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Wave Uribe-Santos: ¿Fin de la luna de miel? Calificación: de 5,00

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Se empiezan a ver signos de alta tensión entre el Presidente entrante y el saliente. Las grietas eran previsibles, pero no tan pronto.



Desde el día de la elección de Juan Manuel Santos se ha especulado que la luna de miel con su antecesor, Álvaro Uribe, no iba a durar mucho. Se anticipaba que, dada la hipersensibilidad del Presidente saliente y la independencia del entrante, más temprano que tarde se presentarían roces. Lo que no se podía prever es que estos tuvieran lugar antes de que Juan Manuel Santos llegara a la Casa de Nariño. Y esta es precisamente la situación en la actualidad y el tema del momento en el mundillo de la política.
Las señales del distanciamiento son sutiles pues los dos protagonistas son profesionales de la política, y las grietas apenas se empiezan a formar. Lo que se está gestando es una especie de guerra fría con interpretaciones y justificaciones de lado y lado, cuyo origen principal son los primeros nombramientos que ha hecho Santos y el manejo que les está dando a temas de política exterior, particularmente con Venezuela y Ecuador.

En honor a la justicia, lo primero que hay que reconocer es que Álvaro Uribe no le está haciendo recomendaciones burocráticas a Santos ni pretende decirle qué debe hacer. Pero esto no significa que no le choquen algunas de las movidas de su sucesor. Igualmente, Juan Manuel Santos tiene vuelo propio y con sus nueve millones de votos considera que puede tomar sus decisiones autónomamente sin consultarle a Uribe. Eso sí, trata en todo momento de ser respetuoso, hacerle reconocimientos y evitar fricciones. Sin embargo, el criterio con que toma sus determinaciones es qué le conviene al país y no qué opinaría Uribe de esa medida.

El nuevo capítulo de la crisis en las relaciones entre Colombia y Venezuela ha sido el principal motivo de tensión entre los presidentes. Santos ha enviado señales claras en el sentido de que modificará el tratamiento diplomático frente a los vecinos. Durante la campaña electoral de este año, en su discurso de victoria el día de la segunda vuelta, y en las semanas que han transcurrido desde entonces, Santos se ha aferrado a un tono conciliatorio frente a Quito y Caracas, y ha buscado que Chávez y Correa asistan a su posesión. En condiciones normales, este sería un ritual protocolario y de trámite, pero a la luz de las tensiones de los últimos años adquiere un significado político profundo: el nuevo gobierno quiere cambiar la mano dura que estaba mostrando Uribe frente a Venezuela y Ecuador por una mano tendida para normalizar, o mejorar, los vínculos con esos países.

Así lo ha entendido el presidente Uribe y no ha ocultado su molestia por el inminente cambio de rumbo. Ha hecho declaraciones en las que es evidente la crítica a la estrategia diplomática de Santos -e incluso su viaje por capitales europeas- calificándola de "cosmética", "babosa" y "meliflua". En carta blanca quiere expresar su desacuerdo ante la posibilidad de que la política exterior deje de ser una extensión hacia fuera de la seguridad democrática. La modificación irrita a Uribe, quien por estos días les insiste a sus más cercanos colaboradores que "hay que defender la obra como leones".

Más que el cambio, sin embargo, a Uribe le ha incomodado que el nuevo gobierno proyecte la imagen de que es una especie de salvador de la diplomacia. Un rescate para una situación crítica, que de paso deja al gobierno saliente como guerrerista y conflictivo. Por eso, el jueves pasado el alto gobierno puso en marcha una curiosa campaña mediática que incluyó comunicado de la Presidencia, reunión del ministro de Defensa, Gabriel Silva, con directores de medios, y rueda de prensa con reporteros, para divulgar pruebas de inteligencia que demuestran que varios jefes de las Farc y del ELN tienen campamentos permanentes en Venezuela y viven allí a sus anchas. Los eventos produjeron una nueva crisis entre Bogotá y Caracas -otro eslabón de una larga cadena de los últimos años- que incluyó el llamado a consultas del embajador venezolano por parte de su gobierno.

La actitud del gobierno saliente recibió todo tipo de críticas por inoportuna y por actuar como un palo en la rueda que obstaculiza la posibilidad de una distensión en las relaciones con Venezuela que se abre con el cambio de gobierno. Cualquier intento por bajar la tensión entre Colombia y sus vecinos es bien recibido en la comunidad internacional. Uribe, por ese motivo, quiso dejar en claro que el estado crítico de las relaciones con Chávez -semibloqueo comercial, comunicación mínima, incidentes frecuentes y diplomacia desactivada- no se debe a un capricho personal ni a su posición política, sino a la desfachatez con que Chávez ha apoyado a la guerrilla. Con la controvertida salida de los últimos días, Uribe quiere transmitir el mensaje de que, ante esas circunstancias, no había nada más que hacer.

Pero la andanada del presidente Uribe y de su Ministro de Defensa contra Hugo Chávez no solo produjo tensiones entre Bogotá y Caracas, sino que reflejó la existencia de grietas que lo separan del futuro gobierno de Juan Manuel Santos. La manzana de la *******ia tiene que ver con la molestia que le genera a Uribe ver a Santos, quien fue coautor de la política firme hacia Chávez, como abanderado de una línea conciliatoria y de mejor presentación. Santos fue un duro antichavista antes de lanzar su candidatura presidencial: lo fue en su columna dominical de El Tiempo, y como ministro de Defensa en varias ocasiones hizo declaraciones y tomó decisiones que generaron roces con los gobiernos de Ecuador y Venezuela y que llegaron a generarle problemas a la Cancillería colombiana. En la Casa de Nariño no ven con buenos ojos que ahora Santos aparezca como un rectificador de su propia política y que, de paso, con la invitación a Chávez y a Correa a la posesión obligue a Uribe a recibirlos y darles la bienvenida en su calidad de Presidente saliente.

Y este no ha sido el único factor de la alta tensión que se está viviendo entre el Presidente y su sucesor. Algunos de los nombramientos de nuevos funcionarios que ya han sido anunciados por Juan Manuel Santos también han irritado la sensibilidad de Uribe que, como se sabe, siempre está a flor de piel, y más aún ante la inminencia de su salida. La lista es larga: María Ángela Holguín, la futura canciller, fue uribista de primer orden hasta que tuvo roces con el Presidente que desembocaron en su salida del gobierno; Juan Camilo Restrepo, próximo ministro de Agricultura, hizo abierta oposición al gobierno saliente; Juan Carlos Echeverry, ministro de Hacienda designado, tuvo un enfrentamiento con Jerónimo Uribe, hijo del Presidente, cuando era decano de Economía en la Universidad de los Andes; Carlos Rodado, el nuevo ministro de Minas, en Atlántico apoyó a Eduardo Verano de la Rosa en las elecciones por la Gobernación y no al candidato uribista José Name Terán.

Y se podrían citar varios ejemplos más. Sin embargo, históricamente ha quedado demostrado que los roces entre mandatarios y sus sucesores son inevitables, y eso lo saben dos políticos curtidos como Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos. Uribe, sin ir muy lejos, nombró como ministro del Interior y Justicia a Fernando Londoño, el archienemigo de su tutor y amigo Ernesto Samper, y hasta incluyó en su gobierno a contradictores personales como Fabio Valencia Cossio, con quien llegó a darse golpes por un incidente relacionado con la elección de la Gobernación de Antioquia. También dos de sus contendores en las elecciones presidenciales de 2002, Noemí Sanín y Horacio Serpa, terminaron como embajadores suyos. Por lo tanto Uribe más que nadie sabe cómo funciona la política en ese sentido, ya que él mismo ha sido uno de sus más exitosos practicantes.

En su interpretación más amplia, el memorial de agravios es extenso. Uribe seguramente no estará feliz con múltiples movidas de Santos en varios frentes. Su visita a la Corte Suprema, aunque necesaria y protocolaria, tiene aroma de rectificación y acercamiento hacia una entidad que se radicalizó contra Uribe. La llegada del Partido Liberal a la coalición de unidad nacional, con César Gaviria a la cabeza, generó una dura pelea pública entre este último y el Presidente. La reunión con Gustavo Petro y los anuncios de que el gobierno y el Polo trabajarán algunos temas tampoco gustaron mucho en la Casa de Nariño. El anuncio de que la nueva administración volverá a crear los ministerios que Uribe fusionó hace ocho años -Justicia, Medio Ambiente y Salud-, que se vislumbran como necesarios, tiene tono de reversazo. Y no menos incómoda para Uribe es la felicidad que cada día ocultan menos Ernesto Samper y Andrés Pastrana por la presencia en el nuevo equipo gubernamental de figuras cercanas a ellos como María Ángela Holguín y Juan Mesa -en el caso de Samper- y de Juan Carlos Echeverry y Juan Camilo Restrepo, en el de Pastrana.

Sin embargo, pese a esta larga lista de posibles factores de perturbación, son pocas las cosas que han indignado de verdad a Uribe. La principal ha sido la llegada de Juan Camilo Restrepo al Ministerio de Agricultura, aunque su designación ha sido muy bien recibida y ampliamente elogiada en los círculos de opinión. Parte de la molestia de Uribe obedece a que, como se sabe, Restrepo ha sido uno de los más duros críticos de su gobierno, particularmente del ex ministro de Agricultura Andrés Felipe Arias, quien era el protegido del jefe de Estado. En sus columnas se opuso a las dos reelecciones, propuso el voto por el NO en el referendo de 2003, y se fue con todo contra el gobierno a raíz del escándalo de Agro Ingreso Seguro. En esa ocasión escribió: "Al gobierno del presidente Uribe le encanta regalar dineros públicos a los más ricos y cobrarles pesados impuestos a los más pobres". Y en marzo pasado, Restrepo formó parte de un grupo de 12 reconocidos antiuribistas de la talla de Iván Cepeda, Ramiro Bejarano, Alfredo Molano, Cecilia Orozco y Vladdo, que publicó un libro llamado Las perlas uribistas.

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