Mi amigo Juan José Naranjo se encontraba parado a la orilla de la carretera Cali - Jamundí, poco después de la medianoche del 31 de octubre de 2009, en el Km 18, frente al Cementerio Metropolitano del Sur, en medio de una oscura y tenebrosa noche mientras caía un fuerte aguacero.
Pasaba el tiempo y el clima se ponía peor, y aún así, los pocos vehículos que transitaban a esa hora no le paraban a pesar de las señas que, en este sentido, les hacía.
La lluvia y el vendaval eran tan fuertes que apenas mi amigo alcanzaba a ver a unos tres metros de distancia. De repente vio cómo un extraño carro (Un viejo Ford negro modelo 65) se acercaba lentamente y al final se detuvo.
JuanJo, sin dudarlo por lo precario de la situación, se subió al carro y cerró la puerta. Volteó su mirada y se dio cuenta, con asombro, que nadie lo iba manejando.
El carro, entonces, arrancó suave y pausadamente. Aterrorizado, miró hacia la carretera y se dio cuenta, con horror desorbitante, que adelante cruzaba un inmenso camión lleno de ganado proveniente de una de las fincas al lado de la vía. Mojado hasta los huesos, se siente totalmente congelado, invadido por un frío de muerte.
Asustado, comienza a rezar e implorar por su salvación al advertir su trágico destino.
El man no ha terminado de salir de su espanto, cuando justo antes de llegar al encuentro con el camión, de la nada, como un suspiro, una mano tenebrosa entra por la ventana del conductor y mueve el volante lentamente pero con firmeza.
Paralizado del terror y sin aliento, Juanjo medio cierra sus ojos, se aferra con todas sus fuerzas al asiento e inmóvil e impotente ve como salía el auto airoso del encuentro con el camión, el cual se perdió a lo lejos en el tenebroso y horrible camino, mientras la tormenta aumentaba su fuerza.
Nuestro asustado amigo, sacando fuerzas de donde ya no quedaban, se tira del auto y se va corriendo hacia un estadero junto a la carretera. Deambulando, todo empapado, se dirige hacia el fondo del mismo.
A pesar de la hora, pide dos tragos dobles de aguardiente y, temblando aún, les empieza a contar a los pocos contertulios que hay, la horrible experiencia por la que acababa de pesar y presenciar.
Se hizo un silencio casi sepulcral ante el asombro de todos los presentes. El miedo asomaba por todos los rincones del lugar, cuando al rato, Un fuerte viento frío irrumpe por la puerta del local... en medio del sepulcral silencio entran dos hombres totalmente mojados, y molesto le dice uno al otro:
"Mirá Camilo: allá está el hijueputa que se subió al carro cuando lo veníamos empujando".