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Antiguo 17-05-2010 , 22:05:44   #4
Μαδt
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Predeterminado Respuesta: El fraude de Alfred Kynsey

el que publicó a lo largo de las siguientes dos décadas artículos y libros puramente académicos. Con estos logros, Kinsey consiguió la respetabilidad académica pero no la fama, sintiéndose frustrado al ver que las grandes universidades de la Ivy League no se lo llevaban a trabajar lejos de la humilde Indiana.
Por lo que hace a su vida familiar, finalmente pudo consumar el matrimonio, y su primer hijo, Donald, nació el 16 de julio de 1922. Para 1928 habían nacido tres hijos más: Anne, Joan y Bruce. Desgraciadamente, Donald moriría de diabetes a los tres años. Fue un golpe especialmente duro para Kinsey, pero Clara no llegaría a recuperarse del dolor de perder a su primogénito.
Kinsey ejercía firmemente la autoridad en su casa, pero a diferencia de su padre, era también un hombre afectuoso que dedicaba tiempo a sus hijos. De forma bien distinta a Alfred padre, para el momento en que Kinsey formó su hogar se había transformado rápidamente, de ser una persona débilmente religiosa a despreciar la religión, en cuanto que ésta condenaba sus prácticas sexuales y sus ambiciones, así como las implicaciones ateas del darwinismo. Abrazó así un apasionado ateísmo. Según un estrecho colaborador suyo, para los años cuarenta “no es que fuese sólo irreligioso: era antirreligioso”.
Como reacción frente a sus propios sentimientos de culpabilidad sexual en su juventud, que ahora veía como algo innecesario y pernicioso, Kinsey se aseguró de que sus hijos estuviesen convenientemente versados en los detalles del sexo y de que no se sintiesen culpables con respecto a la “autoexploración”. Para hacer que se sintiesen aún más “cómodos” con sus cuerpos, él y Clara les animaban a practicar el nudismo, tanto dentro de la casa como en el jardín trasero, convenientemente oculto a las miradas extrañas. En los períodos de vacaciones se bañaban desnudos todos juntos en arroyos de montaña, fuera de la vista de la gente. El matrimonio tenía un marcado interés por los campamentos nudistas, y Kinsey confería una singular importancia a pasearse completamente desnudo delante de sus estudiantes varones en el transcurso de las salidas de campo, presentándose con frecuencia en las duchas en el tiempo destinado al aseo para asegurarse de que se cumplía ese criterio. Con igual frecuencia se duchaba con sus alumnos. Además, no sólo comenzó a habituarse a hablar abiertamente y con todo lujo de detalles a sus estudiantes sobre su propia sexualidad conyugal, sino que comenzó a aventurarse en las vidas íntimas de sus alumnos y a predicarles las glorias de la masturbación. Mantenía una constante y nutrida correspondencia con sus antiguos alumnos, especialmente con los varones, llena de referencias y poemas eróticos. Cuando su esposa se enteró de su homosexualidad, ese descubrimiento, en lugar de volverla en su contra, la hizo dedicarse con todas sus fuerzas a la revolución sexual de su marido, llegando incluso a mantener relaciones sexuales con hombre a los que el mismo Kinsey estaba intentando seducir.
Por decirlo de forma sencilla, las obsesiones sexuales de Kinsey empezaron a agudizarse en los años treinta y se convertirían en una revolución en toda regla en la siguiente década. Un cambio en el rectorado de la Universidad de Indiana propició que la revolución se desencadenase. Herman Wells sucedió a William Bryan en 1938, con la firme intención de convertir la institución en una universidad de vanguardia. Eso significaba estar abierto a nuevas ideas. Al percibir esta nueva apertura, los estudiantes presionaron para que se adoptase un nuevo enfoque en la educación sexual, y Kinsey presionó aún más para ser él quien definiese ese nuevo enfoque, ofreciéndose a impartir un curso sobre matrimonio y familia. Le dieron la oportunidad de hacerlo, y el primer curso comenzó en el verano de 1938 (aunque debido a las quejas con respecto a los contenidos, dos años después se vio obligado a suspenderlo definitivamente).
Durante el curso, Kinsey se sumergía en la investigación sexual, dedicándose a sonsacar a sus alumnos sus “historiales” sexuales. Consideraba esa investigación como el medio para remodelar la sociedad de

acuerdo con su propia agenda sexual. Desde entonces, su modus operando para llevar a cabo esa revolución se ha convertido en el habitual para los instrutores en educación sexual: exponer los comportamientos sexuales hasta en sus detalles más morbosos con apariencia de desapasionamiento científico y tratar toda expresión sexual como una simple variación inocua y natural; para seguidamente, atacar la moralidad tradicional como un enemigo irracional, antinatural y destructivo de la expresión natural de la sexualidad.
El Institute for Sex Research (Instituto para la investigación Sexual), fundado por Kinsey en la Universidad de Indiana en 1947, se convertiría en el epicentro de la revolución. Kinsey pudo hacer uso de su autoridad como profesor de Zoología para dotar económicamente y poner en marcha el instituto, el cual, por supuesto, era presentado a los potenciales benefactores y a los gestores universitarios como una iniciativa tan científicamente sólida como su trabajo sobre los más modestos insectros himenópteros. Pero tras la protección de los muros académicos se escondía un burbujeante caldero de perversidades sexuales, una sociedad en miniatura modelada conforme a la ahora irrestricta libido de Kinsey, un ejemplo de lo que pretendía extender a la sociedad entera. Como nos revela su biógrafo James Jones, los altos cargos del instituto y sus cónyuges formaban un “círculo interno”, con los que Kinsey podía “crear su propia utopía sexual, una subcultura científica cuyos miembros no estarían atados por arbitrarios y anticuados tabúes sexuales”. “Kinsey decretó que dentro del círculo interno los hombres podían mantener relaciones sexuales entre ellos, que las esposas podían ser intercambiadas libremente, y que éstas serían igualmente libres de elegir cualquier compañero sexual que se les antojase”.
De este modo, en lugar de dedicarse a la investigación propiamente dicha, Kinsey y sus estimados colaboradores se limitaron simplemente a actuar siguiendo todos y cada uno de los impulsos sexuales que se pasaban por su imaginación: todo ello a costa de los que les financiaban y bajo la protección académica de la Universidad de Indiana. Cuanto más alimentaba Kinsey sus perversiones sexuales, menos límites conocía para ellas. Una vez que empezó a aburrirse de los miembros de su círculo interno, insistió en incorporar “sujetos” externos, supuestamente para continuar la incansable dedicación del instituto a la investigación, pero en realidad para alimentar sus propios e insaciables deseos masoquistas y homosexuales. Uno de los sujetos que se prestaron voluntariamente a ello, y cuyo nombre no ha sido revelado, relataba que él mismo no solo mantenía relaciones sexuales regularmente con Kinsey, “también mantenía relaciones sexuales con todo el mundo (en el instituto)”. Como relata Jones, esta persona “recordaba con gusto haber copulado con Clara (la esposa de Kinsey) y con Martha (la esposa de Ward Pomeroy, un miembro del equipo de Kinsey), y tenía recuerdos igualmente placenteros de sus contactos con sus respectivos esposos”.
Algunas de estas bacanales disfrazadas de investigación científica eran grabadas, poniendo, por supuesto, el mayor cuidado en que en las grabaciones no pudiera identificarse a los participantes. Kinsey no sólo exigió a su esposa que fuera filmada manteniendo relaciones sexuales, incluso dirigió y protagonizó muchos de estos documentales de “investigación”. Por supuesto, su interés primordial era la filmación de actos homosexuales, especialmente actos de sadomasoquismo, y él mismo no se mostraba en absoluto reticente a aparecer ante las cámaras, como recuerda William Dellenback, fotógrafo miembro del instituto. Según Dellenback, “a menudo filmaba a Kinsey, siempre de pecho para abajo, masturbándose de modo masoquista”. En esto pone de manifiesto la distorsionada sexualidad de la juventud de Kinsey, antaño escondida cuidadosamente, ahora desplegada a la luz de los focos. La siguiente descripción de Jones es, como mínimo, vomitiva, unchispazo del infierno de desviación sexual al que Kinsey se arrojó con tanto fervor. Y sin embargo, en vista de la relevancia que tiene Kinsey en nuestra cultura, basada en buena parte en la creencia de que sus estudios sobre el sexo eran el resultado de una investigación desapasionada, debemos observar al verdadero Kinsey, pero teniendo en mente que estos mismos documentales aún siguen guardados bajo llave en los archivos del instituto.

“En cuanto la cámara empezó a rodar, el mayor experto mundial en el comportamiento sexual humano, el científico que valoraba la racionalidad por encima de cualquier otra propiedad intelectual, se introdujo un objeto en la uretra (dos ejemplos que se ponen son un cepillo de dientes, primero por el extremo de las cerdas, y una cucharilla para remover cócteles), se amarraba el escroto con una

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