño del Patriarca, construido a partir de las experiencias de muchas dictaduras latinoamericanas, quizá nunca pensó que parte de las cosas que describía sobre una tenebrosa dictadura de ficción iban a palidecer en comparación con la terrible realidad colombiana de las últimas décadas y de un personaje que gobernó a sangre y fuego el país durante los últimos ocho años. Y hoy ni García Márquez parece querer comparar el argumento de su novela de 1975 con lo que ha acontecido en Colombia, pues ni corto ni perezoso recibe en México y estrecha la mano de sujetos tan poco recomendables como el Señor P y Juan Manuel Santos.


En 2002 llego a la presidencia de la República, con el apoyo irrestricto de los paramilitares, y el fraude electoral en la Costa Atlántica, también forzado por los paramilitares, un personaje sini estro, a quien algunos llamaron el Patrón, el Padrino, el Paisa o, de manera más coloquial, el Paraco y los más osados el Paraquito (ya es famosa la mofa que se atribuye al presidente del Ecuador, Rafael Correa, quién supuestamente le habría dicho cuando lo invito a visitar su país: “venga Para-Quito”), pero a quien nosotros simplemente vamos a denominar el Señor P…


Durante estos ocho años este individuo se presentó a sí mismo como un Mesías redentor e insustituible y eso lo amplificaron todos sus sirvientes y corifeos, entre los que descollaron muchos periodistas y antiguos militantes de izquierda, convertidos en sicarios intelectuales del régimen. Éstos se encargaron de advertirnos que el personaje era irremplazable, que de su permanencia en el poder dependía la suerte y el futuro del país, que él poseía una mente superior a la de todos nosotros, vulgares mortales. ¡Que nunca antes había existido ni en Colombia ni el mundo mejor presidente que éste que revolucionó la teoría política con su invento de la “democracia de opinión” como fase suprema del Estado de Derecho! Durante estos eternos 8 años, él mismo Señor P llegó a creerse el cuento que él no tenía reemplazo y que sin él el país no iba a poder vivir, iba rumbo a la hecatombe definitiva.


Machista paisa, (“sea varón y quédese a discutir”, dijo en una ocasión), bravucón con los débiles, por contar con el respaldo de una poderosa máquina de guerra para bombardear a diestra y siniestra dentro del país y fuera de él, sin embargo fue memorable su asustadiza carrera para esconderse de un temblor en Chile durante la posesión de Piñeira, mientras los otros presidentes que asistían a la ceremonia veían impávidos cómo aquel que pregonaba de ser tan macho huía con el rabo entre las piernas.


Como el Patriarca del Otoño vendió el país a las multinacionales, les regaló el suelo y el subsuelo, exonero a esas compañías de l pago de impuestos por varios años y convirtió la Casa de Nariño en un establo, porque como buen terrateniente adora las vacas y los caballos. Transformó al país en una gran hacienda, en la que nos contempló a todos como simples peones. Al ritmo del saludo fascista, con la mano derecha en el pecho, entonaba la palabra patria con una hipocresía tan fingida que no podía ocultar la vergonzosa entrega de nuestro país a los Estados Unidos para que éstos implantaran en nuestro territorio siete bases militares.


Nadie podía pensar distinto, so pena de ser perseguido o encarcelado en el mejor de los cas os. Transformó a gran parte de los colombianos en soplones a bajo precio y en traquetos que se esmeran por demostrar que son los más machos y los más vivos, que pueden hacer lo que se les venga en gana por medio de la violencia (“le rompo la cara marica”, fue una frase célebre del Señor P, que lo pinta muy bien). Ha sido la época en que desde el Estado se legalizó el sicariato al pagar por delatar y matar a todo aquel que fuera señalado como enemigo público del capitalismo gangsteril implantado en el país y también se legalizaron actividades económicas (cultivo de palma aceitera, entre ellas) y empresas untadas con la sangre y el dolor de miles de indígenas, campesinos y afrodescendientes, a los cuales les robaron millones de hectáreas que ahora están en manos de “prósperos empresarios” y colaboradores directos del régimen.


Compró y sobornó conciencias a punta de billete del erario público para tergiversar y mentir en los Consejos Comunitarios, para comprar votos con programas demagógicos como el de Familias en Acción (típico de un populismo de derecha, seudo asistencialista, por medio del cual se le da a las familias más pobres unos 80 mil pesos mensuales, equivalente a unos 40 dólares, con los que deben malvivir indignamente), para hacer lobby con la finalidad de que le aprobaran un Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, para pagar el voto que aprobó la reelección en el 2006, para comprar notarias que dio como premio a quienes posibilitaron ese fraude. Con y por la plata ofrecida a los militares se generalizaron los asesinatos de colombianos humildes, presentados por el Ejército como muertos en combate, para ganar premios y ascensos. Así se mataron de manera impune miles de pobres a lo largo y ancho de nuestro país, como reflejo de lo cual quedan las fosas en varios Departamentos, como la de La Macarena (Meta), repleta de miles de cadáveres, como testimonio mudo de la brutalidad del régimen presidido por el Señor P.


El nepotismo y la corrupción imperaron en este régimen criminal hasta niveles impensados antes, puesto que prácticamente no hubo una sola semana de los últimos 8 años donde no se destapara un escándalo en el que estaba involucrado el Señor P o alguno de sus familiares, amigos o funcionarios. Por las cárceles han desfilado senadores, representantes a la Cámara, embajadores, militares del círculo cercano a la Presidencia de la República y no existe casi ningún funcionario del alto gobierno que no tenga a un familiar vinculado a la delincuencia, al narcotráfico o al paramilitarismo: el Director de la Policía, tiene un hermano preso en Alemania por haber sido una “mula” fina del narcotráfico; uno de los hermanos del Ministro del Interior y de Justicia (sic), se encuentra en prisión por sus vínculos con grupos paramilitares; un ex Director del Das es procesado por haber convertido a esta institución, dependiente de manera directa de la Presidencia, en una cueva de hampones, que matan sindicalistas y profesores universitarios, y a ese mismo personaje el Señor P lo catalogó como “un buen muchacho”; el ministro de (Des)Protección (Anti)Social está siendo juzgado por cohecho, por haber participado en la compra de votos en el Congreso de la República para que fuera aprobada el trámite de reelección; el hijo mayor del Señor P ha sido acusado de asignar notarias como pago por los favores que posibilitaron la segunda elección de su papá; el hijo menor no se queda atrás y se ha hecho famoso por hacer fraude y copia en la Universidad de los Andes; algunos funcionarios que ostentan un apellido de rancio abolengo, y que han ocupado altos cargos en este gobierno, han sido señalados por antiguos paramilitares, como Salvatore Mancuso, de haber organizado el bloque capital de las Autodefensas, y por eso el humor popular acuño la frase “los paramilitares somos unos Santos”; y la lista podría extenderse casi hasta el infinito, como muestra del carácter lumpenesco y traqueto de este régimen.

Continua...

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