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Predeterminado Me entregó su culito Calificación: de 5,00

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Esta es una historia completamente real.

Esto es algo que nos sucedió con una amiga, muy querida por mí, de hecho fuimos pareja por un tiempo.
Sucede que un día decidí ir a visitarla a su casa, era una noche de verano, ella aun vive con su madre y una hermana menor.
El caso es que la invité a salir, comer algo, discoteca y luego a gozarnos mutuamente, idea que a ella la sedujo enormemente, pero su madre armo una gran escandalera, la trató mal, y se opuso, incluso llegó a hacer que mi amiga llorara, decidimos no salir, pero nos fuimos a conversar a mi automóvil que se encontraba estacionado en su puerta, ahí comenzamos a besarnos, acariciarnos, aun cuando podíamos ser vistos por esa señora, nuestras caricias pasaron rápidamente a nuestros genitales, ella acariciaba mi pene y yo le metía mis dedos en su vagina, ella bajaba su cabeza para llevar mi pene a su boca, lo besaba y mamaba despacito.
Quedamos en juntarnos al otro día y así poder dar rienda suelta a nuestro deseo. Ella me pasaría a buscar a mi trabajo, ya que salía más temprano que yo. Llegó con un jeans ajustado que dejaba ver todo su gran y hermoso trasero, y una camisa vaquera. Subimos a mi automóvil y nos dirigimos a un motel, al llegar nos besamos, abrazamos, acariciamos, rápidamente la desnudé, la tome en mis brazos, puse la cabeza de mi pene en su vagina que ya se encontraba totalmente lubricada, la llevé a la cama y la deposité cariñosamente en ella, con mi pene pegado a su vagina, y sin mas, la penetré, con todo el deseo que tenía de hacérselo, mis manos recorrían su cuerpo, mis labios devoraban su piel, cubrí a besos todo su cuerpo, habían pasado meses sin gozarla, sin sentir su piel en mi piel, de sentir el calor y la humedad de sus deseos, cubriendo la piel de mi pene. De hecho ella no lo había hecho con mas nadie en ese tiempo, por lo que el momento era intenso, casi salvaje, aunque con un poco de inocencia, actuábamos torpemente, como inexpertos, como si fuera nuestra primera vez y nos tratásemos de un par de niños jugando a ser mayores .
Fue fuerte, suave, todo lo que se pueden imaginar, nos prodigábamos caricias tenues casi imperceptibles, para pasar a arañazos, pequeños mordiscos en los hombros, besos violentos y apasionados, que se confundían con nuestra respiración, la agitación de nuestros cuerpos daba paso a miradas cómplices, esas miradas que lo dicen todo, sin ser necesarias las palabras, con sus ojos me decía, no te detengas, sigue, tómame como nadie jamás lo ha hecho, sigue, soy tuya, solo tuya. Hasta que en un momento, de absoluto éxtasis, un arranque salvaje llevé sus piernas abiertas hacia mis hombros y dejé totalmente expuesta su vagina que palpitaba en deseos por mi pene, en esa posición yo controlaba todos sus movimientos, empecé a penetrarla en un estado de salvajismo eufórico, era sexo duro, muy duro, la hacia gritar de placer, gemía, chillaba, suspiraba, lo que mis ojos veían era un espectáculo, su vagina estrecha y depilada, sus senos que se movían al ritmo de mis embestidas, su cara transformada en gestos de placer. No podría decir cuanto rato la tuve a mi disposición, pero ese contacto era hermoso, profundo, total, era entrega y pasión en su máxima expresión. Luego de un rato de gozar y hacerla gozar tuvo una serie de orgasmos espasmódicos, sonoros y violentos, su boca profería pequeños gemidos y suspiros, yo al sentir eso me deje llevar, deje que mi cuerpo sintiera, quería hacerla sentir el orgasmo de un hombre, seguí penetrándola hasta que la inundé con mis líquidos seminales, su vagina no podía contenerlos todos, mi semen y sus líquidos vaginales bajaban por sus nalgas, depositándose en la cama, esa cama que nos permitió dar rienda suelta a nuestro placer, a nuestra necesidad de sentirnos, de tocarnos. Solté sus piernas, la abracé, y besé delicadamente, nos quedamos así, tranquilos, mirándonos, descansando de tan placentero momento.
Pasados unos minutos, el cuerpo recuperó su energía, el instinto y el deseo volvieron a despertar, comencé a besarla y acariciarla, con mucha suavidad recorrí su cuello, su espalda, sus nalgas, mordía, besaba, pasaba mi lengua, esto indudablemente logró sacarla de su letargo, la excitó. Noté como su cuerpo se estremecía, sus manos volvieron a reclamar mi cuerpo, antes mis caricias mas profundas su vagina volvió a lubricar en forma abundante, tenia la oportunidad de hacer algo diferente, algo hasta ese momento desconocido para ella, con delicadeza tomaba esos líquidos divinos y los dirigía a su ano, al tiempo que daba pequeños mordiscos en sus nalgas, lo que la hacia dar pequeños saltitos de placer, mi lengua recorría por primera vez su ano, ella nunca había tenido sexo anal, yo no desperdiciaba momento alguno seguía besando y mordisqueando su espalda y sus nalgas, nuestros cuerpos igualmente estaban húmedos, bañados en sudor, por el deseo, aumentado por el calor de esa deliciosa tarde de verano.
Ella inicialmente se mostraba inquieta, algo reticente hasta que conseguí tranquilizarla, gané su confianza, no pretendía hacerle daño y ella lo sabía, seguí besándola, excitándola, provocándole deseos, que sintiera la necesidad de experimentar. Cuando todo indicó que era el momento empecé a introducir mi pene en su ano, despacio, muy despacio, ella me dejaba entrar con total confianza, había logrado hacer que se relajara y lo deseara, aunque no sin tener momentos de duda. Sus grandes nalgas se abrieron completamente para mí, me permitían meter mi pene entero, era mía, toda mía. Una vez que logré penetrarla completamente, y ella logró excitarse completamente, comencé a moverme, despacio y fuerte, hasta muy fuerte, estábamos de medio lado en la cama, estos nos permitía tocarnos enteros, ella movía su culito al compás de mis embestidas, gozaba como desesperada, era su primera vez y le gustaba, la extasiaba. Mis manos y las de ella acariciaban y estimulaban su vagina y su clítoris.
Nuestros cuerpos entraron en un ritmo salvaje, no era solo hacer el amor, era una batalla física, su cuerpo deseaba devorar el mío, y el mío, traspasarla con mi lanza de carne, hacerla que se rindiera, doblegarla como a un animal salvaje. Nuestro momento de sexo anal era fuerte, tan fuerte que ella casi no podía respirar, la excitación, mis embestidas, sus gemidos, todo, todo jugaba en contra de la razón. Llegó el momento en que no pudo más, las caricias a su clítoris fue mas rápidas, se aproximaba su desenlace, hasta que una ola de calor, de locura recorrió su cuerpo, uno tras otro vinieron varios orgasmos, chillaba de placer, me pidió que acabara con su sufrimiento, que derramara en ella todo lo que mis deseos tenían, yo tampoco podía más, mis piernas temblaba, iba a terminar, ese momento tan intenso y pasional, iba a terminar, mi pene se hinchó, y en tres movimientos violentos regué mi semen en su ano, su culito quedó lleno de mi, de mi espeso y pegajoso esfuerzo, fue su primera vez y lo gozó, de eso no había duda, como tampoco del hecho que yo lo había disfrutado.
Desde ese día me pide que le haga una ración de sexo anal, me pide que se lo meta por su ano, ha llegado a disfrutarlo mas que vaginalmente, pero cabe hacer notar que eso es sólo conmigo, no permite que nadie le toque ese hoyito, ya que es solamente mío, exclusiva y absolutamente mío.

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