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Por: Eduardo Barajas Sandoval

Las promesas incumplidas deben generar responsabilidad política.



Una vez elegidos, los gobernantes se deben sentir obligados a realizar sus propuestas. Tienen que laborar para obtener los resultados que en campaña ofrecieron para motivar a los electores a respaldarlos. No pueden abandonar sus propósitos sin explicar plenamente porqué lo hacen. Y si advierten que se embarcaron en propuestas irrealizables, deben informarlo a tiempo y tomar decisiones que van desde las excusas públicas hasta la dimisión.

Ocho meses después de su llegada al poder, el Primer Ministro japonés Yukio Hatoyama ha presentado su renuncia. La razón, de pronto extraña en ambientes políticos en los que pueden pasar años sin que el fenómeno sea siquiera advertido, reclamado o evocado por alguien, fue la del incumplimiento de una promesa electoral.

Hatoyama había llegado al cargo aupado por una avalancha que representó la primera derrota electoral de sus oponentes históricos, que habían mantenido la jefatura del gobierno por más de medio siglo. Sus credenciales fueron las propias de quien rompe con largas secuencias de gobiernos de un mismo corte. Por la misma razón las exigencias y expectativas respecto de su tarea fueron mayores que nunca en la historia del Japón contemporáneo. A lo que hay que agregar que el cambio prometido vendría a modificar situaciones cuyo desmonte se convirtió, para ciertos sectores, en ilusión colectiva.
El incumplimiento que produjo el colapso del gobierno es el del proyecto de desmonte de la base militar que los Estados Unidos mantienen en Okinawa, establecida allí desde el momento de la ocupación del Japón derrotado en la Segunda Guerra Mundial. La molestia de los japoneses por la presencia de la base se puede comprender si se tiene en cuenta que su consolidación fue lograda sobre los cadáveres de doscientos mil compatriotas, que murieron antes de que los norteamericanos la tomaran justo como punto de apoyo para el asalto final a las islas principales del país.

Como suele suceder cuando los gobernantes salen de la euforia del triunfo y se ocupan de las tareas de gobierno, es decir cuando sienten las limitaciones derivadas del hecho de no encontrar la página en blanco, Hatoyama advirtió la imposibilidad de sacar la Base de su actual ubicación, en virtud de los términos de los acuerdos celebrados, lo mismo que de la posición estratégica privilegiada que tiene en el contexto de las necesidades de defensa del país. Condición que los Estados Unidos no están dispuestos a desperdiciar, y que en su momento pusieron a prueba con motivo de las guerras de Corea y Vietnam.

Al retirarse, el Primer Ministro pidió disculpas a su pueblo. Y como había sido elegido a nombre de un proyecto político orientado a luchar contra la tradición de corrupción política bajo tantos gobiernos anteriores, sumó a su mensaje la solicitud de retiro de uno de sus principales y más poderosos aliados, Ichiro Ozawa, tres de cuyos asesores fueron a dar a la cárcel por problemas de mal manejo de fondos. Es decir que, conforme a la tradición política japonesa, los gobernantes no tienden a solidarizarse a ultranza a favor de sus funcionarios, ni a enfrentarse con otros poderes, a riesgo de que la institucionalidad haga crisis, para tratar de defenderlos.

A pesar de la apariencia negativa del hecho de tener ahora un quinto Primer Ministro en el lapso de cinco años, los japoneses pueden seguir tranquilos el curso de su vida política, por lo menos desde el ángulo del talante y la responsabilidad de sus gobernantes. Porque se sabe que predomina la tendencia a cumplir, a excusarse, o a irse cuando no es posible hacer lo que se prometió. Nada de aferrarse al poder por encima de dudas sobre la seriedad o la veracidad de lo que se hace. Y, por lo menos en este caso, nada de esfuerzos por tapar a toda costa lo que no se debe ocultar. O de seguir en el oficio como si nada hubiese pasado, sin que nadie se atreva a reclamar.


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Última edición por diegorsolers; 04-06-2010 a las 19:17:09
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emoticon Re: Cumplir o dimitir

 
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