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Antiguo 17-05-2010 , 22:07:01   #6
Μαδt
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Predeterminado Respuesta: El fraude de Alfred Kynsey

tres parientes con los que tuvo contacto”. Posteriormente “había tenido relaciones homosexuales con seiscientos varones púberes, relaciones heterosexuales con doscientas muchachas, relaciones sexuales plenas con incontables adultos de ambos sexos y con animales de diversas especies, y además había empleado elaboradas técnicas de masturbación”. Lo que era más importante para Kinsey, que acumulaba datos para construir su fachada de científico, “había tomado extensas notas sobre todas sus actividades sexuales, relatando no sólo su comportamiento y reacciones, también los de sus compañeros y víctimas sexuales”.
Para Kinsey, el señor X no era una aberración sexual de la naturaleza, sino (en contraste con lo que piensa el resto del mundo) un hombre en estado puramente natural, como los que existían si la sociedad no hubiese impuesto restricciones artificiales a la sexualidad. Como subraya Jones, “Kinsey había creído desde hacía mucho tiempo que los seres humanos en estado de naturaleza eran básicamente pansexuales”, y que, si pudiésemos observarlos en su estado natural, descubriríamos que “se iniciarían en la actividad sexual muy tempranamente, gozarían de relaciones sexuales con personas de ambos sexos, despreciarían la fidelidad, explorarían diversos tipos de comportamientos y serían en general mucho más activos sexualmente a lo largo de su vida. Para Kinsey, el señor X era una prueba viviente de esta teoría”, un hombre que representaría a un Adán recién salido del Edén sexual que concebía en su mente.
Así, utilizó al señor X como fundamento científico para el quinto capítulo de su Male Report, cuyo objetivo era la normalización de la pedofilia. Al igual que con respecto a las otras formas de desviación sexual, Kinsey defendía que el problema de la pedofilia no era que fuese antinatural, sino que la sociedad la rechazaba. Como él mismo argumentaba de forma aún más abierta y vehemente en Sexual Behavior in the Human Female, el único problema que planteaba el sexo entre adultos y niños surgía de la reacción negativa de la sociedad, no de la experiencia en cuanto tal:

“Es difícil entender por qué un niño, excepto por sus condicionamientos culturales, debería sentirse turbado porque le toquen sus genitales, o por ver los genitales de otras personas, o por otros contactos sexuales incluso más concretos. Cuando padres y maestros les previenen constantemente con respecto a los contactos con adultos, sin proporcionarles explicación alguna sobre la precisa naturaleza de los contactos prohibidos, los niños se hacen propensos a ponerse histéricos tan pronto como se les aproxime cualquier persona mayor, o cuando alguien se detenga a hablarles en la calle, o les acaricie, o se ofrezca a hacer algo por ellos, incluso cuando el adulto no tenga en mente objetivo sexual alguno. Algunos de los especialistas más experimentados en los problemas de la infancia y la juventud han llegado a la conclusión de que las reacciones emocionales de los padres, de los agentes de policiía y de otros adultos que descubren que el niño ha sido objeto de un contacto tal pueden perturbar al niño más seriamente que los mismos contactos sexuales. La histeria que existe actualmente con respecto a las agresiones sexuales bien puede tener consecuencias graves sobre la capacidad de muchos de esos niños para llevar a cabo los necesarios ajustes sexuales, años después, en sus matrimonios”.

En ese punto deberíamos subrayar que la visión de Kinsey sobre el carácter natural de la pedofilia se ha convertido en el fundamento que aducen los revolucionarios sexuales que actualmente presionan para que el sexo entre adultos y niños sea considerado algo natural.
Aún quedaba un último tabú por eliminar: el sexo entre hombres y animales. De nuevo, Kinsey recurría a su estrategia de normalización, comenzando por una descripción tipo de la opinión común sobre el particular: “para muchas personas puede parecer casi axiomático que dos animales que se aparean deben ser de la misma especie”, pero tales opiniones difícilmente pueden considerarse científicas. La bestialidad simplemente “parece algo aberrante a los individuos que no están al corriente de la frecuencia con que se dan esas supuestas excepciones a la regla”, pero tales concepciones infantiloides son inapropiadas para el científico, que examina desapasionadamente todo el espectro de las experiencias sexuales. En contraste con la opinión más que comúnmente aceptada de que la bestialidad es una ofensa particularmente grave contra la naturaleza, la ciencia ha llegado a ser cada vez más consciente de “la existencia de apareamientos interespecíficos (entre miembros de distintas especies)”, no sólo entre plantas, también “entre pájaros y entre mamíferos superiores”, de modo que “cabe empezar a sospechar que las reglas relativas a los apareamientos intraespecíficos (es decir, entre miembros de la misma especie) no son tan universales como a las tradiciones les gustaría creer”. Lo verdaderamente sorprendente con respecto a la bestialidad es “el grado de rechazo con que consideran las relaciones sexuales entre un humano y un animal de otra especie la mayoría de las personas que no han tenido una experiencia de ese tipo”. Tal rechazo procede de la ignorancia o de la falta de experiencia, de lo cual se derivaría (suponemos) que las personas que practican la bestialidad son los únicos capaces de valorar correctamente tales prácticas.
¿De dónde procedían los tabúes contra el sexo entre humanos y animales? Al igual que con la prohibición contra la homosexualidad que le había perseguido durante su edad temprana, este prejuicio irracional provenía del judaísmo y el cristianismo. En contra de lo que afirman estas religiones represivas, precientíficas, la ciencia ha descubierto que la bestialidad es un fenómeno prácticamente universal, y por lo tanto algo absolutamente natural. Según Kinsey,

“Está comprobado que los contactos humanos con animales de otras especies han sido algo conocido desde los albores de la historia, son algo conocido hoy en día en todas las razas humanas y no son infrecuentes en nuestra propia cultura, como pondrán de manifiesto los datos del presente capítulo. Lejos de sorprendernos, los datos simplemente confirman nuestra actual convicción, según la cual las fuerzas que atraen a los individuos de la misma especie para mantener relaciones sexuales entre sí pueden servir en ocasiones para atraer a individuos de diferentes especies para mantener el mismo tipo de relaciones sexuales”.

De ese modo, defendía una lógica de normalización de una forma más de perversidad sexual: los animales lo hacen, y los seres humanos son animales; por lo tanto, la bestialidad es algo natural también para nosotros.
En conclusión, Kinsey aseguraba a sus lectores que, independientemente de lo que pudieran pensar con respecto qué fuese moralmente desviado, una aproximación verdaderamente científica a la sexualidad, más que dividir los actos sexuales en buenos y malos, se limita a distinguir entre distintos tipos de sexualidad. Las categorías de actividad sexual que distinguía Kinsey – masturbación, eyaculaciones nocturnas espontáneas, tocamientos, relaciones heterosexuales, contactos homosexuales y bestialidad – “aparentemente, pueden encajar en categorías tan distantes como buenas y malas, lícitas e ilícitas, normales y anormales, aceptables e inaceptables para nuestra sociedad. En realidad, todas ellas tienen su origen en los relativamente simples mecanismos que generan las respuestas eróticas cuando existen estímulos físicos o psíquicos suficientes”. Dado que esos “estímulos físicos o psíquicos suficientes” pueden provenir de una multitud de fuentes, ninguna puede ser clasificada moralmente como mejor que otra; sólo el individuo puede juzgar por sí mismo qué es lo que le proporciona los estímulos más satisfactorios para su “respuesta erótica”.
Ésos eran los argumentos del mayor científico sexual del siglo XX. Sin embargo, como hemos visto claramente, la perspectiva de Kinsey no era en absoluto objetiva, sino simplemente una proyección de sus desórdenes sexuales internos sobre un mundo que pretendía desesperadamente remodelar a su propia y distorsionada imagen.
En los años cincuenta la salud de Kinsey comenzó a deteriorarse, pero él siguió trabajando, incluso más intensamente. Se mostraba cada vez más preocupado porque el instituto perdiese sus fuentes de financiación y por que la sociedad echase por tierra su revolución. Falleció el 25 de agosto de 1956, por una combinación de problemas de salud: afecciones cardíacas, neumonía y una embolia. A pesar de su temores, el instituto sobrevivió, y aún hoy sigue cómodamente instalado en la Universidad de Indiana, bajo el nombre más conocido de Kinsey Institute.
En muchos aspectos, aunque murió infeliz y torturado por el pensamiento de que todos su esfuerzos no habían conseguido dar la vuelta al orden establecido, en realidad Kinsey había ganado la batalla. Tuvo éxito en su propósito de enmascarar la profunda perversidad del instituto y sus personales demonios sexuales, y su revolución no ha hecho sino ser completada desde su muerte. La prensa sólo tuvo elogios para él cuando murió, subrayando con tristeza el fallecimiento de un valiente y desapasionado pionero de la ciencia. El New York Times afirmó de él que fue “desde el principio, hasta el final, y siempre, un científico”, y el Indiana Catholic and Record, aun reconociendo su desacuerdo esencial con las conclusiones sexuales de Kinsey, expresaba su admiración por la “devoción de Kinsey por el conocimiento y el aprendizaje”, llegando incluso a afirmar: “No puede negarse que los esfuerzos incansables del doctor Kinsey, su investigación paciente e incesante, su desprecio hacia las críticas y el ridículo y su falta de afán de lucro, deberían ser credenciales suficientes para considerarle un académico de altura”. Tendrían que haberse dado cuenta de que alabarle como científico significaba alabar los “resultados” a los que llegó y, por lo tanto, hacerse cómplices de su revolución. Pero posiblemente la ingenuidad de la prensa no debería sorprendernos. Como hemos visto, Kinsey había perfeccionado el arte de utilizar la ciencia para enmascarar sus deseos desviados con el fin de remodelar la sociedad a su propia y sombría imagen, una imagen digna de honores sólo para una Cultura de la Muerte.

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