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Antiguo 17-05-2010 , 22:06:28   #5
Μαδt
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Predeterminado Respuesta: El fraude de Alfred Kynsey

cuerda y seguidamente tiraba con fuerza de la cuerda a la vez que se introducía el objeto cada vez más profundamente”. James H. Jones

Estos documentales se guardaban en la colección reservada del instituto, y siguen aún guardados bajo llave. Hasta hoy, podríamos añadir, nunca se ha investigado a fondo el instituto, y sólo cabe imaginar qué otras cosas consideraría Kinsey dignas de ser filmadas, especialmente teniendo en cuenta, como veremos seguidamente, que consideraba la pedofilia y la bestialidad como manifestaciones normales de la sexualidad.
Para llevar a cabo su revolución sexual, Kinsey era consciente de que él y sus colegas no se contentarían con vivir todas y cada una de sus distorsionadas fantasías sexuales en privado, sino que tendría que publicar libros que abriesen camino y sirviesen de biblias para otros revolucionarios sexuales de similar corte. Lo hizo
con su Sexual Behavior in the Human Male (Comportamiento sexual del hombre, 194 y su Sexual Behavoir in the Human Female (Comportamiento sexual de la mujer, 1953). Fiel a su estrategia, Kinsey describía cualquier comportamiento sexual como si él fuese un simple observador científico neutral, sin distinguir nunca entre lo normal y lo anormal, lo natural y lo antinatural, lo bueno y lo malo. Seguidamente declaraba que, dado que todo tipo de actos sexuales hasta entonces considerados como tabúes en realidad se producen con mucha frecuencia de lo que los lectores eran conscientes, esos actos no podían ser considerados anormales, porque cualquier cosa que ocurre con frecuencia debe ser algo normal. Lo que es normal debe también ser natural, y lo que es natural no puede ser malo. Por lo tanto, todas las actividades sexuales, independientemente de lo que puedan haber pensado las generaciones precedentes, deben ser buenas. La ciencia, por tanto, puede liberarnos de los prejuicios irracionales de las generaciones precedentes, puesto que “no existe razón científica para considerar determinados tipos de actividades sexual, en sus orígenes biológicos, como intrínsecamente normales o anormales”.
Y así, ocultando su estrategia tras imponentes gráficas y utilizando el elevado tono científico de la estadística, Kinsey afirmaba:

“Muchos tipos de comportamientos sexuales humanos que son etiquetados en los libros de texto como anormales o como perversiones, resultan darse, después de realizado un examen estadístico, en hasta un 30 o 60 o 75 por ciento de determinadas poblaciones (…) Es difícil sostener que tales tipos de comportamientos son anormales sobre la base de que son infrecuentes”. Alfred Kinsey. Sexual Behavior in the Human Male, 1948.

El siguiente paso para llevar a efecto su revolución era demostrar, no sólo que las anormalidades sexuales debían ya considerarse normales sino que muchos pilares de la sociedad que se dedicaron a todo tipo de actividad sexual habían sido injustamente clasificados como pervertidos. Y así, rugía Kinsey,

“Muchas de las personas social e intelectualmente más significativas en nuestros historiales (sexuales), científicos de talla, educadores, médicos, clérigos, hombres de negocios, y personas con altos cargos en el Gobierno, tienen episodios sexualmente tabú en su historiales sexuales, que cubren prácticamente todo el espectro de lo que vienen llamando anormalidades sexuales”. Alfred Kinsey. Sexual Behavior in the Human Male, 1948.

A pesar del hecho de que la sociedad los castigó con la etiqueta de la anormalidad, obligándoles a ocultar a la vista del público esos “episodios socialmente tabú”, prácticamente todos estos individuos, informaba Kinsey, eran “muy equilibrados”. De hecho, bastaría con que la sociedad acabase con su injusta restricción de la sexualidad al matrimonio monógamo y heterosexual. “la mayoría de las complicaciones observables en los historiales sexuales son el resultado de las reacciones de la sociedad frente al conocimiento del comportamiento de un preciso individuo, o del temor de ese individuo respecto a cómo reaccionaría la sociedad si fuese descubierto”.
La ciencia podría poner fin a tales “complicaciones” eliminando los prejuicios sociales, puesto que no juzga los modos a través de los cuales se expresa la sexualidad: se limita a tabularlos. Así, en The Male Report, Kinsey examinaba seis modos diferentes a través de los cuales el varón alcanza el “clímax sexual”: masturbación, sueños, tocamientos heterosexuales, relaciones heterosexuales plenas, relaciones homosexuales plenas y “contactos con animales de otras especies”.
A la vista del historial del propio Kinsey, no puede sorprendernos descubrir que los capítulos dedicados a la masturbación y la homosexualidad sean muy extensos, y que en ellos Kinsey y su equipo lleguen a la conclusión de que tales prácticas eran muy frecuentes y por lo tanto totalmente naturales. Como no puede sorprendernos descubrir que Kinsey manipuló su investigación para ajustarla a su objetivo previamente fijado.
En lo que hace a la homosexualidad, todos hemos oído repetidamente la afirmación según la cual, según los datos de Kinsey, al menos el 10 por ciento de la población masculina es homosexual. Pero pocos están al corriente de los interesantes métodos que utilizó para llegar a esa cifra. Para empezar, a fin de asegurarse de que los datos sobre la homosexualidad resultasen más elevados (y hacerla aparecer como algo normal), Kinsey seleccionó deliberadamente para sus entrevistas a poblaciones con altas tasas de homosexualidad, concentrándose especialmente (un 25 por ciento) en candidatos que tenían antecedentes de cárcel o agresiones sexuales, e incluso recurriendo (como el mismo Kinsey reconoció) a “varios cientos de varones dedicados a la prostitución”.
Kinsey se esforzó incluso más en asegurarse de que las entrevistas realizadas dentro de las poblaciones seleccionadas no fuesen aleatorias. Como más tarde admitiría su colaborador Paul Gebhard, al recopilar datos en las prisiones Kinsey y su equipo procuraban conscientemente identificar a personas con antecedentes de agresiones sexuales, sobre todo las de “los tipos más infrecuentes”, a fin de exagerar la magnitud estadística de los comportamientos desviados, evitando así que se realizase un muestreo verdaderamente aleatorio de las poblaciones en prisión. Además, Kinsey “nunca… (llevó) un registro de porcentajes de rechazo, la proporción de los que rehusaban ser entrevistados”, pero sin embargo recogía ávidamente los historiales de todos los que se presentaban voluntarios.
En lo que hace a este último punto, dado el objetivo que se había fijado de antemano, Kinsey se negó a tomar en consideración lo que los especialistas en Ciencias Sociales llaman “prejuicio del voluntario”. Como estos especialistas han puesto de manifiesto, son precisamente los que representan en menor medida las ideas, opiniones y actividades de la sociedad en su conjunto los que se muestran más dispuestos a presentarse voluntarios para ser entrevistados. Así, en lo que hace a la sexualidad, el prejuicio del voluntario tendría como resultado atraer a un número desproporcionado de personas que hayan incurrido en desviaciones sexuales. Kinsey era perfectamente consciente de este problema. Abraham Maslow, el pionero de las investigaciones sobre los efectos del prejuicio del voluntario, se lo había comentado. Pero, como cabría sospechar, él no estaba dispuesto a prescindir de ningún método que le permitiese inflar las cifras de las anormalidades sexuales, de modo que ignoró de forma totalmente consciente las advertencias de Maslow, publicó los resultados como si fuesen representativos de la población en su conjunto y no hizo referencia alguna a la naturaleza altamente cuestionable de su métodos. Para él, la ciencia debía estar al servicio de la revolución sexual, incluso si eso exigía actuar de forma no científica.
Por si eso no fuera suficiente, Judith Reisman pone de manifiesto cómo Kinsey mezcló de forma indiscriminada datos procedentes de “dos tipos totalmente distintos de experiencias homosexuales (…) Combinó las experiencias homosexuales ocasionales de heterosexuales adolescentes (el tipo más común de experiencia homosexual registrado por Kinsey) con las experiencias adultas de verdaderos homosexuales. Esto generaba la ilusión de que un porcentaje significativo de varones era genuinamente homosexual.
Por muy llamativa y criticable que fuese la distorsión que hizo Kinsey de los datos sobre la homosexualidad, sus tratamientos de la pedofilia y la bestialidad son aún más llamativos. En lo que hace a la pedofilia, Kinsey fue bastante explícito en su defensa de la normalización del sexo de adultos con niños. Por muy difícil que resulte imaginarlo, pocos se han preguntado, al analizar la extraordinaria cantidad de datos que el instituto recopiló con respecto a la pedofilia, de dónde procedía exactamente esta información. Según parece, la fuente principal, y quizá la única, de los datos que manejaba Kinsey procedía de una sola persona. Según el investigador del equipo de Kinsey Wardell Pomeroy, el señor X (así llamado para preservar su anonimato) tenía “sesenta y tres años, y era una persona callada, de voz queda, que pasaba inadvertido”. En paralelo perfecto con Kinsey, tras esta apariencia benigna se escondía un hombre de una perversidad inmensa, que “había mantenido relaciones sexuales con su abuela cuando aún era un niño, así como con su padre. En los años que siguieron, de muchacho tuvo relaciones sexuales con diecisiete de las treinta y

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