De todos los
crímenes de guerra que hemos repasado de soldados de EEUU en Irak, éste
resulta sin dudas el más perturbador.
Claro que tratar de conmensurar el dolor ajeno, el horror de esas vidas arrebatadas sin sentido, es un ejercicio fútil. Porque la muerte de cada inocente constituye en sí,
no un daño colateral e inevitable, sino un hecho vil.
Una vida que ya no estará. Y cuya ausencia dispersa el dolor, la sensación de rabia e indefensión, entre la población local como la piedra que cae en un estanque de agua.
Pero el asesinato de Abeer Qasim Hamza, de 14 años de edad, se presenta hondamente repugnante, por la
alevosía, la premeditación, la frialdad y el sadismo con que fue perpetrado, a diferencia de los crímenes de
Haditha, Thar Thar y
Hamdania, que
tuvieron lugar en esas mismas fechas.
El miedo
Abeer Qasim Hamza no era una
joven que destacara por su belleza. Alta, delgada, su tío la
describe como una “chica ordinaria”.
Sin embargo, tuvo la desgracia de llamar la
atención de los seis soldados de EEUU que controlaban el puesto de control situado a unos 200 metros de su casa, en la salida de la ciudad iraquí de
Mahmudiya, ubicada al sur de Bagdad.
Según
narra un vecino, Abeer le dijo a su madre el 10 de marzo de 2006 que los soldados
habían intentado propasarse con ella. Y Fakhriyah, la madre Abeer,
había visto en varias ocasiones cómo se comían con los ojos a su hija, cómo le levantaban los pulgares y le gritaban
very good, very good, cuando la joven pasaba por allí.
Como tenía miedo, le preguntó al vecino si la niña no se podía quedar a dormir en su casa durante las noches. Omar Janabi, el vecino, recuerda que accedió y que
le dijo a la madre, para tranquilizarla, que “
los soldados estadounidenses no hacen esas cosas”.
Tampoco el padre de Abeer le dio excesiva importancia al asunto al
afirmar que la “niña es demasiado pequeña”.
Asesinato y violación
Pero los soldados de EEUU sí se comportaron de la
forma más brutal imaginable. Soldados de la 101 División Aerotransportada, con base en Fort Campbell (Kentucky), que habían
registrado la casa en varias ocasiones en “busca de terroristas”.
Se pusieron
ropas oscuras para no ser identificados, salieron del puesto de control y
entraron a la vivienda de la familia Qasim.
Metieron a los padres de Abeer y a su hija pequeña de siete años en
una habitación contigua y uno de los hombres los mató. Después, tres de ellos
se turnaron para violar a la niña.
Cuando terminaron le
destrozaron la cabeza y le quemaron el torso y las piernas para borrar posibles evidencias.
La venganza iraquí
Al principio, el Ejército de EEUU
echó la culpa a la insurgencia. Un traductor militar estadounidense le dijo a Mahdi Obeid Saleh, primo de Abeer, que “
eso les pasaba por dar cobijo a terroristas”.
Y la verdad del asunto se comenzó a saber cuando miembros del
Consejo Muayahidín de la Sura, una de las seis organizaciones suníes islámicas que en Irak luchaban contra la ocupación,
se vengaron de los sucedido a Abeer.
Mataron a un integrante del mismo cuerpo militar, David J. Babineau, y
decapitaron a otros dos: Kristian Menchaca y Thomas Lowell Tucker. Fue entonces cuando un soldado
habló a un consejero castrense de lo sucedido en Mahmudiya.
Los culpables
Los dos
hermanos varones de Abeer se salvaron porque estaban en la escuela. Uno de ellos, Mohammed, de 13 años,
declaró que había visto a un militar pasar el dedo por la cara de su hermana en el puesto de control.
Ese era
Steve Green, de 21 años, soldado raso considerado el principal responsable de lo ocurrido. Las confesiones señalan que fue él quien
disparó a sangre fría a los padres con un AK 47, a su hija y a la propia Abeer.
Sus
cómplices fueron tres hombres.
James Barker, que el 15 de noviembre de 2006 se declaró responsable de violación y asesinato para evadir la pena de muerte siendo condenado a 90 años de prisión. El sargento
Paul Cortez también asumió su culpa, por lo que recibió una sentencia de 100 años. Ambos podrían
salir bajo fianza dentro de una década.
El tercero en cuestión,
Jesse V. Spielman,
se declaró no culpable de los cargos más graves, por lo que fue el único en enfrentarse al tribunal militar. Afirma que no violó a Abeer, que
sólo le tocó el pecho cuando estaba muerta, aunque sí sabía del plan y sí acompañó a los otros.
Durante el juicio salió a la luz que los soldados habían estado hablando en el puesto de control, mientras bebían whisky irakí y jugaban a las cartas, de
“matar iraquíes” y de “follar”. Temas recurrentes en sus conversaciones.
Otro de los imputados, Bryan Howard,
señaló que cuando los hombres volvieron al checkpoint, los escuchó decir “eso fue asombroso”, “
matamos a una familia“, y que uno de ellos saltaba en la cama.
Paul Cortez
admitió que
odiaba a los iraquíes, incluidas las mujeres. Un elemento que salió a relucir una y otra vez en el juicio por parte de numerosos testigos: el odio a los locales, a los que llaman “haj”, y de quienes no distinguen a civiles de combatientes.
Cuando a Barker se le preguntó si el odio de Green era distinto al del resto,
dijo que la única diferencia era que lo expresaba más a menudo.
“Vine porque quería matar”
Originario de Texas, cuando en enero de 2005 Steven Dale Green se alistó en el ejército se le retiraron los cargos que pesaban en su contra por
abuso de alcohol y drogas. Un procedimiento conocido como
moral waiver (renuncia moral) y que benefició a 34,476 reclutas sólo en 2006 a los que se les perdonaron desde infracciones tráfico hasta delitos graves.
Nueve meses más tarde estaba en Irak, donde poco tiempo duró, ya que
lo dieron de baja en mayo de 2006 por “comportamiento deshonroso y antisocial” antes de que se supiera nada de la violación y asesinato de Abeer. Crimen acerca del cual Bryan de Palma estrenó en 2007
una película llamada “Redacted”.
Al encontrarse fuera del Ejército,
Green va a ser juzgado por la justicia ordinaria de su país en abril de 2009. Hasta ahora se ha declarado inocente. Su abogado ya
ha dicho que alegarán enajenación mental.
Un
artículo de
The Washington Post cita estas palabras de Green: “Vine
porque quería matar gente… La verdad es que no es para perder la cabeza. Quiero decir, pensé que matar a alguien iba a ser una experiencia que te iba a cambiar la vida. Y cuando lo hice, me dije: Muy bien, lo que sea”.
“Maté a un tío que no quiso parar en el puesto de control y fue como si nada…
Matar gente aquí es como pisar una hormiga. Quiero decir, matas a alguien y es como decir ok, vamos a comprar pizza”.
tomado de .............
www.20minutos.com.es