Por: Ramiro Bejarano Guzmán

EL FIRMAMENTO RADIANTE DE URIbe durante estos años de poder omnímodo y de tentación totalitaria, con el país rendido a sus pies, se ha convertido en un infierno.

Así lo condecoren en España como el estadista de la década en Latinoamérica —qué tal el despropósito—, la vida de Uribe hoy es un expediente abierto. Cuando no es la yidispolítica, son los papeles siniestros del DAS que él se inventó, o las declaraciones de pesados testigos, toda una pesadilla que lo ha puesto en el trance de tener que defender hasta a su defensor.


En efecto, la última reacción del mandatario fue ante la escandalosa declaración de su ex subdirector del DAS, José Miguel Narváez, según la cual, el narcotraficante alias Macaco gozaba de los beneficios delictuales del DAS en las épocas del “buen muchacho” Jorge Noguera, pues allí funcionó una agencia paralela de inteligencia al servicio del conocido capo, en plena seguridad democrática.


Conocido el testimonio de Narváez, Uribe expidió un comunicado en el que, sin mencionarlo, nos contó que al inicio de su primer gobierno tuvo conocimiento de que Macaco intentaba asesinarlo. Qué coincidencia tan rara. Nadie supo entonces del supuesto plan contra Uribe.


El Jefe de Estado ahora dice que informó a las “instituciones armadas” del supuesto intento de asesinato, pero nunca lo hizo ante la Fiscalía, como estaba obligado a hacerlo en su condición de funcionario público. Omitió denunciar la comisión de un delito y el manejo que le dio al asunto fue estrictamente militar y de seguridad. Esa conducta en el Código Penal tiene nombre propio y difícilmente es excarcelable.


Lo que resulta extraño, por decir lo menos, es que el tal Macaco, que en pleno proceso de justicia y paz aspiró a montarse al bus de los desmovilizados del paramilitarismo, hubiere querido asesinar a Uribe, inspirador y sostenedor de la malhadada política de negociación con los paracos. No se entiende la supuesta ojeriza de Macaco, si por aquellas calendas él y sus socios de empresa criminal esperaban mucho del Gobierno, tanto que algunos “paras” vinieron al Congreso disfrazados de doctores y cargados de escoltas.


¿Por qué Uribe guardó tanto silencio sobre el supuesto magnicidio del que tuvo conocimiento hace ocho años? Distinta fue su conducta en septiembre de 2007, cuando el delincuente Tasmania dijo estar enterado de un complot contra el Presidente, supuestamente orquestado por el magistrado auxiliar Iván Velásquez, para sindicarlo de un atentado a un paramilitar. Entonces, el DAS y algunos de sus parientes más cercanos se convirtieron en mensajeros de una extraña comunicación enviada por Tasmania desde la cárcel, la cual vinimos a saber que sí hizo parte de una conspiración, pero al revés de la alharaca que armó Uribe, pues fue del Gobierno contra la Corte Suprema de Justicia.


Sin que a él lo estuvieran señalando, Uribe se lavó las manos frente a las acusaciones contra el DAS, de uno de sus ex subalternos más expertos en inteligencia. Por algo será.


Adendas:


• Insólito el ataque aleve del abogado Jaime Granados contra el periodista Norbey Quevedo, que ha puesto gravemente en riesgo su vida y la de los suyos, todo para defender a su cliente, el tristemente célebre gobernador Juan Carlos Abadía. ¿Qué será lo que asusta al cercano asesor de la “Casa de Nari”?


• Cada cosa que pasa en la campaña de Juan Manuel Santos es truculenta y sórdida, así sus asesores se empeñen en confundir a la opinión, mostrándolo como un hombre bueno y sin rencores que hará un gobierno de unidad nacional. Más mentiras. Ahora que se descubre que plagiaron una cuña publicitaria utilizada en Méjico para otro cliente de J.J. Rendón, justifican la vulgar copia con el cuento de que fue una donación del controvertido estratega del rumor. Primero “falsos positivos”, luego “falsa voz de Uribe” y ahora la “falsa donación”. Coartadas y truquitos de tahúr. Hasta cuándo, por Dios.