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Kaffeetrinker 2 El vudú no ha condenado a Haiti, las dictaduras y la intervención lo han hecho Calificación: de 5,00

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Por: Mónica Méndez - 18 de febrero de 2010


El vudú, lejos de ser el culto demoníaco y espeluznante mostrado por una buena parte del cine de terror y de suspenso, es una religión en la que se encuentran los cultos de los esclavos africanos que fueron llevados a Haití durante la etapa de colonización española, y los dogmas católicos que se les obligó a practicar como parte del proceso evangelizador. Aquellos negros de diferentes etnias y tribus, fueron conducidos a Haití para trabajar y explotar las tierras ajenas, pero llevaron consigo un conjunto de dioses y de convicciones religiosas que, precisamente por su diversidad étnica, produjo la lenta combinación de sus cultos. Mezcla que luego complementarían con la de los santos y ritos católicos, pues para impedir la destrucción de sus creencias por parte del sacerdocio español, subrepticiamente practicaban el vudú, disfrazado con la máscara de la religión reglamentada.


Tal vez parezca inconcebible que dos creencias tan disímiles hayan podido ser unidas. Pero los esclavos ya con su libertad perdida, no podían permitir que un elemento propio de su idiosincrasia también fuera eliminado. Aunque no tomaron la fe en un único Dios con quien hay comunicación directa, que es misericordioso y está atento con sentimiento paternal a todos sus fieles, sino que por el contrario mantuvieron la convicción de que hay un dios, el principal quien es llamado Mawu, que los ha abandonado y está alejado de su comprensión. Un ser inaccesible y a quien no le deben culto pese a darle reconocimiento. Debido a ello es que han de recurrir a otros dioses, los intermediarios. Éstos reciben el nombre de loas. Numerosos, representantes de cuanto elemento existe en la Madre Tierra y quienes marcan el destino humano los loas sólo pueden ser llamados o invocados por un sacerdote (houngan) o sacerdotisa (mambo), cuya preparación es ardua y secreta, cuyas funciones van desde guía espiritual hasta hábil hechicero y cuyo correspondiente maligno es un bokor.


En 1791, los negros esclavos, cansados del régimen y de las represalias y crueles castigos ante sus levantamientos, deciden sublevarse definitivamente, en el hecho histórico conocido como la Revolución Haitiana. Quien tendría el poder para reunir a toda la insatisfecha población y prepararla para la revuelta fue Bouckman, un houngan. Tras él, se gesta la más maravillosa de las leyendas del vudú y de la libertad haitianas. Por medio de un culto vudú, que se dice fue exigido por los dioses para que su pueblo respirara el aire de la dignidad y de la soberanía de su raza, Bouckman invocó a los loas estando en la ciudad de Boys-Cayman. Los negros tocaban los tambores, los cuales son considerados divinos, y bailaban frenéticamente, cantaban, embriagados por las fuerzas que sus deidades les otorgaban, por el férreo anhelo de ser hombres y no objetos de trabajos forzados y bajo la ofrenda de un cerdo negro inmolado por el sacrificio de sangre, los negros llevarían a cabo la revuelta el 22 de agosto de ese año.


Sin embargo no sería sino hasta el 4 de febrero de 1794 que Francia liberaría de la esclavitud a los hombres de color, suceso que no pudo presenciar Bouckman al haber sido decapitado poco después de la Revolución. Aun así dejó en los espíritus de los nuevos hombres libres la avidez por ver a su pueblo como un país soberano. Y lo lograrían, ya en manos de Jean Jacques-Dessalines el 1 de enero de 1804 en Gonaive, luego de cruentas disputas y de despejar sus tierras de los franceses a punta de machete y palos, exacerbados sus ánimos por la ira.


Como el primer país libre de América y a pesar de ser el primero en ser una república negra, lo que vendría para Haití no sería precisamente el ejemplo de libertad e igualdad que se esperaba. Por el contrario, parecía que Ogún (el dios de la guerra) o el Barón Samedi, dios de los cementerios y de los muertos, se hubiera apoderado del país y sus dirigentes perpetuamente.


Bastó un año para que Dessalines se dejara seducir por sus logros y se declarara el Emperador Jacques I. Sin embargo, sus antiguos colaboradores: Alexandre Pétion y Henri Christophe, conformarían el complot que acabaría con la vida del Emperador en 1806. Ese mismo año Pétion y Christophe, antiguo esclavo y cocinero, se declararían la guerra por el territorio haitiano que conllevó a la división del país: el norte era de Christophe, mientras el sur de Pétion. El primero se nombraría Rey Henri I, el segundo ayudaría con armamentos a Simón Bolívar con el fin de que liberara a todos los negros de América. Pese a tan nobles objetivos, Pétion fue asesinado en 1818, y Henri I se suicidaría en su palacio, el de Sans Souci, sumido en la soledad y la conciencia de saberse odiado por su pueblo.


Así, en una sucesión de asesinatos, suicidios, sangre derramada por injusticias, insatisfacción y una serie de gobiernos derrocados y habitantes sumergidos en la pobreza, el analfabetismo y una región carente de riquezas y de tan siquiera un mínimo de esperanza, Haití se apegaba cada vez más a sus dioses, a los únicos que en esa pesadilla no soñada en la que vivían (y aún continúan) podrían aferrarse y confiar. Pero al mismo tiempo, tal vez temerosos de que todo ese desastroso mundo que les había tocado en suerte estuviera dominado por una lampe noire (lámpara negra) una brujería mortífera e indescifrable manejada sólo por los bokor. La malignidad de éstos, como conocedores de perniciosas pócimas y encantamientos, como astutos zombificadores, como maliciosos nigromantes, es decir como invocadores de muertos y en especial como seres con la maldad adherida en sus almas es tan espantosa y temible que los haitianos poco dudarían de que sus desgracias son el resultado de un poderoso bokor.


Pero, aun creyéndose un país libre, Haití no esperaba que desde 1908 los Estados Unidos llegaran como otro loa maligno. El Imperio americano se asentaba en el país con el argumento de mejoras en las plantaciones de banano y la construcción de un ferrocarril. Sin embargo en 1915 los marinos estadounidenses llegaron con sus tropas al país y empezó con ello la ocupación militar americana, que dejó, al menos oficialmente, un total de diez campesinos asesinados por los marinos durante una marcha desarrollada para exigir mejoras en la economía. Llegado 1934, bajo el gobierno de Franklin Roosevelt se ordena el retiro de las tropas. La consecuencia no fue el comienzo de una etapa de gobierno renovado, sino la continuación de unos gobernantes manipulados por el poder e incluso manipuladores de las oscuras fuerzas del vudú.


Luego de la ocupación de los Estados Unidos, uno de los detractores de ésta: Sténio Vincent, fue nombrado presidente por la Asamblea Nacional. Durante su gobierno tuvo que afrontar uno de los peores episodios de la historia contemporánea haitiana, la denominada “Masacre del perejil”. Efectuada por el mandatario de República Dominicana Rafael Trujillo como amenaza a los haitianos migrantes a su país, la masacre acabó con la vida de más de 15 mil personas. Los despóticos asesinatos fueron cometidos por el ejército dominicano, y el motivo consistía en que debía ser ultimado todo aquel que no pudiera pronunciar correctamente la palara perejil. Ante estos hechos lo único que pudo hacer Vincent fue tratar, por medios diplomáticos de mantener buenas relaciones con su país vecino y por medio de protestas y de la presión internacional obligar a Trujillo a pagar una millonaria indemnización a Haití.


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