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Lo que ocurrió en octubre de 1917 no fue una revolución socialista, fue un golpe de Estado urdido y ejecutado por una minoría audaz que aprovechó un momento de crisis y revolución para imponer en Rusia un régimen terrorista que no tenía posibilidad alguna de subsistir sin utilizar la violencia extrema, la destrucción física y política de sus adversarios y la abolición radical de las libertades conquistadas por la revolución “burguesa” de febrero de 1917.



La pregunta no es si América Latina “necesita un Lenin” y una “revolución socialista”. La pregunta es si el régimen erigido por el partido bolchevique en 1917 significó un progreso para Rusia, para Europa y para la humanidad. Por lo que demuestra con creces la Historia, la respuesta a eso es un triple no. Si el balance de la dictadura leninista es tan negativo, hasta el punto de que ni los leninistas que quedan por ahí, perdidos y sin partido, o en grupos que renunciaron al nombre (no siempre al concepto) para poder seguir existiendo de alguna forma, se ofuscan cuando se les dice que son leninistas, ¿por qué América Latina necesitaría caer en esa tragedia y convertirse en un nuevo Gulag leninista?



Heinz Dieterich, periodista alemán muy amigo de La Habana y de Caracas, y de la marxista chileno-cubana Marta Harnecker, es promotor de esa idea y de la propuesta, no menos brillante, de que el presidente Hugo Chávez se convierta, de una vez por todas, en un nuevo Lenin para dirigir el continente latinoamericano hacia una era de abundancia y felicidad comunista. (1) Dieterich vive inmerso, evidentemente, en un universo conceptual caduco.



Octubre del 17 no fue, como Dieterich pretende, “un salto cualitativo al proceso de modernización burguesa del régimen zarista”. El comunismo jamás fue una “modernización” de nada. Ni siquiera lo fue respecto de la autocracia zarista. Fue la instauración de un régimen totalitario, mil veces peor desde el punto de vista intelectual, político y policiaco que el zarismo.



El régimen del “hombre nuevo” contribuyó a generar en Europa, sobre todo en Alemania, como respuesta, y al mismo tiempo con ayuda del bolchevismo, incluso antes del pacto nazi-soviético de 1939, una corriente nacionalista, revanchista y racista extrema. La lógica expansionista de esos dos totalitarismos, el comunismo soviético y el nazismo alemán, desató la segunda guerra mundial. Esa guerra y la continuidad de la dictadura comunista, la cual se extendió a varios países del mundo más allá de 1948, llevó a la humanidad a una fase de postración material, moral e intelectual que ésta plena aún hoy al momento de sobrepasar verdadera y definitivamente esa pesadilla. Como dijo Claude Lefort: “La destrucción del régimen soviético y del modelo que había representado para decenas de millones de hombres en el mundo, no nos dispensa de observar que los cimientos de todas las sociedades fueron resquebrajados, que la humanidad no sale indemne de esa aventura, que un umbral de lo posible fue violado”.



El intento chavista de sumir a Venezuela y a Latinoamérica en una dictadura leninista es un ejemplo más de las dificultades que tiene la humanidad para desembarazarse de las utopías más criminales.



Heinz Dieterich afirma que el acto genial de Lenin en abril de 1917 fue haber convencido a su partido para que diera el “salto cualitativo al proceso de modernización burguesa del régimen zarista, redirigiéndolo hacia una civilización poscapitalista: en contra de la burguesía y del imperialismo”. La síntesis que propone Dieterich es simplemente grotesca. Al describir la dictadura leninista-estalinista como una “civilización” Dieterich se ríe de los cientos de millones de personas que el sistema opresivo y retrógrado soviético llevó a la muerte y a la mutilación física y espiritual.



Las Tesis de Abril que Dieterich evoca con reverencia, contenían el germen del mayor error de Lenin. La visión que Lenin tuvo de la lucha contra la autocracia zarista fue siempre sectaria y terrorista. Desde 1905, el partido bolchevique habló de instaurar una “dictadura democrática del proletariado y del campesinado”, no un gobierno democrático. Plejanov, el padre del marxismo ruso, y los mencheviques (fracción moderada de la socialdemocracia rusa) denunciaban eso como una “falsa idea”. Ellos estimaban que no se podría hacer una revolución burguesa sin la burguesía, al menos en la primera etapa de la revolución. Eso es lo que admite un testigo menchevique-bolchevique de la época, Trotsky, en su historia de la revolución rusa.



Dieterich confunde la historia de la revolución rusa con la versión bolchevique de la revolución rusa, la cual es una falsificación.



Lenin pretendía que la burguesía rusa era “incapaz de dirigir su propia revolución”. Nunca Lenin dejó de pensar la revolución en otra cosa que no fuera una dictadura. La misma revolución “democrática” sería, según Lenin, una dictadura de las supuestas mayorías: el proletariado y el campesinado. Lenin preconizaba la hegemonía de una clase social (“el proletariado”) sobre la revolución democrática, es decir sobre la sociedad toda.



Lenin nunca entendió que sin burguesía no podía haber modernización política y económica alguna. Lenin era marxista. Por eso tampoco juzgó que no podía haber civilización sin colaboración de clases, sin que todos los componentes de la sociedad entraran libremente al proceso, sobre todo en las esferas de la producción, de la política, de la vida intelectual y cultural. La “modernidad” para él (si ese término puede ser empleado aquí) era instaurar un gobierno minoritario, violento, dirigido por un sólo partido, y un sólo líder, que dirigiera el proceso de destrucción de las clases sociales “reaccionarias”. Lenin, de hecho, no tardó en redactar los decretos más violentos que pondrían en pie el sistema-Gulag, de destrucción de masas enteras, que duró hasta 1989-1991.



No fue Stalin quien inventó el terror rojo, ni el Gulag. Sin embargo, Dieterich sirve el plato de la supuesta inocencia de Lenin frente al miserable Stalin, quien es caracterizado, no como un buen comunista, sino como un “centrista terrorista” que “destruyó la vanguardia que había creado el proyecto histórico del Socialismo del Siglo XX”. Ningún estudio histórico serio confirma esa tesis.



Tras la caída del zarismo, la idea de Lenin fue aprovechar la insurrección obrero-campesina desatada por la calamitosa guerra contra Alemania para tomar el poder y dar el asalto directo hacia un régimen socialista. Esa idea no era aceptada hasta ese momento por los bolcheviques. En febrero de 1917, cuando vio que la revolución rusa de febrero instauraba un gobierno “burgués” y realizaba de algún modo la idea bolchevique de la “dictadura democrática”, y que ese gobierno abría las cárceles y daba las libertades políticas, que convocaba a la elección de una asamblea constituyente y aparecía como la antesala de un régimen parlamentario burgués, Lenin entró en pánico: pensó y ordenó el asalto al poder para barrer de la escena a la odiada burguesía, a las mayorías liberales, mencheviques, populistas, social revolucionarios, etc. Todo eso con el pretexto de que ese gobierno, el de Kerensky, no había resuelto (en solo ocho meses) el problema de la paz y de la tierra.



En el gobierno salido de la revolución de febrero los bolcheviques estaban condenados a quedar aislados y ser vistos como lo que eran, una peligrosa minoría fanática. De hecho, ellos perdieron, meses después, las elecciones para la Asamblea Constituyente, la única elección libre que hubo en Rusia hasta el fin de la era Gorbachev. Engañando a las facciones más radicales de los soldados y desertores que habían participado en la revolución de febrero, Lenin le ordenó a Trotsky organizar con esos sectores el asalto al Palacio de invierno. Ese golpe fue hecho sin el apoyo de las masas, ni siquiera de los soviets existentes. Útil en esos momentos fue el invento leninista de una categoría tramposa: la de “vanguardia proletaria”. Esta podía, según Lenin, substituir a la clase revolucionaria y encaramarse en el poder en nombre de ella, para después imponerle al proletariado y a las demás categorías sociales una feroz dictadura.



Meses antes, los jefes bolcheviques disentían con eso del asalto prematuro a la dictadura socialista. En la conferencia bolchevique de abril de 1917, Rykov, reflejando las posiciones mayoritarias, dijo, en síntesis: “Hay que llevar a cabo la revolución democrática hasta sus últimas consecuencias, sólo el triunfo del socialismo en Occidente podría justificar la dictadura del proletariado en Rusia”. Aunque minoritario, Lenin logró convencer a los jefes bolcheviques de que tal tesis carecía de sentido y de que la línea que se imponía era la suya.





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